Cada pueblo, cada grupo, cada persona, tiene una mentalidad. Un modo propio, de ser, de relacionarse, de actuar. Quizá podamos eventualmente estar en la misma trinchera por la necesidad, pero eso es como lo decía Borges:-«No los unió el amor sino el espanto». Pasado el espanto, cada uno vuelve a su matriz.
Creer que porque descendemos de europeos actuamos los euro americanos igual que un europeo de hoy, no es certero. Creer que los alemanes y los italianos actúan igual porque pelearon juntos en la IIGM, tampoco es así. Tampoco los norteamericanos y los rusos que ganaron unidos la IIGM. Y estoy todavía dentro de la órbita de los «pueblos blancos», si es que todavía existen.
La interrelación entre culturas diversas, el territorio, el «alma» de un pueblo, determinan un modo de actuar. Similitudes no son equivalencias y alianzas no son analogías.
Si analizamos la mentalidad y el modo de actuar de Mussolini, lo encontraremos muy diverso al de Hitler, sin ir más lejos. La mentalidad criolla es muy distinta de la anglosajona. La mentalidad alemana es muy distinta de la italiana. Y así podríamos seguir enumerando.
La realidad no es una ideología, sino una cosa vital, donde se debe encontrar el propio camino. Las afinidades y los rechazos dependen de muchos factores y se definen en el terreno de lo concreto, que es además dinámico.
Es muy posible que un criollo tenga más que ver con un descendiente de aborígenes con el que comparte vivencias, necesidades y territorio, que con un burgués del centro de Europa, cuya mentalidad es otra. Eso no quiere decir fusionarse como identidades, sino convivir compartiendo un destino común en muchos aspectos. Los blancos americanos, no tienen por qué ni deberían a mi juicio vivir colgados de los traumas ni de la mentalidad europea actual, porque ya no es la propia.
Cada carácter forja un destino.