El mundial de fútbol aparece como un evento de gran magnitud, en el cual se expresa fervientemente el sentimiento nacionalista (en el sentido que lo estimen como propio) y de identidad de los individuos. Más que mero deporte, el Mundial de Fútbol sirve como una excusa para que individuos de diferentes clases sociales (principalmente de clase media) que amarrados a la rutina diaria y el neo-esclavismo, justifiquen su sentido de pertenencia y de relevancia en el mundo: ponerse una camiseta con los colores «nacionales», dejar todo atrás y unirse a las masa, tiene como objetivo el demostrar con fervor su “yo” colectivo, esa parte tan natural de la conducta de grupo. Los entes organizadores en conjunto con la mecánica que mueve el engranaje de la idea detrás de este evento colosal, hacen grandes esfuerzos por representar ideal del mundo unido, el del mundo único de los valores y la cultura de lo que el “Mundo Occidental” debe de ser. Existe un notable trabajo de ingeniería social detrás de este evento, y mientras Europa busca personificarse como el mundo moderno, de la multiculturalidad y del progreso, los países subdesarrollados se muestran como participantes activos de esta fiesta global, donde un deporte popular jugado en las calles puede tener el potencial de convertir a un negro o un latino (sudaca) en una superestrella europea, donde un equipo como el de México puede jugar al «tú a tú» contra las superpotencias europeas, las que deben exhibir por lo menos un par de jugadores de raza negra, mestizos o no blancos dentro de sus filas, naturalizados como franceses, ingleses o italianos.
Mientras que nombres como Messi, Neymar o “Chicharito» Hernández, en conjunto con los demás jugadores de sus selecciones, viven vidas de ensueño rodeadas de fama, patrocinios, algunos vicios y un mundo fuera de sus países natales, la masa que los crea son un conjunto de gente trabajadora que ante la victoria de sus selecciones se regocija, y ante la descalificación llora. Victoriosos o perdedores, los jugadores regresan a sus vidas de ensueño, mientras la masa regresa a su realidad, a los graves problemas socioeconómicos que yacen en Latinoamérica. Recientemente, con la ayuda de la interconexión global y la influencia de las redes sociales, aparecen individuos que visualizan a través de la fantasía y exponen las verdades que rodean este control masivo, las injusticias de este mundial en Brasil, los contratos millonarios y fraudulentos por parte de los organizadores, el despilfarro de capital que ponen los inversionistas y los entes gubernamentales dando preferencia a este evento en vez de priorizar las situaciones sociales urgentes, así como la ingeniería social que involucra, este es un gran paso ya que anteriormente esos individuos que callados sucumbían a la presión social del evento tan arraigado en la cultura y las familias que también aprovechan como excusa de unificación.
Hasta hace poco, solía ver con desprecio todo lo relacionado a este evento, la desgarradora realidad en Europa de la influencia cultural del “Mundo Occidental” mientras se hunde con la idea del Euro, su economía cae y los problemas sociales aumentan, por lo que la ingeniería social que atraviesan es algo bajo. El caso de Latinoamérica simplemente tenía un sentimiento de aislamiento donde mi rechazo por el contrato social que me fue impuesto me impide fanatizar ideales que no comparto, una cultura que no aprecio y trato de escapar del “efecto borrego” que tiene esta situación, así como mi reciente (tal vez no tanto) ideal de buscar una alternativa a este contrato. Mientras todos gritan el nombre de su “Nación” e idolatran a los jugadores, particularmente me opongo a pensar que soy parte de una de estas “naciones fallidas”: no comparto su ideología, no comparto su etnia mestiza, no me obligarán a decirme lo que soy, no me nace, no soy parte de “somos (país al que se alude)”; sencillamente soy un blanco en Latinoamérica, una minoría que no se reconoce y definitivamente no soy el englobamiento del Latinoamericano, no soy el mestizo que busca reconocimiento ante el europeo (al estilo de la Guerra Fría, representando algo más que patear un balón), no seré obligado a ser uno de los dos hombres barbudos blancos de cabellera castaña o clara con ojos azules o verdes que usan la misma camiseta en un grupo de diez cafés con facciones indígenas, no idealizaré a la rubia que pasa frecuentemente y por varios minutos en la cámara con la misma camiseta gracias al adoctrinamiento que nos hace pensar que todos somos mestizos y no tenemos opción y que somos parte de un contrato social lo queramos o no, en que la raza blanca es idealizada por algunos promotores mediáticos y burgueses blancos que también buscan algún lugar en esta confusión de identidad magnificada que se vive en Latinoamérica. No perderé mi ideal de encontrarme a mí mismo, de buscar a mis antepasados y buscar el lugar al que realmente pertenezco.
Poco a poco voy comprendiendo la importancia que le dan los latinoamericanos a este evento, esta nueva «raza» mestiza que es muy joven y se ha creado en apenas 500 años que, consecuencia de este hecho histórico sin intención que simplemente sucedió, busca competir con el Europeo Blanco, busca tener un lugar en el mundo, busca definir quién es y estar rodeado de millones de personas como él gritando fervientemente el nombre de su nación y utilizando la misma camiseta. Aunque el sistema lo obligue a pelear, a competir, a la división de clases, busca unificación, busca pertenecer, busca encontrarse y el fútbol significa todo esto para el latinoamericano mestizo: representa la oportunidad para el hombre negro de ser una estrella en el mundo blanco. Los criollos, como minoría blanca nacida en Latinoamérica, debemos rehusarnos a perder el poco legado que nos queda, aferrándonos a nuestro derecho de identidad personal y rechazando el convertirnos en el mestizo que busca la aceptación y el reconocimiento, que busca también identidad y gritar el nombre de los suyos que no encuentra, que igual están perdidos y a su vez sucumben al contrato, que busca una alternativa ante este contrato social. Somos una minoría que se siente identificada con el sentimiento nacionalista pero no tiene nación, y, lamentablemente, algunos no conocemos otra cultura más que la orquestada por el control mediático mundial y la ingeniería cultural que promueve la FIFA y MTV; sin embargo, nuestras raíces son fuertes y entendemos que algo no cuadra, apareciendo como oportunidad para definir quiénes somos los criollos. Hasta ahora, sólo somos la consecuencia del experimento social, los remanentes del Europeo que viajó a estas tierras y por fortuna pudo conservar su raza y su espíritu que, perdido en la masa, busca reivindicarse.