Las cosas que se van naturalizando, son increíbles: en todas partes igual, con sus matices.
Un político puede eventualmente plantear otra cosa, como Salvini en Italia, pero uno ve por dónde va la sociedad, cómo el control del poder social y comunicacional no cambia y tampoco cambian las personas, que como mucho ponen sobre los hombros de otro sus problemas. La democracia liberal consiste en que una masa burguesa o marginal, o ambas cosas a la vez, consume y se ablanda mientras pierde entidad, y cada tanto tiene tímidas reacciones sin comprometerse demasiado. Cuando uno lo ve a Salvini y ve a su vez lo que pasa en la sociedad italiana, no puede menos que pensar que el hombre va haciendo equilibrio en un territorio adverso.
La violencia social y racial es una guerra en la cual los tiros van de un solo lado y las víctimas agradecen las agresiones en vez de repelerlas. Por supuesto que en Italia votaría por Salvini, y sería más de lo que puedo decir de Sudamérica, sin embargo presiento que la fuerza que va en contra de la identidad y la cultura de los blancos, no se va a detener por eso. De hecho la palabra blanco, no le está permitida tampoco a Salvini, que se mantiene dentro de una idea de nacionalismo clásico, no muy distintas de las de otras derechas del sistema.
Al parecer, deberíamos construir nuestro propio mundo paralelo, aunque eso no es para europeos o descendientes de europeos aburguesados, incapaces de reaccionar cuando muere o es violada un mujer blanca o su propio barrio es ocupado por las bestias o los imbéciles que el sistema produce.
Hemos llegado a extremos en los cuales, no sé si me dan más asco los propios o los ajenos.