Tal como en Chile existe una cuestión haitiana, también existe una cuestión venezolana, y por cierto que va más allá del hecho de dominar la mayor parte de las plazas de trabajo en Rappi o unos cuantos carritos callejeros vendiendo arepas.
Si hay un lugar que puede ser considerado multicultural por excelencia en Chile, es el norte grande. No sólo administrativamente fue originalmente peruano y boliviano (existiendo población peruana y boliviana hasta el día de hoy), sino también recibió oleadas inmigratorias asiáticas (no muy voluntarias, claro) durante todo el período de oro de la explotación guanera, para luego recibir inmigración europea (ingleses, franceses, españoles, eslavos, italianos, etc. — en efecto, los nombres de las compañías de bomberos de la ciudad de Iquique dicen bastante sobre sus fundadores: Española, Germania, Ausonia, Dalmacia, Iquique (ésta formada por los descendientes de la Quarta Compagnia Pompa Ausonia nacidos en Iquique)). Luego de esa oleada europea, otra oleada asiática se hizo posible gracias al establecimiento de la Zona Franca, lo que atrajo a pakistaníes, indios, palestinos y, de nuevo, a más chinos.
Con tanta presencia alóctona en el norte del país, no es de extrañar que, luego de la Guerra del Pacífico, proliferaran los ataques a ciudadanos y negocios peruanos por parte de las Ligas Patrióticas, actividades xenófobas que se fueron diluyendo en el tiempo, hasta que la presencia peruana y boliviana fue asumida como parte de la demografía local, estando ciertos oficios dominados por dichas poblaciones. Así, el norte grande mantuvo cierta paz multicultural por décadas, hasta que aparecieron las oleadas caribeñas: la inmigración colombiana y la venezolana.
La oleada venezolana, motivada por el escape del régimen chavista, se incrementó hasta llegar a un número que ya no sólo no pasaba desapercibido, sino que comenzó a preocupar a la población nativa y también a la extranjera que ya era residente. Los hechos ocurridos en Colchane fueron la antesala a lo que iba a ocurrir en Iquique, donde el día de ayer fue desalojada la Plaza Brasil (que estaba siendo ocupada por inmigrantes venezolanos que establecieron un campamento sobre ella) y el día de hoy hubo distintas manifestaciones en la ciudad contra la inmigración irregular.
Los movimientos humanos son un drama: no sólo involucra el desplazamiento de seres humanos por cientos de kilómetros, sino también el impacto que genera el flujo humano en poblaciones establecidas y estables, además de sumarse las condiciones de vulnerabilidad sanitaria y alimenticia. Los gobiernos toman decisiones que terminan impactando a las bases, sobre todo cuando el gobierno central está lejos y no presencia in situ las consecuencias del problema, a diferencia de la ciudadanía que tiene que convivir con dichas consecuencias en su cotidiano.
El mal (o, mejor dicho, pésimo) manejo del tema inmigratorio por parte de las autoridades ha terminado provocando que una bomba de xenofobia estalle, incluso en una ciudad que es todo menos monocultural. Peor aún: tampoco es clara aún la solución que dispondrán las autoridades para el tema migratorio, porque desalojar inmigrantes de una plaza terminará provocando que éstos se movilicen tarde o temprano a otros lugares para establecer nuevos campamentos, generando reacciones por parte de la población local.
Particularmente, la gente en Iquique no tiene idea qué hacer con la cuestión venezolana (las opiniones varían desde la deportación hasta la integración), pero no tiene por qué saberlo: son las autoridades que permitieron que la situación ocurriera quienes deberían pensar en los planes de contingencia para las crisis humanitarias, y definitivamente laissez faire et laissez passer no está entre los mejores planes. El multiculturalismo tiene aspectos que muchos se esfuerzan por resaltar por sobre lo desagradable, y es que mencionar que hay mayor variedad de sabores y comidas disponibles es por cierto más «lindo» que mencionar, por ejemplo, costumbres invasivas o malas prácticas sanitarias. Prácticamente, en Iquique no importa mayormente si los inmigrantes vienen desde otro planeta, sino que los espacios públicos sean nuevamente públicos, y que las calles vuelvan a no tener carpas ni familias enteras tiradas en el suelo mendigando, espectáculo que no sólo afea la ciudad, sino que hace imposible el paso de los transeúntes.
El problema es que, en la opinión pública, mientras que para algunos es la odiosidad hacia los extranjeros y la poca disposición a integrar la madre de todos los males y para otros es que hay una masiva inmigración irregular, los responsables siguen teniendo un rol demasiado pasivo en el asunto, actuando tarde y cuando ya la olla a presión está a punto de reventar.