La Cuestión Haitiana ha vuelto a cobrar importancia sólo que, esta vez, ha cambiado de hemisferio aunque no de protagonista.
El comienzo de esta cuestión se sitúa en 2004, cuando fuerzas armadas de EE.UU., Canadá, Francia y Chile intervinieron militarmente (un eufemismo para ‘invasión’) Haití, luego de haber propiciado logística y militarmente una revuelta y golpe de estado en febrero de ese año. Haití, que ya en ese momento era un caos ingobernable, fue ocupado militarmente durante más de 10 años, desperdiciándose millones de dólares en nombre de la democracia, la pacificación y el desarrollo económico–siendo esta misión de paz duramente criticada por la opinión pública internacional, y no estando ausente de acusaciones de violaciones de los derechos humanos.
El terremoto de 2010 y la misión de paz fueron catalizadores de la ola inmigratoria haitiana, la que a la fecha se ha traducido en la entrada de unos 180 mil haitianos al país. Las opiniones respecto a esta oleada inmigratoria son divergentes, yendo desde las habituales muestras de xenofobia clasista pero no racista chilena («si vienen, que aporten»), pasando por los chistes y memes de ‘chileno tiene qe asepta’ y ‘astrofísicos’, hasta llegar a la infumable y lacrimógena apología de Noesnalaferia (blog hoy felizmente muerto).
Esta inmigración no ha pasado desapercibida, aunque tampoco ha recibido una oposición fuerte ni virulenta, probablemente porque no se la relaciona con criminalidad, que vendría a ser como la gran preocupación del chileno medio, bisagra y despolitizado. Lo que sí ha ocurrido es que la inmensa mayoría (por no decir la totalidad) de esta población ha pasado a ser parte de los estratos más vulnerables del país hospedador, algo que iba a resultar casi irremediablemente así: como todos los países surgidos de la conquista española y, por tanto, herederos del sistema de castas de la colonia (esto es, la estratificación social según color — el rasgo físico más notorio para definir el origen en ese entonces), era de esperar que dicha población recién llegada fuera al menos considerada como parte de esos estratos. El clasismo difícilmente será erradicado en el corto plazo en este país.
Y bueno: era de esperar que una población que está en búsqueda de mejores oportunidades y que es tratada como una ciudadanía de tercera (y hasta cuarta) categoría, no sintiera mayor apego por el país hospedador, y mucho menos gratitud. Por supuesto que la población más boomer y conspiracionista se preguntará «por qué la ONU-Bachelet-Jesuitas se está llevando a los haitianos», pero la verdad es que el anuncio de Estatus de Protección Temporal para haitianos por 18 meses es una oferta que nadie quiere perderse, aunque eso signifique cruzar el continente y dejar tiradas por ahí las cédulas de identidad del ex-país hospedador. Esta misma oferta es la que ha provocado que actualmente 13 mil haitianos estén en un campamento improvisado en su lucha por entrar hacia Texas, brindando imágenes que podrían perfectamente inspirar el próximo disco de Arghoslent.
El futuro de la Diáspora Haitiana es incierto, aunque hay algo que es cierto: EE.UU. no es Chile, y el cumplimiento de las leyes y normas, independiente de quien sea el presidente, es muchísimo más vehemente en el país del hemisferio norte, y difícilmente habrá un ‘amerikan u jab to asept‘.