Junto al Río de la Plata, en el barrio de Retiro, en Buenos Aires, está el viejo Hotel de Inmigrantes, donde se alojaban nuestros antepasados a medida que bajaban de los barcos. Es posiblemente el sitio donde más cerca estuve de comprender la desgastada frase: «Energía espiritual».
El lugar estuvo abandonado mucho tiempo. Luego un gobierno completamente neo liberal, por algún motivo dispuso convertirlo en museo. Era un hermoso museo, donde muchos euro descendientes concurrían a buscar los datos de sus abuelos o bisabuelos, en los prolijos registros de la época. Ignoro si ellos habrán percibido lo mismo que yo percibí allí. Es posible que la mayoría solamente pensara en un trámite de nacionalidad europea, y en unas ya muy inciertas posibilidades económicas del otro lado del mar.
La segunda vez que fui, el museo se había reducido a un pequeño rincón en uno de los pisos superiores de edificio. La parte principal, en la planta baja, se había convertido en unas oficinas para que los bolivianos y demás personas por el estilo pudieran hacer sus trámites con comodidad, cerca de la estación Retiro. Ignoro si esas oficinas perduran, aunque los senegaleses y aún los que llegan de países más cercanos no parecen necesitar ya de ninguna oficina estatal.
Los gobiernos progresistas de izquierda tienen eso: odian a sus antepasados y adoran la destrucción de su propia identidad. Los liberales de derecha te cagan sistemáticamente de hambre, pero a veces son un poco más más condescendientes en ese sentido. Podría aventurar el porqué, pero no quiero extenderme al respecto ahora.
No he vuelto más al lugar. No sé si las oficinas o el museo todavía están allí. No he vuelto más porque todavía me dura el asco, aunque han pasado ya unos cuantos años desde entonces.