Educación de Chile y Haití: ¿una comparación injusta?

Educación de Chile y Haití: ¿una comparación injusta?

Contra sus mentiras | Autor: | 28.3.2017

Lo primero para cambiar la realidad en la que se está inmerso, sea esta el vecindario, la sociedad, la patria, o el mundo, es dejar de atribuir responsabilidades a terceros, y con ello empezar a dejar de asumir que otros son culpables por las desgracias personales. La posición del irresponsable siempre será culpar a otros, ya sea a la Iglesia, ya sea al gobierno, ya sea la CIA, ya sea el capitalismo, ya sea al marxismo cultural, ya sea a la sociedad en su conjunto, en fin, montones de chivos expiatorios para desligarse de las responsabilidades individuales. Dicho de otra manera, hay que empezar a dejar de lloriquear y empezar a asumir un rol protagonista de su propia vida, y tomar al toro de la realidad por las astas uno mismo, sin esperar que venga otro superhéroe humano demasiado humano a resolver problemas que no le corresponde resolver.

Un sector del país suele culpar a la presidente Bachelet de las desgracias acontecidas. Ni digamos que ella sea particularmente inocente, pero tal como ocurre con la violencia en la pareja, no hay abusador si es que no hay alguien que permite el abuso, y en la Democracia son los ciudadanos los que permiten que pasen las cosas.

Respecto al convenio que revalida la educación básica y media entre Chile y Haití, impulsado por Bachelet, los más emocionales han puesto el grito en el cielo hablando de supuestas agendas globalistas preparadas alevosamente para destruir la gloria de Chile y sacrificarla ante los poderes fácticos que dominan todo como si fuésemos marionetas sin voluntad que sólo cumplimos los oscuros designios elaborados a puertas cerradas para beneficiar a unos pocos y dejar desamparados a muchos. No obstante, pensar de dicha manera es sólo una muestra más de la ceguera chauvinista y de la típica irresponsabilidad sudamericana, siempre tendiente a culpar a otros sin mirar jamás sus propios errores.

Diario La Tercera dice que

Este acuerdo irá en directo beneficio de los ciudadanos de ambos países que han migrado en busca de un mejor porvenir y para quienes el reconocimiento de sus estudios constituye un paso decisivo en su integración dentro de la sociedad del país que los acoge.

En este punto, le doy la razón a los más chauvinistas porque, hablando seriamente, cuando se habla de beneficios para los ciudadanos de ambos países, y eso significa que hay gente que viene desde Haití buscando un mejor porvenir, como también hay otra gente que parte desde Chile a buscar un mejor porvenir en Haití, algo que no hay que ser el más experto analista en materias migratorias para darse cuenta que en ningún caso la cantidad de haitianos que entra a Chile es parecida a la cantidad de chilenos que entra en Haití. ¿Beneficios para chilenos? Bastante poco, o bastante nada.

Ahora, dejando de lado el sueño haitiano que deben tener muchos chilenos, hay que tener la misma objetividad para mirar el trasfondo del asunto: la educación chilena se reconoce como símil a la haitiana. Me encantaría rasgar vestiduras y chillar histéricamente porque se considera a la educación chilena como equivalente a la de un país vulnerable que vive en un caos constante y es el más pobre de América, pero la verdad es que no hay mucha moral como para reclamar eso. Basta echar un vistazo en los comentarios de las noticias en internet para percatarse que una grosera proporción de los comentarios emitidos por chilenos están muy por debajo de los estándares de la escritura, junto con reflejar una pobreza intelectual que debería avergonzar hasta al más “colgado”. El porcentaje de chilenos que leen al menos 12 libros (es decir, apenas un libro mensual) al año es ridículo, y basta hablar con un estudiante promedio para denotar su mediocridad y lo fácil que es de manipular por propuestas facilonas, lo que se hace aún más evidente al plegarse pronto a causas populistas que no tienen ni pies ni cabeza.

¿Es responsabilidad del Estado esta debacle educativa, o es la falta de responsabilidad de la ciudadanía y de los propios ciudadanos respecto de su futuro? Mientras buscamos la respuesta, podemos seguir disfrutando el saber que poseemos una educación equivalente a la de un país del Tercer Mundo.

 

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