Soy tan conservador como un refrigerador en mal estado y tan moralista como Rolando Jiménez hablando de tolerancia. De hecho, ahora que me doy cuenta, no me opongo a la legalización de la marihuana ni de ninguna droga, pues entre más tarados estén dispuestos a destruir su vida con algún elixir mágico y dejarnos un mundo limpio, mejor para mí. Y respecto al matrimonio gay, debo confesar que también me da lo mismo, en efecto, el matrimonio heterosexual también me da lo mismo.
Como no me agradan los maricones, no me casaré con uno, ni asistiré a la unión civil. Y creo que tampoco ayudaría a una pareja gay a juntar puntos de novios Falabella para que se vayan de viaje por el Caribe. Aunque si eso significa que serán secuestrados y machacados por una horda marrón tercermundista y llena de testosterona, quizás sí lo haga.
En vista de que no soy tan conservador, me da lo mismo que las mujeres voten, y también me es indiferente que las mujeres gobiernen. Es su mundo, machista y todo, pero es su mundo y tienen sus derechos. Que reclamen por sus derechos si quieren, están en su derecho. Los hombres, en cambio, no tienen nada que reclamar ni hacer escándalo, puesto que el único hombre que reclama por sus derechos, es el hombre afeminado, o el que pertenece a alguna «minoría» llorona. Ya no es un mundo de hombres. Desde el día en que llamamos a alguien de la policía cuando tenemos problemas, o demandamos a quienes consideramos que nos ofenden, dejamos de vivir en un mundo de hombres.
¿Podría alguien negar que éste es un mundo de mujeres? Si alguien cree que mi aseveración es misógina, y que las mujeres no tienen por qué encarnar tales características, pues bien, les doy el gusto: es un mundo de hombres, pero afeminados.
En fin. Las democracias pueden caerse a pedazos; no me importa. Y las dictaduras también, por si alguien quisiera acusarme de abanderado por algo.
Junto con tener el desagradable honor de escuchar a la presidente Bachelet hablando desde Sudáfrica (el país-vedette de la Izquierda llorona y abraza-árboles: pobreza, población negra, violencia, tensión, ¡qué mejor!), se saca a colación nuevamente :
Como si la idea de que las decisiones respecto del futuro, de nuestro entorno y de nosotros mismos, sea tomada mediante el recuento de unos papelitos tontos de una caja, no sea lo suficientemente ridícula, la ridiculez llega al paroxismo cuando no contentos con esta aberración populachera, son capaces de exigir que debe haber una cantidad de tal o cual grupo humano dentro de los representantes de esta pseudo-democracia. La nota graciosa es que imponer esta medida es un hecho claramente anti-democrática, y definitivamente es un atropello a la voluntad del pueblo.
Las sublevaciones silenciosas, clásicas de esta izquierda horizontal y cínica a la que tenemos que seguir el amén en Occidente so pena de volvernos forajidos anti-sistema (como si eso fuera algo malo, en un sistema decadente como éste), nos han llevado al abismo insondable de lo absurdo, lo injusto y lo carente de sentido. ¡Un 40% de mujeres en las planillas de candidatos! Ya ni siquiera pensamos en la mera inclusión de mujeres ni en que tienen el derecho a ser incluidas, sino sencillamente en que deben ser incluidas, con el mérito único de haber nacido con cromosomas XX. Los mismos que defienden la igualdad y que todos tenemos derecho a escalar (para abajo), ahora nos dan una bofetada de determinismo genético que ni siquiera está basada en una idea de ser mejor o peor, pues para ellos sólo les importa ser, o mejor dicho, no ser: no abogan por las mujeres, sino abogan contra los hombres.
¿Podrán acogerse los honorables parlamentarios hombres a la Ley Zamudio?
De la revolución sexual, a la discriminación sexual.