El humor ha acompañado a la humanidad desde sus albores, cuando luchaba por subsistir y dominar el fuego, evolucionando con el tiempo y mostrando características propias de cada cultura. Así, las culturas se han desarrollado, y también han desarrollado la capacidad para reírse de sí mismas, creando incluso personajes que gozan de cierta impunidad para reírse hasta de los gobernantes, sin temor a perder la cabeza –literalmente– por su atrevimiento. De esta manera, los imperios más grandes que ha visto la humanidad no sólo fueron ricos en bienes, sino también ricos en humor, y esto quiere decir que fueron desenfadados con este último. Reír es parte de la vida, y si se aspira a la grandeza, también se debe aprender a reír en la grandeza.
Un país que pierde el sentido del humor es un país que comienza a suicidarse y hundirse en la amargura absoluta. Querer restringir el humor, limitarlo, es detener su caótica marcha, y cuando se detiene el flujo de éste, comienza a estancarse y ahogarse, sentenciándolo a muerte. ¿Qué gracia tiene la vida si ya no hay humor? ¿Quién querría vivir si ya no hay espacio para el humor? Reír es uno de los indicadores de la vitalidad de un pueblo.
Sebastián Piñera no es santo de mi devoción. Jamás votaría por él –y, de hecho, no votaría por ninguno, jamás–, lo encuentro ridículo, poco serio y me avergonzaría tenerlo como mi candidato. Como buen payaso amateur (o político, que en muchos casos tiende a ser lo mismo), Sebastián Piñera siente la necesidad imperativa de hacerse el gracioso. Como buen político amateur (o payaso, que en muchos casos tiende a ser lo mismo), Sebastián Piñera siente la necesidad imperativa de hacerse sentir cercano a la gente. En ambos casos, un poco de humor (“echar la talla”, contar un chiste) es un buen mecanismo para romper el hielo. Por supuesto, no todos tienen la habilidad para contar el chiste y salir airosos: el chiste puede ser malo, o el locutor carecer del carisma para contarlo. Sea cual sea el caso, Sebastián Piñera no es de esas personas con ese talento, y en múltiples ocasiones ha demostrado no ser precisamente un humorista. Siguiendo con la misma fórmula, hace unos días contó un chiste malo como muchos otros, y no consiguió recibir ningún galardón por eso. Lo que sí consiguió fue que se levantara una tormenta de arena de proporciones cataclísmicas, donde progres de todo Chile vertieron lágrimas que lograron enternecer hasta a Saddam Hussein, el tipo más duro e inconmovible de todo el universo (de South Park).
En una sociedad sana, con una fuerte vitalidad, un chiste malo se condena con abucheos, las habituales “pifias” que pueden oírse en cualquier parte. Y el asunto queda ahí, olvidado, tal como quedan casi todas las cosas en este mundo: juntando polvo en alguna bodega. Sin embargo, la hegemonía de la Izquierda no sólo se ha limitado hoy en día a introducir conceptos y a relativizar otros, sino que también se ha dedicado a transformar a parte de la sociedad en inquisidores ascéticos y amargados que quieren hacer de éste un mundo sin humor, elfos urbanos de una moral tan alta que se han vuelto incapaces de reír si es que su risa mata a un microorganismo (algo así como los ecologistas del capítulo «The Birdbot of Ice-Catraz», de Futurama, quienes se oponían a aplaudir porque era asesinato de seres microscópicos).
Como robots asépticos, hipersensibles e hiperempáticos que son, estos elfos de Izquierda se sienten violentados ante toda referencia que pueda oprimir a algún ser vivo, siempre y cuando éste pertenezca a algún grupo que no goce privilegios, por supuesto, por lo que hombres cis-género, eurodescendientes, derechistas, de clase social alta, capitalistas, etc. pueden ser castigados sin piedad. Sin usar –aún– al Estado como el matón absoluto para prohibir el humor “incorrecto” (es decir, el humor que no goce de su aséptica y descafeinada aprobación, ni que esté construido sobre una base moral tan alta como la suya), la Izquierda Élfica moviliza virtualmente a sus masas de plañideras histéricas para que chillen y vomiten espuma efervescente condenando al abuso, la violencia y la denigración inherentes al tipo humor que no goza de la sofisticación ni inteligencia (algo que creen que han monopolizado) que requiere el humor adecuado para la sociedad perfecta que ellos están construyendo. Ahora bien, si es que algún chiste contiene ingredientes reprobables es algo que sólo los elfos de la Izquierda pueden decir porque, como son ellos los dueños y señores de la hegemonía cultural, son ellos quienes finalmente deciden de qué podemos reír y de qué no. Después de todo, aun cuando no usan armas de fuego, la esencia de su moral es la misma que dejó a los caricaturistas de Charlie Hebdo como colador.
Ríanse ahora todos los Guerreros de la Justicia Social de la sociedad amargada que están construyendo, una sociedad donde hay que pedir permiso para reír, donde la gente que no tenga una elevada moral no gozará del derecho al humor, cuya aprobación está monopolizada por los elfos de la Izquierda. Ríanse del país que están creando, y váyanse a la mierda. Váyanse a la misma mierda.