El año pasado, en “Los Hijos de Sigurd y los Hijos de la Nada” hablé del partido de fútbol entre las selecciones de Islandia y Francia, donde chocaba dos conceptos de nación: uno sobreviviente y escaso, como es el caso de la nación desprendida de la homogeneidad étnica, y otro que se ha vuelto la norma en el mundo moderno, como es el caso de la nación cívica, basada en la pertenencia a un estado (que monopoliza la fuerza que ejerce sobre un territorio) mediante un contrato legal, es decir, un documento de indique que el individuo pertenece a un conglomerado. Como éste se trata de un contrato legal, puede ser disuelto por una de las partes y el individuo puede suscribir otro contrato, a diferencia de la nación basada en lo étnico, donde el individuo no puede desvincularse porque esta pertenencia no es un hecho voluntario. Algo parecido a esto sería un cambio de sexo, donde el individuo puede sentir que pertenece a un sexo distinto al de su nacimiento, puede modificar su fenotipo para adquirir características que sean semejantes a la del sexo de elección, pero no podrá alterar el sexo biológico, incluyendo la fisiología del cuerpo.
La final de la Copa FIFA Confederaciones, carente en realidad de importancia futbolística en comparación a otros torneos, viene también a visibilizar una realidad que empezó a hacerse notar antes en el fútbol que en las sociedades: la pérdida del sentido étnico en las naciones modernas. En esto el fútbol, y el deporte en general, ha sido bastante explícito respecto de los indicadores de cambios en las sociedades, si bien tiende a subestimar o sobreestimar la muestra, según sea el caso. Un ejemplo de esta sobreestimación sería la misma selección de Francia, país cuyo porcentaje de nativos corresponde al 85% (ver imagen), mientras que en el campeonato mundial pasado Francia exhibía un 60% de jugadores étnicamente no franceses en la cancha lo que, a priori, podría ser malinterpretado como que Francia tiene sólo un 40% de población nativa. Sin embargo, los equipos de fútbol generalmente no son –porcentualmente hablando– representativos de la población ya que el fútbol aún es meritocrático, porque un cuoteo racial y étnico podría ser negativo para el desempeño futbolístico de un plantel. Así como el fútbol puede sobreestimar las proporciones de los distintos grupos humanos al interior de los países, también los puede subestimar: la meritocracia en el fútbol puede invisibilizar aportes migratorios en algunos países, ya que como los equipos se construyen buscando a los mejores jugadores, hay ciertas razas y etnias que no se han caracterizado por sus desempeños en el deporte rey, por lo que, independiente de su importancia porcentual en algún país, los equipos de fútbol pueden no estar compuestos de una cuota que refleje la proporción de dicho grupo. Razones meritocráticas son las que provocan la baja cantidad de jugadores provenientes del sudeste asiático dentro de los equipos de fútbol, no el racismo.
El encuentro final de la copa (las selecciones nacionales de Alemania y Chile) presenta el caso de dos selecciones de fútbol que son reflejo de la escasa importancia de lo étnico en la nación cívica. Por un lado, Alemania: una selección de fútbol donde el estado-nación ha sido el elemento que ha estado descomponiendo progresivamente a la nación pre-existente por medio de la relativización de lo nacional y la apertura a lo global, reduciéndolo a un contrato y promoviendo el ingreso de flujos humanos ajenos a la nación, esto es, multiculturizando lo germano para deconstruir la identidad hasta causar un borrón. Y, por el otro lado, Chile: una selección de fútbol proveniente de un país donde el estado-nación fue el constructor de un mito a partir de un conglomerado de pueblos (es decir, culturas) diferentes, donde no había una nación pre-existente sino muchas naciones y donde la figura del estado ha sido fundamental para el proceso de construcción de algo nuevo a partir de piezas diferentes, distantes e incoherentes. En el caso de Chile no se promueve un borrón, porque donde no hay una única identidad no hay nada que borrar.
La selección alemana exhibe la cara de una germanidad deconstruida, incoherente étnicamente pero que muestra lo que hace el estado-nación moderno a las naciones históricas, mientras que la selección chilena exhibe la cara de una chilenidad construida, incoherente étnicamente pero que muestra lo que hace el estado-nación moderno a los pueblos cuando los une por una mera cuestión territorial y cuando una idiosincrasia se impone. En el primer caso, una identidad que va siendo borrada, en el segundo, muchas identidades que forzosamente tratan de ser condensadas en algo nuevo.
El caso de Chile, últimamente llevado cada vez más al ridículo, puede hacerse notar sobre todo en el bullado tópico periodístico de “los nuevos chilenos”, donde inmigrantes haitianos son mostrados una y otra vez celebrando los triunfos de la selección chilena. Junto a esto, se abre la discusión sobre el futuro de la selección de fútbol, la que, probablemente, comenzará a presentar un incremento de jugadores de esta ascendencia. Al contrario de lo que puedan pensar algunos nacionalistas cívicos, esto no estaría en contradicción con la “chilenidad” que intenta venderse como identidad, ya que esta chilenidad no es étnica sino que territorial e idiosincrática, más aún donde es el derecho de suelo el que se impone, y donde el mismo mito fundacional (y también el hito) no es monocultural.
A diferencia de Alemania donde la multietnicidad es monorracial (y donde la hipotética expulsión de todos los no-germanos podría otorgar homogeneidad al país), en Chile esta multietnicidad ha sido históricamente multirracial (es decir, expulsar a todos los no chilenos tampoco resultaría en una homogenización del país), por lo que afirmar la ‘chilenidad’ como algo trascendental que marca una unicidad, y que puede ser un pilar positivo al cual aferrarse para resistir al mundialismo, no sólo es débil en su planteamiento, sino que también inconsistente y contraproducente para un país cuyos inicios estuvieron marcados por la presencia de heterogeneidad y la carencia de una comunidad étnica.