La clase política chilena podrá tener influencia, estudios (?), poder, llegada con la gente (??) y todo lo que se quiera, pero carece precisamente de «clase».
Si quienes tenemos un mínimo de educación consideramos que, pese a la diferencia de opiniones, el diputado UDI Ignacio Urrutia cometió una rotería al insultar al ex-presidente Salvador Allende durante el minuto de silencio pedido en el Congreso por los partidarios de éste último, es justo y necesario que consideremos a la Izquierda como un montón rotos y mala clase.
Pese a que, particularmente, no siento ningún tipo de aprecio por la figura de Pinochet (personaje, para mi gusto, nefasto para la raza blanca, que es mi único bando político), creo que si sus partidarios quieren rendirle un minuto de silencio, están en su derecho. Por tanto, que el diputado Urrutia quiera rendir un homenaje a quien considere una figura respetable, es un deseo personal amparado en la Democracia.
Ahora bien, el escándalo de la Izquierda a consecuencia de la petición de Urrutia es una muestra de la intolerancia en nombre de la tolerancia. Efectivamente, nadie puede obligar a nadie a rendir homenaje a nadie e, incluso, están justificados en cometer la rotería de abandonar la sala si estiman que los están ofendiendo pero, definitivamente, nadie los faculta para censurar, prohibir y proscribir lo que no les parezca correcto, puesto que la correctitud, para ellos, es todo lo que sea afín a lo que piensan.
Esta afinidad al pensamiento como visión de lo correcto implica necesariamente que lo que no es afín se vuelve incorrecto. Esta forma de pensar y de presionar a la estructura política y social es, en esencia, autoritaria e iliberal, y no muy diferente al autoritarismo y totalitarismo al que la Democracia se opone.
Estamos en presencia de la revancha de los oprimidos, cuyo poder autoritario es incluso peor que aquél de los antiguos opresores, pues es en la libertad, la tolerancia y la democracia donde justifican su prohibición, su intolerancia y su restricción.
Ambos «bandos» están cortados con la misma tijera, salvo que unos presentan un autoritarismo más blando pero no por eso menos odioso pues, aun cuando no queman libros ni encarcelan a nadie, crucifican, vetan y hacen mofa de los que no piensan como ellos.
Si los chillidos de la Izquierda por la falta de respeto en el minuto de silencio por Allende (que, a pesar del impasse de Urrutia, fue tomado de bastante buena forma por la gente de Derecha) se hubieran transformado en ejemplo de educación y tolerancia ante la petición de Urrutia, probablemente hubieran dejado la balanza de la censura y arbitrariedad cargada para un lado, pero los hechos acontecidos nos dejan entrever que, tristemente por la política chilena, la lex talionis es mucho más importante que cualquier lección de decencia y de Democracia.