Las pandemias en la historia de la humanidad han sido siempre cíclicas y han tenido diversos tipos de consecuencias, desde la devastación de poblaciones enteras por enfermedad, como la puesta en manifiesto de diversas actitudes y conductas. Saca lo mejor y lo peor de unos y otros, ya sea en acciones cobardes e individualistas, o por el contrario, temerarias y valerosas, de profunda entrega por los suyos, en donde la pandemia del Coronavirus (Covid19) no ha estado exenta de ninguna de ellas. Estas últimas conductas, históricamente han templado la personalidad dura y firme con la que se necesita desarrollar a las personas en tiempos de incertidumbre y conflicto. Una actitud ante la vida muy distinta al hombre promedio moderno, personas con comportamiento frágil, débil, burgués y eternamente ofendido ante todo, que se retroalimenta con la propaganda deconstructiva del marxismo cultural.
En la situación actual, a nadie ya le importan palabras ambiguas y sin sentido como heteropatriarcado, cisgénero, privilegio blanco, heteronorma, apropiación cultural, etc. Tampoco el conflicto social iniciado en octubre, ni el famoso plebiscito, ni las rencillas mezquinas y patéticas del apruebo y rechazo. Hoy en día, lo que importan son los problemas verdaderos y reales, es decir, la supervivencia de uno y de los suyos ante una nueva pandemia mortal.
Hombres y mujeres, ante la necesidad y el peligro, buscan poner a disposición de su núcleo familiar todas aquellas características innatas que posean para lograr su subsistencia, y la de sus genes para traspasarlos a la próxima generación. El caso europeo es muy gráfico en este sentido, y demuestra claramente esta vuelta a la institución familiar. No solo un fortalecimiento del vínculo familiar, sino una extensión a su propia comunidad, es decir, a aquellos con que conservan un vínculo sanguíneo, con quienes mantienen relaciones afectivas y emocionales cercanas, y comparten objetivos comunes en pos de la supervivencia del colectivo. De esta forma se van replicando de forma espontánea agrupaciones humanas con vínculos orgánicos comunes, desde las minúsculas localidades y pueblos rurales de las periferias, hasta los barrios y calles de grandes ciudades. Es la reacción natural que tiene el hombre de lograr agruparse con sus semejantes y enfrentar a los desafíos, a lo desconocido. Son pequeñas tribus que toman control de la seguridad, atención, abastecimiento y ayuda de cada uno de sus miembros; es la vuelta a un inconsciente colectivo que guarda en su interior un conocimiento primigenio de supervivencia. Sin embargo, estas agrupaciones humanas que nos recuerdan a las tribus desconfían de cualquier miembro externo a ellas, principalmente de aquellos provenientes de otras latitudes por ser potenciales portadores y propagadores de la tan temible plaga. Es por ello que estas pequeñas tribus son poseedoras de un fuerte componente identitario, que es capaz de hacer la distinción entre “nosotros” y “ellos”.
Esta identidad que reencuentra a sus portadores con su propia esencia, les ha permitido desarrollar su consciencia de identidad nacional, se reconocen unos a otros como miembros de algo mayor, en donde cantos populares y trozos de tela pintados adquieren nuevos y profundos significados, ya no banalizados por los medios de comunicación de masas, sino producto de la remembranza y reivindicación de una herencia milenaria que resurge en sentimientos de resistencia, resiliencia y unidad.
Junto a lo anterior, se manifiesta la determinación de los países, no solo europeos, sino de todo el mundo, de restringir tránsitos y fronteras, siendo indicios de que las cosas ya no volverán a ser como antes. En este momento se encuentra gestando un cuestionamiento al globalismo como sistema de ordenamiento universal de la modernidad, y sus implicancias son todavía desconocidas, pero lo que es seguro, es que serán cambios permanentes a nivel global.
Esta crisis de la globalización también golpea a Chile, pero no logra traducirse en un desarrollo de la identidad en los pueblos que habitan este territorio. En el caso de los criollos, solamente se han extendido y fortalecido los vínculos entre aquellos que habitan zonas cercanas, pero desprovistos de cualquier tipo de consciencia de sí. Lo que se vislumbra en el mediano plazo serán relaciones sociales mucho más segregadas entre los pueblos que habitan este territorio, lo que aportará en la mantención de la presencia criolla. Sin embargo, se mantendrán desprovistos de consciencia identitaria. Es por ello que se nos pone la tarea de despertar aquella identidad, y plantear, tal cual pasa en Europa, la distinción “nosotros” y “ellos”. ¿Cómo? Al igual que ellos lo han hecho, reivindicando y apelando a nuestros sentimientos más profundos de nuestra única y particular herencia histórica como pueblo, a nuestros hitos fundacionales, a nuestros padres y héroes, nuestra gestas épicas y nuestra cultura ancestral.