Es muy difícil que dos cosas, cuya esencia es distinta y generalmente opuesta, puedan convivir sin que una prevalezca sobre la otra.
Un partido es, lo que una ley del estado iluminista dice que es. Una comunidad es una cosmovisión, una experiencia vital que implica un destino, una identidad, una voluntad profunda de supervivencia y de lucha.
En una comunidad militante, prevalece el sacrificio, la solidaridad, el espíritu común, el trabajo conjunto.
En partido prevalece el interés, el cargo político, la posición de poder en el partido y el número.
El partido es parte de un país, en el cual la gente se divide por partidos, por clase social, por religión, por ciudadanía administrativa, por leyes que sólo consideran el individuo como tal.
Nos han convencido que una comunidad militante no puede subsistir sin un partido que la represente de cara al sistema demoliberal. Eso es una absoluta mentira. ¿Acaso las estructuras profundas de poder del sistema, no manejan todos los partidos? ¿Acaso los partidos, no tienen que adecuarse al capricho de unas mayorías cada vez más inciertas, débiles y a menudo extrañas a la cultura y a la identidad del lugar donde votan?
Ni el poder del dinero, ni el poder político global se someten a una elección cuando no les conviene, pero luego nos dicen a nosotros que debemos vivir en torno de un partido.
La esencia jurídica del sistema no puede determinar la esencia espiritual, biológica y material de una identidad. Nada hay por sobre el espíritu, la consciencia y la acción de una comunidad militante que ha decidido forjar su propio destino.
La sangre antigua, la historia milenaria, el sufrimiento de nuestra gente, no puede ponerse a votación. Los griegos o los romanos no votaban para ser griegos o romanos. Eran otras cosas las que se sometían a votación, cuando era necesario.
Hoy vemos que las masas blandas y burguesas, buscan que un partido les solucione sus problemas para no tener que afrontarlos por ellos mismos. Pero finalmente siempre llega el momento, en el que hay que hacerse cargo uno mismo de las cosas, es entonces cuando el partido desaparece y todo se convierte en tierra arrasada. Por eso la invasión de Europa no va a ser detenida por un partido político, porque se necesita un compromiso fuerte, esencial y militante para eso: algo para lo cual un partido no alcanza.
Nuestro modo de ser europeos, es un modo romano, porque Roma es la forma eterna de Europa. Roma es la idea y el sentido profundo que abarca no sólo Italia, sino mucho más. El ius sanguinis se hereda, pero también se gana.
Debemos construir con un sentido social, militante, sin perder el espíritu de nuestra comunidad metapolítica. No es cierto que para eso se necesite un partido y elecciones, en todo caso esas son formas accidentales que pueden utilizarse a veces, pero nunca pueden determinar lo esencial.