Desde siempre, el criollo ha tenido de anarquista. Los hidalgos, el recordado Aguirre y tantos otros, caminantes de esta tierra devenidos en jinetes perdidos en la inmensidad de América.
Sin Patria y sin rey, sin dios y sin cuartel. Levantiscos siempre, retornados al estado atávico en el que la cultura es lo natural, no lo impuesto por las clases dominantes, por el estado, por la iglesia inquisidora.
Mi bisabuelo era italiano y anarquista. Mi abuelo y mi tío abuelo también. este último fue muerto por la espalda cuando iba a buscar una Luger para poner orden en un bar de su propiedad. Dicen que se había casado con una prostituta, y que escribía historias de la vida y teorías sociales. Mi bisabuelo y mi abuelo se suicidaron. Mi bisabuelo era «frentista», viejo gremio de constructores que ya no existe y mi abuelo «boticario». Gente complicada.
Aquellos anarquistas no eran como los de ahora: tenían un oficio manual y no vivían de la ideología ni del estado. destruían para construir una comunidad distinta, no por la violencia misma. No eran marginales sino trabajadores. Eran gente de oficio y de libros. Creaban sindicatos y bibliotecas. Los de ahora son mercenarios utilizados por el sistema como arma arrojadiza contra quienes le son molestos: como ese miserable de Osvaldo Bayer, nada querido por los pocos círculos anarquistas verdaderos que todavía quedan.
Eso de la confraternidad mundial, en sentido multicultural, no era de aquellos anarquistas. Ellos valoraban su propia cultura, su pertenencia racial, como Jack London, quien fue muy criticado por eso. Pero lo hacían de un modo natural, sin mesianismos, sin supremacismos raciales, con respeto por los pueblos y por su identidad.
Es sólo que sabían que el estado no representaba más que intereses ajenos a las personas conscientes y a la comunidad. Ponían primero a la comunidad como conjunto de personas libres. ¿Para qué querría alguien ser nacionalista sin una comunidad libre, por ejemplo?
En Argentina hubo grandes anarquistas, de origen italiano, alemán y español, sobre todo. Muchos de ellos se incorporaron luego al peronismo, trabajaban con Evita. seguramente sintieron que la comunidad estaba entonces por encima del estado, o que el estado servía a la comunidad.
Aquel viejo anarquismo decayó y desapareció. En su lugar llegó el nuevo, degradado y decadente como todas las segundas partes, que nunca fueron buenas.
Martín Fierro no era más que un nacional anarquista o un anarquista identitario. Hubo muchos más: bandidos rurales o militantes de una resistencia popular anti sistema, anti estado opresor. Hoy eso ya no existe, pero creo que ellos llevaban gran parte de razón.