La isotimia exige que reconozcamos la igualdad de valor de nuestros semejantes. En las sociedades democráticas afirmamos, como la Declaración de Independencia de Estados Unidos, que «todos los hombres son creados iguales». Sin embargo, históricamente no nos hemos puesto de acuerdo con quiénes son «todos los hombres».
Francis Fukuyama, Identidad.
Mientras que el surgimiento de los populismos de Derecha a la Trump, Orbán y Vox, pusieron al liberalismo sudamericano en alerta ante el desmoronamiento de un globalismo que se había ido forjando durante décadas (resistencias y ofensivas que básicamente se manifiestan en la forma de fuerzas de choque twitteras de viejas boomers anti-ONU, anti-ESI, anti-adoctrinamiento en las escuelas, y en el aire nuevo a la xenofobia, lo que ha sido en respuesta al incremento migratorio proveniente de países como Venezuela, Colombia y Haití durante los últimos años — porque, siendo honestos, al chileno promedio no le importa/molesta demasiado la inmigración proveniente de Perú o de Bolivia, hablando solamente de países americanos), en Chile se dio una lectura equivocada a la propia realidad local y las identidades. Primeramente, se miró al país como si fuera una nación con identidad definida, prácticamente blanca, europea y con una occidentalidad cercana al primer mundo. Entonces, el énfasis se puso en alertar los peligros del antiglobalismo respecto de los fenómenos migratorios y los alcances del derecho internacional (todo lo anterior es una realidad, no obstante, no era lo más urgente en materia política).
Al interior del país se fraguaba una fractura social que terminó pasando la cuenta a la Derecha mainstream por entender y creer que la Historia había llegado a su fin: se dieron por sentadas muchas cosas y no sólo en lo económico (que gracias a la CPR de 1980 y la omisión de la Concertación pudo avanzar a pasos agigantados), sino que también en la misma realidad de la composición demográfica y etnográfica de Chile. Se asumió que el himno nacional era suficiente y aunaba a todos, se asumió que la bandera era suficiente y aunaba a todos y, más aún, se asumió que la “chilenidad” era una realidad transversal y que aunaba a todos. Tal como el capitalismo impreso ayudó a construir un relato unificador para las nacientes naciones-proposiciones sudamericanas, el capitalismo global impreso y digital ayudó a profundizar en las contradicciones e inconsistencias del relato. Esto no era inevitable, pero la era de la información ayudó, por cierto, a acelerar el proceso.
Una nación-proposición se funda sobre una idea y no sobre una etnicidad en común o un origen en común, y la realidad multinacional y multicultural de Chile obligó a las élites liberales gobernantes y pensantes a crear un relato que diera cohesión a una sociedad diversa, de manera de evitar las tensiones provocadas debido a las diferencias entre sus elementos, tensiones que se mantuvieron relativamente bien manejadas por algún tiempo. El problema es que la Historia no se detuvo, y las diferencias de clase (derivadas de las diferencias coloniales de color) se acentuaron en el relato, mientras la Derecha se enfocaba en una ciega fidelidad a la idea de Chile (o, mejor dicho, a la idea que el relato seguía siendo vigente) al mismo tiempo que luchaba por mantener el sistema económico, digamos para que todos entiendan, neoliberal.
Claramente la Izquierda aprovechó el nicho que nadie quería ocupar porque contradecía a la idea de estado unitario y porque se consideraba que las reparaciones, la CONADI y la Ley Indígena eran suficientes para tratar la «Cuestión Indígena», y sobre todo la «Cuestión Mapuche». Lo que tenían ante ellos era un material perfecto para ser explotado: miles de personas pertenecientes (de forma consciente o no) a un grupo particular, subexplotado políticamente, y que había sido postergado y eclipsado durante siglos por parte de una hegemonía cultural mayormente europea. Así, la parte del alma que anhela el reconocimiento de la dignidad, es decir, el Thymós, que está siempre presente y que puede manifestarse en algún momento histórico, pasó de ser algo políticamente instrumentalizable a ser algo políticamente instrumentalizado.
Aunque marcadamente de Izquierda, el indigenismo no sería fértil si no existiera un sustrato indígena sobre el cual germinar. Por lo anterior, hay que entender que la cuestión indígena en Chile no nace ni con el Partido Comunista, ni con el Frente Amplio ni con ninguna de esas explicaciones cómodas que no exploran el asunto de base, es decir, la diversidad étnica de Chile, en contradicción con la idea de estado uninacional. La multinacionalidad de Chile existe a pesar de los documentos y la proposición de nación, y el indigenismo es sólo un indicador que está presente porque existe una condición previa. La realidad multinacional es incómoda, pero pasarla por alto es un error, porque las emociones humanas no son estables en el tiempo, y el Thymós es cálido e irascible. Y social.
Como isotimia se entiende a la exigencia de ser respetado en igualdad de condiciones que los demás, y es justamente por lo que los pueblos originarios han estado presionando (con ayuda mayoritariamente de la Izquierda) durante las últimas décadas, cada vez más fuerte. Algo de esperar, por supuesto, teniendo en cuenta que los pueblos indígenas están insertos en un país donde no sólo las élites no hablan su lengua ni comparten su visión del mundo (no todos, claro, sino los que son autoconscientes de su realidad racial y étnica), sino que ni siquiera se parecen físicamente a ellos. Lo más básico para crear relaciones de alta confianza entre los individuos es la familiaridad en la apariencia, y si la familiaridad es lo suficientemente distante como para que los seres humanos ni siquiera se reconozcan en el otro, ¿qué confianza puede haber?
El Domingo 4 de Julio recién pasado se dio el puntapié inicial a la Convención que escribirá la nueva constitución política de Chile, y entre varios hechos que marcaron el día (y que probablemente los revise en algún momento), es el punto más destacable del día la elección y nombramiento de Elisa Loncon Antileo como presidenta de la Convención Constitucional. Este hecho no es casual, y marca la cristalización de una serie de procesos donde los más antiguos datan desde hace cinco siglos. La elección de Loncon tampoco es casual: sin querer desmerecer a la persona ni a sus antecedentes académicos, lo cierto es que su nombramiento no fue por causa de sus títulos universitarios, como algunos han querido hacer creer (y otros, más maliciosos y faltos de creatividad, han corrido a comentar que sus credenciales universitarias le fueron otorgadas por su condición étnica), sino por su identidad étnica, y su condición cultural de oprimida.
Las fuerzas culturales del siglo XX se manifestaron con firmeza, y la ilusión liberal del mérito sin importar el origen se hizo pedazos con 96 votos. Hoy la identidad importa, y pesa. Los meses por venir seguirán mostrando las diferencias en conflicto al interior de la sociedad chilena, y las fuerzas timóticas seguirán marcando la pauta de una discusión para la cual no hubo la voluntad política de abordar fuera de los métodos clásicos (becas, militarización, etc.), y que hoy se instala por la fuerza.