Hace algunos días, El Definido publicó un artículo relacionado con la inmigración, el que seguramente fue un supositorio de merkén para los más apegados a los asuntos territoriales y sentimentales clásicos. Dicho artículo, contestaba a (o, mejor dicho, destruía) los prejuicios habituales sobre la inmigración, usando estadísticas y otros datos.
No rebatiré los puntos planteados en el artículo, puesto que los números son claros, aunque me gustaría hacer algunos alcances y, además, mirar desde mi perspectiva de descendiente de inmigrantes a algo que va más allá de un tema de nacer aquí o nacer allá. Tomaré alguno mitos.
Son demasiados los extranjeros en nuestro país. Nos están invadiendo.
350 477 mil inmigrantes viven actualmente en Chile, lo que sería suficiente para llenar una ciudad promedio grande. El tema de fondo es el ser inmigrante, puesto que acá en Chile basta que se nazca acá, o se regale la nacionalidad por gracia para ser parte del conglomerado. Desde una mirada poderosamente objetiva, y tomando en cuenta la historia de las movilidades de masas humanas, en Chile no hay 350 477 mil inmigrantes, sino millones. Incluso, los más originarios pudieron haber tenido cierto origen extranjero. Lo más gracioso es cuando los patrioteros de siempre hablar de aumentar la natalidad. Seamos sinceros: aumentar la natalidad es propio de grupos humanos que sobreviven por número. Quienes -independiente si sean «nativos» o inmigrantes- pertenezcan a etnias de origen europeo, siempre darán preferencia a la calidad por sobre la cantidad, y no tendrán más hijos de los que pueden crecer bien. No se trata de llenar de críos de forma vulgar para que compitan con los hijos de los inmigrantes no blancos, se trata de que las etnias blancas nunca han sido numerosas. Si bien el tema transciende a un asunto netamente económico, lo cierto es que esto último juega un papel muy importante. ¿Parir y parir y pedir subsidios al Estado? Gracias, pero nosotros no.
Inmigración: 1 – Nacionalismo Clásico: 0.
Los inmigrantes que llegan al país son de bajo nivel educativo.
¿A alguien le importa el nivel educativo por sobre el origen étnico? Si es así, está mal. Es decir, si llega un miembro de ellos con un Premio Nobel bajo el brazo, ¿merecería estar con nosotros más que uno de nosotros sin premio, de bajo nivel educativo o sencillamente pobre? Yo apuesto por nosotros, pero en Chile no importa el origen bio-cultural del nosotros, sino que sencillamente el que el individuo nazca dentro de un límite, por eso cualquiera puede ser bienvenido si es que «aporta».
No podemos caer en un caso de eugenesia contra identidad, típico del patrioterismo clásico. «Traigamos buenos elementos, educados». Implícitamente, este pensamiento promueve el mestizaje y el multiculturalismo, que es lo que realmente tiene arruinado a este país, no la inmigración. En el nosotros del Ius sanguinis, tanto lo bueno como lo malo pertenece al mismo acervo, por lo que debemos hacernos cargo de todo. De eso se trata de ser una comunidad. Deshacerse de los elementos «malos», e importar los «buenos», es sistematizar al grupo humano, y con ello, destruir su identidad en pos de una mejoría.
Son responsables del aumento de la delincuencia.
Aquí hay un punto interesante, y si a alguien le causa molestia, es porque su sitio no está entre los partidarios de la identidad. Quizás la delincuencia no es tan alta en las estadísticas (y, por observación participante, sería lógico que los hechos delictuales perpetrados por extranjeros sean más numerosos en las zonas fronterizas, por razones obvias), aunque de todas maneras prefiero que sean delincuentes, antes que personas «de bien». Chile no sólo es un país multicultural, sino que sencillamente perdió la batalla contra el control migratorio. Asumiendo que la mayoría de los inmigrantes no son de origen europeo, ciertamente los prefiero de delincuentes y habitantes del ghetto, antes de ciudadanos de bien, integrados en la sociedad. El multiculturalismo es una porquería, el multiculturalismo no sirve, pero si no se ve el lado oscuro del multiculti, las masas no se percatan de la bomba de tiempo en la que están parados.
Por otro lado, si esos pocos que cometen delitos no lo hicieran, la gente no miraría mal al grupo completo, y con ello, la tasa de mestizaje aumentaría. Claro que esto es válido si los miembros del nosotros del Ius soli fueran los mismos del nosotros del Ius sanguinis. Si no, bueno, un poco de melanina a la ensalada genética puede que le dé un sabor a café.
Llenan las escuelas y le quitan los vacantes a nuestros hijos.
¿Alguien ha visto los programas educativos chilenos? Sus constantes apologías al mestizaje (no muy alejadas del nacionalismo clásico), al igualitarismo, a la inclusión y la integración, tarde o temprano terminarán haciendo que sean los mismos chilenos lo que exijan políticas de fronteras abiertas y es obvio, si cerrar o no cerrar fronteras y otorgar papeles o no de residencia se vuelven ideas inútiles cuando el caldo de cultivo completo está educado en la aceptación y sumisión al mundo globalizado. Y no han sido necesariamente los gobiernos de la Concertación los que han promovido esto, como le encantaría decir a los defensores de la derecha casposa y rancia.
Es cierto que otras banderas flamean en los colegios chilenos, pero ¿qué más se puede esperar si la misma bandera chilena representa los valores de inclusión y unidad? Que hoy flameen banderas de otros países en recintos que se suponen chilenos no es una ofensa, sino es coherente con la idea multiculti planteada poéticamente desde los mitos fundacionales.
Los inmigrantes no tienen derechos, ya que no son ciudadanos. No pueden quejarse.
¿A quién le importan los derechos? O sea, ¿basta que un inmigrante (que en realidad, es un colonizador no eurodescendiente) tenga sus «papeles al día» para dejar de ser blanco de los dardos de los defensores del suelo?
Legal, ilegal, regular, irregular. Todo eso da igual. Los inmigrantes no son el problema, sino que son un mero indicador de un problema mayor. Cuando hubo un input masivo de inmigrantes europeos durante el siglo XIX y XX, muchos de ellos no tenían papel alguno, y realmente poco les importaba el entramado jurídico. Tan poco como nos debe importar a nosotros. Un papel más o un papel menos son herramientas que validan la misma estructura que nos va dejando aislados y desamparados en «nuestro propio» país.
Citando a Alex Kurtagic, debemos comprender que «el debate sobre la inmigración es una pérdida de tiempo«. En una discusión, cualquier liberal medianamente educado puede destruir sin mucha dificultad los argumentos de cualquier patriotero. En su campo, no hay cómo ganarles. Pues es tiempo de sacarlos de su campo e invitarlos a contemplar la destrucción originada no por la inmigración per se, sino por el preciado multiculturalismo que tanto se empeñan en defender.