La acción de ciertos grupos (algunos menos moderados que otros) ante el avasallador monstruo de la globalización no puede ser casual: la postura de carácter contestataria de éstos, que generalmente está fundamentada en firmes principios e ideales, no puede ser denostada tan sólo como “rebeldía juvenil”, que es lo que la respuesta clásica entregada por los conservadores. En un mundo en el que se destruyen progresivamente las identidades y el significado del sentido de pertenencia, surgen grupos que, en un intento casi febril, luchan por conservar lo poco y nada que les queda de herencia, tradiciones y costumbres.
El identitarismo no es un mero capricho: en el ser humano es lógico, además de natural, el apego hacia la comunidad de origen y la identificación con ésta. Es difícil que hoy en día se logre entender el significado de la pertenencia sanguínea y del suelo colonizado sin pensar en el lado material del mismo: la Globalización, justo con la izquierdizante tendencia del renovado socialismo internacionalista, dan a entender que los símbolos de pertenencia y las fronteras de lo cultural carecen de significado en el Nuevo Milenio. La postura casi autoritaria del Occidente moderno de integrar pueblos y culturas distintos está causando más repercusión de lo que usualmente se piensa, tan sólo recordar los conflictos en Francia donde se vieron envueltos inmigrantes; el dinamismo racial, planteado por Rosenberg (pese a las aprehensiones que se puedan tener respecto a sus ideas) hace más de medio siglo, así lo exigía, la naturaleza debía abrirse camino.
Los grupos de carácter nacionalista e identitario, tan vilipendiados hoy en día, son la respuesta al modernismo de Occidente, pero más que eso, nacen del sentimiento natural que es proteger la tribu, la comunidad. Algunos grupos, quizá resignándose a que la lucha contra la globalización no puede ser ganada sin amoldarse a sus términos, optan por alternativas que si bien no niegan del todo la Globalización, al menos valoran el aspecto humano, aunque desde un punto algo materialista, cosa que no es de extrañar, ya que no se debe olvidar que estos grupos son una alternativa de carácter moderno para lo que es la integración forzada.
Desgraciadamente, el avance del cáncer progresista es más rápido y efectivo que la acción de los grupos “revolucionarios-conservadores” (ya que ser conservador es prácticamente ir en contra de la corriente hoy en día) que son más bien pequeños y medianos.
Quizá curiosos, quizá ilusos. Los grupos anti-globalización son el reflejo innato de la naturaleza del ser humano ante las tendencias apátridas e internacionalistas del Nuevo Occidente, una respuesta de aspecto inconscientemente espiritual ante el materialismo de la democracia liberal.