El nacionalismo moderno es un derivado y consecuencia del pensamiento liberal, donde la nacionalidad se reduce a un mero contrato unilateral donde el individuo decide el tiempo de su pertenencia a una institución intangible, aunque manifiesta a través del territorio y los alcances de éste.
Todos los estados soberanos de América, quiéranlo aceptar algunas personas o no, son producto del pensamiento liberal, manifestado a través de la exacerbación de la libertad que deviene en el separatismo, esto es, la decisión individual en el colectivo de pertenecer o no pertenecer.
De esta manera, fruto del pensamiento liberal, es que las élites decidieron desvincularse de España y el Reino Unido, por dar ejemplos. Probablemente, no hubo una separación inmediatamente territorial, ya que los estados separatistas estaban ubicados en otro continente, pero el hecho de desentenderse jurídicamente de una institución mayor marca una gesta de separatismo.
Los nacionalistas clásicos, es decir, cimentados en fundamentos ideológicos liberales, generalmente tienden a defender la idea del nacionalismo concreto, que vendría a ser la nación (jurídica, claro, pues es un contrato unilateral que mantiene el individuo con el país) como hecho consumado, o sea, la nación formada. Antes de eso, el que se considerará posteriormente como nacionalista, dentro del marco del colonialismo se autoconsiderará como patriota, puesto que defiende el suelo donde habita como el ideal supremo por defender. Ya que dentro del marco jurídico no se considera como independiente hasta que exista una aceptación/reconocimiento bilateral, el patriota no proclamará su nación hasta que la independencia sea un hecho. Esto, debido a que el liberalismo reconoce la nacionalidad como hecho externo, no como realidad interna, a pesar de que el individuo pudo haberse reconocido como perteneciente a tal nacionalidad al margen de ser o no visibilizado por otras instituciones jurídicas (Estados).
Anterior al nacionalismo moderno, entonces, está el Separatismo, pues antes de que se formara la nueva nación jurídica, estaba la voluntad de no pertenecer a la nación establecida, y esa voluntad se manifiesta en el deseo de romper el vínculo, i.e., intenciones separatistas. Una generación de nacionalistas, entonces, estuvo precedida por generaciones de separatistas.
Curiosa es la relación dialógica de amor/odio entre Nacionalismo y Separatismo. El Separatismo es la manifestación de una voluntariedad de individuos de no pertenecer a algo, para pertenecer a otra cosa, para luego instituirse como algo formal y establecido (la nación jurídica), mientras que para el Nacionalismo no existe amenaza más grande que la del Separatismo.
Para el Nacionalismo, el surgimiento del Separatismo hace descargar todo el anti-liberalismo que porta algo que, por esencia, es liberal, pues si por acuerdos es que las masas (comandadas, obviamente, por élites) decidieron pertenecer a algo, lo lógico sería que con el mismo sistema de pensamiento se permitiera el término del acuerdo si es que un grupo así lo decidiera, algo que, como hemos atestiguado, no ocurre.
De esta manera, es común que nacionalistas locales apoyen a nacionalistas de otros lados en su lucha contra los grupos separatistas (sean catalanes, sean mapuches, sean ucranianos ruso-parlantes), puesto que estos grupos encarnan la ruptura de su idea de unión, pese a que también hayan surgido desde una idea rupturista.
Lo débil del nacionalismo clásico respecto al separatismo es que, una vez este último se ha consolidado como Estado independiente y con un nacionalismo propio, pasa a ser reconocido por el mismo nacionalismo que alguna vez lo vetó. Estas incongruencias ideológicas del nacionalismo clásico son las mismas que causarán su ruina como idea, que se mantendrá como una eterna relación dialógica de autonegación y autoafirmación, conducentes a una anulación de la transcendencia de lo «nacional» en favor de lo individual.