Ya en un espacio más «dicharachero» como éste como en uno más serio como en nuestros textos creados como think tank, hemos analizado, contrastado, refutado y hasta desdeñado algunas conexiones entre el nacionalismo clásico y el identitarismo, las ideas de tercera posición (entendiendo como tal, para este artículo, a esa mezcolanza extraña que se produce al profesar una vorágine de tercerposicionismos que finalmente se manifiestan como nutzismo, aunque en realidad es de todo un poco, ergo, nada) frente a nuestra realidad, el oxímoron «nacionalista» liberal y, últimamente, la relación entre el nacionalismo clásico y el separatismo, hijos ambos del pensamiento liberal, con el fin de hundir al nacionalismo clásico en el olvido.
Ahora es el turno del nacionalismo clásico sudamericano para que sea olvidado por la tercera posición.
Ya refutamos antes la aplicabilidad de la tercera posición en nuestra realidad-país, debido a un irrenunciable requisito étnico-biológico que está ausente, ahora es el momento de visibilizar la incoherencia del nacionalismo comprendido por la tercera posición, y el nacionalismo comprendido por el liberalismo (nacionalismo clásico).
Respecto a la idea de nación, el identitarismo/Nueva Derecha y la tercera posición (entendamos como tal, el nazifascismo genérico, excluyendo las ideas que no comulgan con lo étnico) concuerdan que debe existir una realidad sanguínea, conditio sine qua non es posible que exista una nación en lo absoluto. De esta manera, es usual que a este tipo de nacionalismo, para diferenciarlo de su homólogo liberal, se le llame «etnonacionalismo», nombre que veremos más frecuentemente en los movimientos indianistas.
Ahora bien, no es necesario profundizar mucho para encontrar que la batería ideológica del Tercer Reich y el Fascismo italiano no sólo era contraria al liberalismo, sino también a sus creaciones, incluyendo la concepción de Nación y Estado modernos:
con igual claridad se perfilan los contornos de una nueva organización de Europa: unos contornos que ya no siguen las fronteras que les asignaba una concepción nacionalista. [1]
Para la tercera posición, la nacionalidad no es el contrato voluntario que da forma y origen a la nacionalidad jurídica del liberalismo, pues el vínculo existe desde el momento de la concepción del individuo o incluso antes, pues obedece a un conjunto de factores biológicos y culturales que terminan en la concepción del individuo, por lo que la línea divisoria entre el ser y el no ser de la nacionalidad está marcado por un fuerte componente que no admite travestismo: banderas, fronteras, constituciones y marcos jurídicos pueden mutar tantas veces como el individuo quiera, basta sólo moverse; mientras que la etno-realidad del individuo es algo actual, innegable e irrenunciable.
Desde este ángulo, es sencillamente incompatible conjugar una idea liberal (la del nacionalismo) con la tercera posición (el nacionalismo étnico). Por dar un ejemplo burdo, si un tercerposicionismo chileno, aunado bajo la bandera chilena y la defensa del territorio chileno como valor irrenunciable y un tercerposicionismo argentino, aunado bajo la bandera argentina y la defensa del territorio argentino como valor irrenunciable, pese a tener la misma etnia, se vieran enfrentados por una disputa territorial, podrían ocurrir las siguientes situaciones:
A. Cada ismo se decanta en favor de su territorio y su Estado-Nación, prevaleciendo entonces su parte liberal, ergo, su idea etnonacionalista no vale nada;
B. Cada ismo se decanta en favor de su etnia, prevaleciendo entonces su parte iliberal, ergo, su idea de nacionalismo clásico y su aparataje simbólico no vale nada.
Podrá parecer incorregiblemente excluyente, pero lo cierto es que las síntesis forzadas entre liberalismo-iliberalismo conducen, tarde o temprano, a la autodestrucción y desmembramiento del leivmotiv mismo de los tercerposicionismos. Y es que, simplemente, ambas ideas no son sólo esquizoides de unir, sino que también son contrarias.
Si antes descartamos explícitamente una síntesis entre nacionalismo clásico e identitarismo/NR, ahora, además, queda en manifiesto la contradicción entre las leyes de Thermidor y las leyes de la Sangre.
Los padres de la Patria quisieron un país libre donde todo aquél que quisiera entrar y defender los valores y símbolos patrios, fuera considerado no sólo amigo, sino que uno de nosotros, por lo que las discriminadoras (pues se es o no se es) ideas de la tercera posición se vuelven las más grandes blasfemias ante la sombra proyectada desde el pasado.
La sola justificación de que uno (etnonacionalismo) es un derivado del anterior (nacionalismo clásico) no sólo hace llorar sangre a los próceres de uno u otro lado, sino que finalmente terminará por condenar a quien defiende tal potpurrí, a un abismo de tropiezos ideológicos y de formas que constantemente se repelen con el fondo.
1. «Idea y aspecto del imperio». Cuaderno de la SS. N°7. 1943