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Un error clásico de los hispanistas chilenos ha sido el asumirse como mayoría, cayendo en posiciones cuasi-supremacistas (en relación a ellos mismos, claro) y despectivas respecto de las minorías. Este error ha provocado que estimen al país completo como de amplia mayoría eurodescendiente, viendo de forma ideal una realidad que es, valga la redundancia, real.
Sí: en su mayor parte, Chile es una construcción europea, mayormente hispánica, hecho que se contempla no sólo en sus construcciones tangibles (su arquitectura, sus caminos, etc.), sino también en lo intangible, tales como su institucionalidad, su idiosincrasia, su religión (la que fue traída desde Oriente a tierras americanas, cortesía de los curas y sacerdotes), su idioma, sin ignorar, claro, su sistema judicial, político-administrativo y todos los demás aparatos que son una herencia europea.
Lo anterior, sin embargo, no es indicador de que Chile sea en sí un pedazo de España (o Europa), como quisieran ver algunos. Que el español sea un idioma dominante en América no es suficiente para considerar al continente como «hispánico», sino, tan sólo, como un lugar donde triunfó la lucha cultural y donde una cultura hegemónica logró posicionarse sobre otras culturas más débiles.
Ahora bien, si analizamos detenidamente (o no tanto) a aquéllos que portan dicha «identidad» cultural hispánica, nos toparemos con millones de casos de travestis culturales, donde personas de identidades raciales/étnicas no europeas se visten como occidentales, hablan español, transitan por lugares de arquitectura europea lo que, pese a todo, no los hace hispánicos ni europeos.
Defender este travestismo cultural, i.e., la presencia de una identidad cultural ajena en una masa humana que no le corresponde, no es positivo para nadie más que para el liberalismo multicultural: por un lado se apoya la destrucción de las identidades americanas originarias locales, por medio de imponer una cultura sobre otra (a es mejor que b, ergo, usamos a en vez de b) y se las lleva como cordero al matadero de la colonización (de la colonización hispánica, a la colonización atlanto-sionista) y, por otro lado, se relativiza el legado europeo al darle a una —metafóricamente hablando— mera vestimenta la importancia que tiene un individuo completo, como si bastara con hablar español, y estar dominado por construcciones europeas para ser considerado como tal, algo injusto tanto para los europeos como para los pueblos que fueron colonizados en un pasado que no puede ser revertido, pero puede ser reivindicado hoy a través de las identidades originales que miran hacia el futuro.