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Leí un par de libros de Galeano y me tocó comprenderlo como lo que era: la voz de los oprimidos de la Historia. Y es que eso es lo que, a través de su obra, Galeano buscó visibilizar —desgraciadamente— por medio de la victimización: el rostro de esa América oculta por siglos, pero que sale a la luz gracias a los últimos despojos de la Ilustración.
Galeano, un criollo, europeo nacido en América, decide disolver su identidad y entregarse a una identificación territorial típica de la corrección política, haciendo de hito para una corriente de jóvenes intelectuales e intelectualoides, la mayoría de ascendencia europea, que dejando de lado la culpabilidad europea, dan un paso adelante y pasan a sentirse identificados con una América usurpada.
Este Lunes 13 de Abril, Eduardo Germán María Hughes Galeano dejó de existir, dejando un legado literario que a nadie deja indiferente.
Cuando ocurren eventos como éste, donde la muerte de un personaje mediático de relativamente alta transcendencia se hace presente, dos tipos de fauna desagradable hacen su aparición:
– las plañideras repetidoras de los discursos políticamente correctos de la Izquierda victimista, que son aquéllos que jamás tomaron un libro, pero repitiendo el discurso de otros que también están alineados al pensamiento izquierdista más progre, al tiempo que se dan ínfulas del conocimiento que a la legua se hace notar que no lo poseen, citan, recitan y se hacen promesas vanas de que «ahora sí voy a leer a este autor», explotando al máximo los buscadores de internet para recabar la información que ignoraban para poder ahora dar la impresión de que «siempre lo supieron», sólo que estaba «ahí», muy escondido cual repollo tras capas y capas de ignorancia supina; y,
– los buitres a la espera de un poco de carroña para darse un festín, que incluye a aquéllos que, al igual que el grupo anterior, tampoco tomaron jamás un libro, pero repitiendo el discurso de otros más radicalmente contrarios a la Izquierda, hablan de los muertos como si en vida hubieran sabido de ellos más que lo que escucharon por medio de otros, justificando su ignorancia al confesar que jamás leerían autores de dicha laya, como si bastara ver la tapa de un libro para juzgarlo.
Ambos grupos mencionados son despreciables, no sólo para un lector asiduo como quien escribe, sino para cualquiera con un mínimo de inteligencia que se preocupe de pensar por sí mismo, en vez de estar repitiendo burda y vulgarmente discursos políticamente correctos, y políticamente incorrectos, también, pues ignorantes hay en ambos bandos.
Eduardo Galeano ha muerto, dejando tras de sí una estela de carroña, de escritos y a una generación completa de jóvenes confundidos que se aferran a un pasado que ya pasó, pero que gracias a sus escritos es mantenido fresco y vigente, demostrando que el cambio en la mentalidad sí es posible. Aprendamos la lección nosotros y dejemos el festín de carroña para los buitres.