Entre raza y clase social:  Hacia la etnogénesis criolla (parte 3 de 3)

Entre raza y clase social: Hacia la etnogénesis criolla (parte 3 de 3)

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ÍNDICE:

  1. LAS ETNIAS.
  2. LA MEZCLA INTER-ÉTNICA EN LA ETNOGÉNESIS
  3. ESTRATEGIAS DE PRESERVACIÓN ÉTNICA Y RACIAL
  4. LOS CRIOLLOS Y SU ETNICIDAD.
  5. RAZA Y CLASE SOCIAL.
  6. PARADOJAS DEL ANTI-CLASISMO EN CHILE.
  7. EFECTOS NEGATIVOS DEL CLASISMO EN LOS CRIOLLOS.
  8. LOS OTROS CRIOLLOS.
  9. LA GRAN VICTORIA DE LOS CRIOLLOS. REFLEXIONES FINALES.

 

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  1. Efectos negativos del clasismo en los criollos

 

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Arriba, marcha “siempre por la vida” en oposición a la despenalización del aborto en Chile. Ejemplo de cómo los criollos burgueses, que después de su intereses de clase parecen más comprometidos con sus valores católicos y Opus dei, apoyan la reproducción irresponsable de masas humanas que casi los triplican en número. Total ignorancia de cómo la eugenesia y disgenesia pueden ser las más efectivas armas biológicas, y de cómo el aborto legal podría diezmar saludablemente a una sociedad enferma.

 

1. Barrera a la autoconsciencia étnica

El clasismo permitió la preservación racial, pero no la etnogénesis criolla; es más, el clasismo desde un comienzo se ha opuesto a que se dé el siguiente paso avanzando desde lo primero hacia lo segundo. Mientras estos criollos se afirman como clase, se ignoran como Identidad, y por tanto, sus lealtades y acciones altruistas benefician se basan en intereses clasistas que sólo accidentalmente son raciales. El clasismo contribuyó a la preservación de un envase racial europeo desprovisto de contenido, carente de valoración y defensa de sus raíces, pero comprometido con la perpetuación de su posición social y grado de influencia. Por lo dicho, para toda persona que estime indispensable la generación de una etnia europea en las Américas, el clasismo será entendido como un distractor identitario y una sólida barrera a superar.

Pero incluso para aquellos que se conforman únicamente con la preservación racial blanca – una suerte de criadero de ganado genético que se ignora a sí mismo, verdaderos sacos de genes, como ha permitido el status quo –, el clasismo, según se verá, debiese ser una solución insuficiente, y más aparente que real.

2. Aburguesamiento

La clase alta , al vivir segregada del resto de la población y encontrarse fuertemente protegida por su blindaje de recursos e influencias, durante tiempos de paz social ha desarrollado trabajos que demandan liderazgo, técnica, y destreza intelectual, incluso despreciando ciertas profesiones que ellos relacionan con «clases inferiores». Subordinación jerárquica, abusos laborales, frustraciones económicas, convivencia en entornos margianles, y la exposición cotidiana a las más evidentes desigualdades sociales, son totalmente desconocidas para el burgués criollo. En tiempos de desorden social, no experimentan realmente el impacto de la crisis, no perciben el descontento social, ni sufren en sí mismos los malos resultados de las decisiones políticas, legislativas, económicas y militares tomadas por miembros de su misma clase; de hecho, la mayoría de las veces estos malos resultados deben ser soportados exclusivamente por las demás clases sociales. Todo lo dicho ha conducido inevitablemente a un proceso de aburguesamiento que, sumado a las ideas liberales fuertemente asentadas en los criollos, generan un ser humano absolutamente conforme con su situación económica; un tipo humano reacio a participar en iniciativas colectivas que pongan en riesgo los propios privilegios sociales, y que por tanto, se halla contaminado con una cobardía materialista congénita. Al estar plenamente satisfechos y carecer de voluntad y compromiso para alcanzar intereses no-económicos, se encuentran desprovistos de toda motivación para dirigirse a objetivos trascendentes: no conocen la necesidad de luchar. Y es que cuando perdieron su voluntad para luchar, ganaron la de mantener el orden establecido.

El clasismo, por tanto, permitió conservar la dimensión biológica de la raza, pero sometió a los criollos a una penosa domesticación que los ha privado de experimentar la realidad como realmente es, desconectándolos de las adversidades que marcan el carácter de los pueblos y su idiosincracia nacional. Salvo que usted sea materialista biológico, comprenderá que es bastante pobre el favor que el clasismo ha hecho a la raza blanca. Es cierto, la preservó, pero enferma, similar a la siniestra estrategia de las grandes cadenas farmacéuticas que en lugar de sanar al paciente, prefieren alargar artificialmente la vida del “consumidor”, sin curar la enfermedad, y obligándolo a depender infinitamente de medicamentos.

3. Desprestigio

Casos como los de España, Estados Unidos o Alemania son destacados por demostrar cómo se ha institucionalizado la culpa histórica de los blancos por hechos del pasado. En Chile, en cambio, ya sea porque la asunción ilustrada de que “todos somos mestizos” contradice la idea de que puedan existan blancos para culpar, o sea porque se prefiera responsabilizar a “los españoles” (a otros, extranjeros), o “al Estado” (a todos, una abstracción) por el sufrimiento de los pueblos indígenas, los criollos no han sido obligados a asumir ninguna responsabilidad histórica en base a su origen racial europeo. Al quedar libres de tal culpa, los criollos no han padecido el desprestigio del racismo ni la constante sospecha de que pueda estarse siquiera pensando en sentido racista, como le ha tocado a sus hermanos de españoles, estadounidenses y alemanes, entre otros.

Pero que los criollos estén libres de campañas de difamación contra su grupo racial no significa que estén exentos de desprestigio en cuanto a clase social. Los criollos no sólo conformaron una clase cerrada que se segregó del resto de la población. Esta segregación condujo a una falta de solidaridad para con las personas externas a su clase social, y con ello, a centrarse exclusivamente en sus intereses específicos: algo no necesariamente reprochable. Pero la situación se vuelve totalmente diferente cuando junto con lo anterior, este grupo segregado gana tal grado de poder e influencia sobre los demás, que es capaz de ejercerlo de espaldas a lo que la mayoría de la población requiere para subsistir, tendiendo a favorecer a sus pares (directamente de clase, indirectamente de raza) en desmedro del resto. Y es que clase alta criolla hizo desestabilizar al Estado y a la sociedad chilena cada vez que alguna maniobra social interna o extranjera ponía en riesgo sus intereses.

De igual modo, esta clase se fue convirtiendo en el hijo mimado del capitalismo internacional, que a cambio de una parte en las utilidades y el mantenimiento de sus posiciones de poder, configuró el ordenamiento político y jurídico interno para que el saqueo de agentes extranjeros no fuera interrumpido. De facto, y a veces de forma declarada, los criollos se convirtieron en guardianes del status quo, lo que equivale a decir que se volvieron preservadores de la segregación clasista, y de una desigualdad económica fuente de numerosos conflictos.

Arriba, ejemplo de criollo comprometido con sus intereses de clase y funcional a los designios de agentes económicos internacionales. Difícilmente ha ocurrido en Chile otro episodio que revele de mejor manera el conflicto clasista vigente que la Dictadura Militar de Augusto Pinochet, régimen en que numerosos y valiosos criollos fueron torturados y eliminados por orden de sus pares raciales, por el sólo hecho de estar en el “otro bando” del conflicto.

El trato que los peninsulares dieron a los mapuches fue variando conforme se avanzaba desde la etapa de Conquista al de Colonia, y junto con permitírseles habitar sus tierras ancestrales, hubo un fuerte movimiento por parte de autoridades eclesiásticas y seculares por brindarles respeto y mejorar sus condiciones, algo no bien visto por los criollos, que en general rechazaban ser puestos en pie de igualdad con quienes eran sus esclavos y sirvientes; después de todo, a los ojos de las autoridades peninsulares los indígenas eran tanto hijos de Dios como súbditos de la corona, con todos sus deberes y derechos. Pero los criollos no tuvieron la misma actitud que sus ancestros, y tras asumir la dirección política y comenzar a interesarse por los territorios indígenas situados al sur del Río Bio bío, rápidamente demostraron que el discurso filo-mapuche enarbolado durante la Independencia sólo había sido poesía provocadora, propaganda creada para desafiar la hegemonía española. Finalizado el período de gobiernos portalianos e iniciado el de los liberales, en 1861 comienza la llamada “Pacificación de la Araucanía”, un proceso que no significará otra cosa que el exterminio, aculturización, y asimilación de los indígenas hasta entonces habían sobrevivido a la híbrida amalgama de la sociedad chilena. La cifra de bajas indígenas no se conoce con exactitud, habiendo estimaciones de 10 mil, 30 mil, y hasta 70 mil mapuches muertos.

Pero no sólo las etnias indígenas fueron desangradas por orden criolla, pues también las mayoritariamente mestizas clases bajas sufrieron un destino parecido. Cuando éstas comprendieron que no podían confiar en la clase dirigente para que les ayudara a superar sus precarias condiciones sociales, procedieron a organizarse, manifestarse y presionar por cambios[1]. La enciclopedia virtual Wikipedia registra entre 1891 y 1973 por lo menos 14 represiones sangrientas realizadas por instituciones del Estado, destacándose por su brutalidad la masacre del “mitin de la carne” (año 1905; entre 200 y 250 muertos), la masacre de Marusia (1925; 500 muertos), la matanza de la Coruña (año 1925; 2000 muertos), y la matanza de la escuela Santa María de Iquique (año 1907; entre 2200 y 3600 muertos).

Los historiadores han ahondado bastante en las motivaciones de los artífices de la “Pacificación de la Araucanía”, y de las referidas masacres ocurridas en el marco de «la cuestión social». Por lo general, las miradas se concentran en el interés por explotar nuevos nichos económicos y preservar un status quo privilegiado. Pero si miramos un poco más allá de lo tabúes que nos transmite la historia oficial, resulta inevitable prestar atención al tipo humano que hubo detrás de cada uno de los grupos sociales involucrados en los conflictos; estos conflictos de motivaciones económicas y clasistas coincidieron, en los hechos, con pugnas raciales, con las salvedades de que (1) hubo una enorme desproporción entre los medios e intenciones de uno y otro bando – pudiendo hablar incluso de una tendencia genocida por parte de los dirigentes criollos –, y además, (2) los criollos no atacaron directamente, sino que la mayor parte del tiempo se sirvieron de mestizos culturalmente colonizados para hacer el trabajo sucio; este último proceder criollo puede ser visto como una suerte de continuación de la vieja costumbre de sus antepasados conquistadores de servirse de indios yanaconas para los enfrentamientos contra otros indígenas.

Con estos datos, uno podría aventurarse a especular cuál habría sido el destino racial de Chile si la conquista no hubiese sido llevada a cabo por españoles peninsulares, sino que exclusivamente por criollos. Jamás lo sabremos, pero el comportamiento que unos y otros han demostrado en la historia de Chile nos da luces sobre algunos bastante probables escenarios.

La absolutamente nula empatía de los criollos por los mestizos e indígenas se dejó ver mediante estos sangrientos hechos. Pero aunque suene incómodo, la verdad es que los criollos tampoco tenían el deber moral de ser empáticos con ellos[2], otra cosa diferente es el grado de intromisión y sabotaje que aquellos insistían en tener en los asuntos de extranjeros raciales, en nombre de sus intereses de clase.

La distancia racial, el poder político, la ambición económica y la indolencia social permitieron que la clase dominante mostrara no sólo la parte de su ser por la que es más conocida, sino que aquella que constituye su cara más oscura y fuente de su actual desprestigio: la crueldad criolla.

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A la izquierda, Cornelio Saavedra Rodríguez, elaborador del plan de “Pacificación de la Araucanía”; a la derecha, Gregorio Urrutia Venegas, brazo ejecutor en el plan.

 

4. Dependencia clasista

La segregación racial puede operar de iure o de facto. La segregación racial de iure opera cuando existen leyes, instituciones, y políticas de Estado que buscan separar las razas que habitan dentro de un mismo territorio, estableciendo servicios y entornos diferenciados. En estos casos la segregación racial es explícita, y es conocida por la totalidad de la población a la que se aplica. Al existir un ordenamiento jurídico legitimándolo, sus márgenes están previamente establecidos, indicando los casos a que se extiende, los procedimientos aplicables, y la sanción correspondiente a cada transgresión. Las leyes Jim Crow en Estados Unidos (1876-1965), las leyes de Nuremberg en Alemania (1935), y las leyes del Apartheid en Sudáfrica (1949-1986), son ejemplos de segregación racial de iure.

En cambio, la segregación racial de facto es aquella que ocurre de manera espontánea, sin legislación, institucionalidad, ni políticas de Estado que directamente la promuevan. Se trata de un fenómeno implícito, que generalmente ocurre por consecuencia de motivaciones segregadoras distintas a las de carácter racial, y que es tácitamente aceptada por la sociedad. Esto es lo que ocurre en Chile, donde la separación racial es consecuencia de la segregación clasista a que ya se ha hecho alusión en reiteradas ocasiones.

Si en Chile un día el Estado declarase que habrá instituciones, entornos, y servicios separados para blancos y no-blancos, lo más probable es que se generaría automáticamente un movimiento social de rechazo a dicha determinación. Pero en Chile pareciera producirse una cómoda convivencia con el hecho de que exista esa misma segregación pero de ricos y pobres, separando vecindarios, servicios de salud, colegios, universidades, profesiones, centros de veraneo, bancos, restaurantes, etc. Todos aceptan – porque “siempre ha sido así” – que haya cosas y lugares sólo para ricos, y otras que sean sólo para pobres. Clasismo puro y duro.

Esta segregación racista de facto con motivaciones clasistas, al carecer de toda regulación y procedimientos, permite que la separación sea tan extrema y salvaje como la desigualdad económica lo permita. En ese sentido, es más extremo que el racismo de iure, que al provenir del Estado y ser públicamente conocido, permite a las personas anticiparse a sus posibles aplicaciones. El racismo de facto no es así, porque ocurre a espaldas de la institucionalidad, incluso niega su existencia, pero en la práctica opera de forma efectiva y sin ninguna limitación.

Una separación racial clasistamente motivada, no obstante poder alcanzar extremos de desigualdad y brutalidad mayores que una segregación de iure, carece de la estabilidad de esta última. El separatismo racial clasista depende en gran medida de los sucesos económicos que impactan tanto dentro como fuera de la propia clase social. El empobrecimiento de la clase alta criolla, o el enriquecimiento de las demás clases, conducirá inevitablemente a que reviente esta burbuja de aislamiento social, y fuerce a una mayor convivencia e interacción entre criollos y no criollos. La barrera clasista falla en su efecto racial con la incorporación de familias no-criollas de alto poder económico y político, entre las que destacan las de etnia judía: un grupo humano diferente, con su propia autoconsciencia étnica, y que por estar dotados de un fortísimo y milenario compromiso con su Identidad logra imponerse fácilmente entre los criollos étnicamente inconscientes.

Las transformaciones socio-económicas tienen mayores posibilidades de ocurrir abruptamente en un país como Chile por dos principales razones. En primer lugar, debido a que los niveles de desigualdad en Chile han alimentado un cada vez mayor deseo por igualdad social, proponiendo transformaciones al sistema económico y político que ha asegurado el aislamiento y privilegio de los criollos; y es que la segregación clasista extrema que se ha alcanzado en Chile lleva en sí el germen de la revuelta social, del conflicto, de la indignación ante el agresivo contraste entre las realidades de estos “dos Chiles” diferentes. Y en segundo lugar, en un país como Chile, carente de verdadera soberanía, las decisiones económicas se encuentran completamente condicionadas a las presiones internacionales de potencias y organizaciones. Si el día de mañana a alguna potencia se le antojase poseer los recursos económicos de Chile, procedería a obtenerlos por las buenas – con las clásicas negociaciones donde saquean al país más débil a cambio de poco – o por las malas – creando artificialmente alguna crisis interna (tarea fácil en un país de alto descontento social) que justifique la ocupación militar por potencias extranjeras, y que permita apoderarse de todo a cambio de nada.

Arriba, imágenes de Detenidos Desaparecidos y ejecutados durante la Dictadura de Pinochet. Un conjunto de fotos no exhaustivo y meramente ilustrativo de algunos de los criollos asesinados, muchos de los cuales carecen de registro fotográfico idóneo para reconocerlos. Mientras que desde la perspectiva derechista, clasista y militar se trataba de «salvar a la patria» asesinando a “rojos” o “terroristas”, desde una perspectiva identitaria pro-criolla significó lacerar a la raza por miserables razones ideológicas y políticas, muchas veces a manos de extranjeros raciales, esto es, indo-mestizos culturalmente colonizados que tuvieron la “astucia” de obedecer a sus amos blancos y al Sistema imperante.

 

Por todo lo dicho, una segregación racial dependiente de la separación clasista es igual de frágil y fluctuante que los movimientos económicos y financieros. Hasta el momento ha sido efectiva porque los agentes económicos internacionales y la desigualdad social lo han permitido, pero esto no durará por siempre, ni es deseable que así sea. Resulta paradójico que la segregación racial de la clase alta dependa de la aplicación exitosa de una economía liberal, siendo el Liberalismo la principal razón por la que los criollos no han alcanzado la autoconsciencia que les permitiría ser una verdadera etnia.

Debido a que la clase social y el clasismo impiden que los criollos se reconozcan ante todo como tales, y debido también a que estos dos fenómenos no durarán por mucho más como separadores raciales al interior de la sociedad, se vuelve urgente el despertar de la autoconsciencia étnica criolla. El grueso de los criollos se encuentran en la clase alta en un estado de completa conformidad, no sienten la necesidad de luchar ni organizarse, y están mentalmente condicionados por los principios y valores del Liberalismo y la Modernidad.

Si los componentes de la estructura mental que condiciona a los criollos son de naturaleza cultural, y en última instancia moral, entonces sólo una ofensiva igualmente cultural-moral logrará contradecir y sustituir los elementos que la integran. El contenido de este discurso debe hacerse cargo de la realidad de estos criollos, por lo que no es posible reciclar la vieja retórica nacionalista europea de principios del siglo pasado, caracterizada por sus ataques al Marxismo y apelaciones al proletariado campesino y trabajador. Esto es así en primer lugar, porque los criollos de Chile no han sido contaminados por el Marxismo, sino que por el Liberalismo; y en segundo lugar, porque los criollos nunca han pertenecido al sector popular de campesinos y trabajadores, sino que a la aristocracia, burguesía, y en general, al círculo más influyente y elitista de la sociedad chilena. De nada servirá un mensaje perfecto si el código utilizado para transmitirlo es incomprensible para su destinatario.

Podemos tener la certeza de que el día que este Sistema cambie, la bonanza económica y social se acabe, y los lazos de influencia ya no sean efectivos, los criollos de clase alta no reflexionarán sobre la necesidad de un cambio de actitud que los haga valorar su Identidad por sobre su clase, sino que simplemente tomarán el primer avión en dirección a algún país donde puedan continuar con su forma de vida repleta de elementos pero vacía de significado. La próxima crisis económica sólo será aliada de la supervivencia criolla si se está preparado ética y culturalmente para su llegada, y  se cuenta con los medios para utilizar correctamente las oportunidades que el desastre ofrecerá.

Pero si el tiempo se está acabando, y mientras tanto los criollos yacen en su trance clasista ¿cómo lograr el despertar de la autoconsciencia étnica? ¿cómo hacerlo si esta población se encuentra secuestrada por una Modernidad que compró su espíritu europeo a cambio de poder y riqueza? ¿Dónde estará el catalizador que desatará el incendio de la Identidad?

  1. Los otros criollos

Si bien la estratificación clasista de Chile incorporó al grueso de los criollos en la clase alta, no todos fueron comprendidos en ella.

Hubo otros criollos que quedaron fuera, ubicados principalmente dentro de la clase media, un grupo social mucho más heterogéneo que la clase alta, y que por tanto, no permite que en su interior la identificación clasista coincida con márgenes raciales. Dentro de este grupo, los criollos son muchísimo más escasos, y se encuentran mucho más dispersos en vecindarios, comunas y regiones, que los criollos de clase alta. Por lo mismo, son difíciles de encontrar.

Así como en la clase alta se produjo un efecto preservador en lo racial y contaminante en lo ético-ideológico, en los criollos de clase media se aprecia el fenómeno contrario. Junto con encontrarse aislados de sus pares, la larga convivencia que estos criollos han experimentado con mestizos e indígenas – y últimamente con inmigrantes no-blancos provenientes de otros países –, ha contribuido a la generación de lazos de amistad con extranjeros raciales que normalmente desembocan en uniones y mezcla interracial. Esto hace que la clase media sea un sector social cuna del mestizaje más intenso e ininterrumpido.

Debido a los códigos culturales europeos predominantes que distinguen lo deseable de aquello que no lo es, especialmente en cuanto criterios de valoración estética, estos criollos resultan altamente atractivos para los aculturizados extranjeros raciales con que conviven; lo anterior, sumado a su escasez, dispersión, e ignorancia de su existencia racial, conduce a una situación donde la existencia de un criollo al interior de este grupo social se vuelva casi un hecho milagroso.

La autoconsciencia étnica retoma su rumbo.

Por otro lado, al hallarse en la clase media – verdadero amortiguador social que recibe todo el impacto de las crisis y sucesos político-económicos, internos e internacionales – y encontrarse desprovistos del blindaje económico-social con que cuenta la clase alta, estos criollos experimentan en directo las malas decisiones de sus gobernantes, legisladores, y las precarias condiciones de vida a que son sometidos, forzándolos a organizarse, manifestarse, y luchar por sus intereses. Se trata de criollos mucho más proclives a tomar parte de iniciativas sociales y políticas orientadas a la transformación de la realidad, y a diferencia de sus pares burgueses, son agentes de cambio, y no de conservación del status quo.

El Liberalismo los ha contaminado, pero no con la intensidad que a sus pares de clase alta. Por eso estos criollos se permiten ser escépticos del Sistema, pues éste les ha fallado desde siempre. Nada les ha dado, por lo que sienten que nada le deben. No les interesa perpetuarlo, es más, desean transformarlo o incluso destruirlo, pero no que se mantenga. Lamentablemente, al igual que el resto de los criollos, éstos carecen de autoconsciencia étnica, y todo el potencial activista y revolucionario de que están dotados se desvía hacia movimientos izquierdistas, derechistas, nacionalistas, anarquistas, etc., pero que no representan sus propios intereses raciales, llegando incluso a solidarizar e identificarse con las Identidades de otros pueblos distintos (mestizos, mapuches, judíos, palestinos, etc.).

Esto último ha llevado a que muchos criollos de gran talento, voluntad, e iniciativa, al ignorar su Identidad y sumarse a luchas ajenas (incluso contrarias a ella), terminen sufriendo junto a mestizos e indígenas el brutal castigo de los criollos de clase alta. Y es que si bien se advierte entre estos últimos una tendencia a reprimir y asesinar principalmente a extranjeros raciales, entre las víctimas numerosos criollos han sufrido el injusto y duro trato de sus hermanos; hermanos que hasta el día de hoy no los reconocen como pares, ya sea por el efecto alienante del clasismo, o por meras diferencias político-ideológicas. Cuando esto ha ocurrido, no se ha tratado de simples bajas dentro de un conflicto, sino que de la eliminación de los elementos más valiosos del pueblo criollo, aquellos con un potencial revolucionario mal canalizado hacia otras causas, pero susceptible de dirigirse a despertar a los inconscientes criollos burgueses.

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El Movimiento Nacional Socialista de Chile no fue un proyecto criollo ni racista, sino que seguía una línea nacionalista clásica, i.e., la aceptación de la idea de “una nación” chilena basada en las ideas raciales mesticistas de Nicolás Palacios. No obstante, numerosos criollos fueron atraídos a sus filas, como queda demostrado en estas imágenes de algunos caídos en el episodio conocido como la Masacre del Seguro Obrero (1938). El único error que estos valiosos criollos cometieron fue el de poner en riesgo el status quo del que sólo gozaba la clase alta en esos tiempos, y aunque la sangre los hermanaba con ellos, los intereses económicos, hegemónicos, y el predominio de los vínculos clasistas fueron más fuertes, decidiendo así la muerte de todos ellos.

 

Otro indicador del carácter especial de estos criollos se aprecia al constatar que, hasta la fecha, el grueso de aquellos que participan activamente en iniciativas de reivindicación racial y/o identitaria proviene de la clase media de la sociedad chilena. Es entre éstos que hoy comienza a surgir una nueva consciencia racial, de mayor explicitud, y sin el disfraz clasista de los criollos burgueses.

El criollo de clase media que ha despertado a su Identidad, encontrando su conexión con lo trascendente en la sangre heredada por sus ancestros, adopta la clásica actitud agresiva y racista de los colonos de la frontera, destinados a estar en permanente contacto con extranjeros raciales hostiles. Y es que efectivamente, este específico tipo de criollos se encuentra trágicamente aislado, generalmente frustrado por convivir, estudiar y trabajar entre personas que no siente propias, debiendo además soportar la inmovilidad social que desde la clase alta le han impuesto para fin de sellar la perpetuación de sus privilegios.

Así como las primeras pequeñas comunidades de raza blanca aparecieron en un contexto altamente hostil, enfrentadas a la mega fauna paleolítica en pleno infierno glaciar, el despertar criollo ha comenzado en un sector socialmente desfavorable, donde éstos se encuentran en mayor desventaja numérica, conviviendo con oleadas de nuevos inmigrantes no-blancos, y con menos recursos disponibles.

En estos criollos, sobrevivientes a una destrucción racial de 500 años, y a la degeneración espiritual liberal de los últimos 200, convergen las condiciones que los presentan como los más idóneos para emprender por primera vez la misión de despertar a los millones de criollos que actualmente se encuentran en coma identitario al interior de una jaula clasista. Estos criollos son la gema de su pueblo, pues sólo de ellos depende el surgimiento de la autoconsciencia étnica y que se retome el proceso de etnogénesis que el mestizaje y el Liberalismo han saboteado por siglos.

Al igual que los bárbaros germanos, que irrumpieron en el corazón de un decadente Imperio Romano que había pasado a ser sólo la sombra de lo que alguna vez fue, estos criollos están llamados a asaltar esta República, levantada por criollos, pero que ya no es garantía de continuidad para su pueblo; esta vez el saqueo será diferente, pues ya no se trata de apoderarse de bienes materiales, sino que de recuperar la más valiosa riqueza de un pueblo: su gente, hoy prisionera de un Sistema que crearon, defendieron, y los terminó envenenando.

  1. La gran victoria de los criollos. Reflexiones finales

La comprensión de lo criollo trasciende lo meramente biológico. Si “criollo” fuera solamente un eufemismo para decir “blanco”, siendo en realidad una misma población genérica e intercambiable por cualquiera otra de la misma raza, no habría propiamente Identidad.

La esencia criolla existe desde la primera generación de eurodescendientes hijos de conquistadores; no hay que inventarla, sino que atreverse a descubrirla. Y digo atreverse, porque adentrarse en las profundidades de una Identidad significa mirar de frente los aspectos positivos y negativos de ésta, en nosotros y en el resto, reconocimiento como pares a personas que por razones secundarias, puedan no ser de nuestro mayor agrado.

El criollismo como corriente de pensamiento y estudio está casi desprovista de autores, por lo que debemos aceptar que no encontraremos nutridos manuales que introduzcan y profundicen el tema, como sí ocurre con los pueblos indígenas de América. Pero si nuestros ancestros fueron aventureros y pioneros en lo suyo, nosotros también podemos desafiar lo existente, ir más allá, y encontrar por nuestros propios medios lo que es propiamente criollo.

La cuestión racial es importantísima, pero es sin duda la más fácil de identificar. Se analiza, se razona, y se concluye un resultado. Es sencillo. ¿Pero qué hay de las conductas criollas? ¿Qué hay de las virtudes y defectos criollos? Analizando el arte, las decisiones políticas, y el comportamiento social, entre otros, podemos aproximarnos a lo que constituye el ser criollo. Incluso, ni siquiera hace falta profundos estudios sociológicos o historiográficos, basta poner la debida atención en las actitudes más inocentes, en las decisiones más básicas, para identificar el comportamiento propio de un criollo. La criolla manera de sufrir, la criolla manera de amar, la criolla manera de odiar; todas las emociones tienen un significado único que llama para ser descubierto, y que se expresan de manera igualmente única en este particular tipo humano en que convergen Europa y América.

Y es que si en este sentido los criollos fueran iguales al resto de la población de Chile, siendo simplemente “chilenos”, la lucha por la preservación de este pueblo se reduciría a conservar un simple envase biológico que hace, piensa y actúa de forma idéntica a todos los demás. No valdría la pena. Pero sabemos que hay algo, algo que muchas veces no se puede ver, tocar ni describir, sino que simplemente se siente. Por eso, un buen punto de partida hacia la búsqueda de estos elementos criollos olvidados sería entender que la Identidad criolla no es una idea que se piensa y comparte, sino que un estado de ánimo que se experimenta.

Debemos redefinir fronteras, pero las más importantes se encuentran en nuestras mentes. Atrás debe ser dejado el tiempo en que se definía la afinidad entre personas según religión, partido político, clase social, nacionalidad jurídica, profesión, etc. Sean cristianos o ateos, de izquierda o derecha, burgueses o proletarios, brasileños o argentinos, médicos o artesanos, todos los criollos son hermanos.

El factor racial es clave para entender el ser e historia del criollo, pero insuficiente. Es el suelo americano el que completó su dimensión europea y lo convirtió en criollo. Fue América la que permitió al criollo alejarse de Europa para sumergirse Europa.

Mientras que Europa desde tiempos incluso previos al Imperio Romano ya experimentaba sus primeros desangramientos internos, con pugnas entre pueblos hermanos que purgaban a sus mejores elementos raciales, Iberoamérica fue una tierra de encuentro paneuropeo. Las sucesivas oleadas de inmigrantes dejaban sus conflictos al otro lado del océano para permitirse un nuevo comienzo, uno en el que estarían lado a lado junto otros europeos, muchas veces descendientes de etnias que en Europa sufrían sangrientos conflictos, pero que en América se encontraban para aceptarse y fusionarse.

El criollo es nada menos que el paneuropeísmo hecho ser humano. En él fluyen sangres de diversas etnias europeas, pero que convergen en un solo corazón criollo.

Hay etnias europeas  conocidas por sus virtudes militares, otras por su talento artístico, algunas por su alto grado de organización, y así sucesivamente. La futura etnia criolla será reconocida por una virtud que ya posee: la hermandad intra-europea. Para algunos podrá parecer una virtud insignificante, o ni siquiera una virtud, pero considerando la baja natalidad de los pueblos blancos actuales, y que incluso en el año 2014, 100 años después de la Primera Guerra Civil Europea todavía existan desangramientos armados entre hermanos raciales (ucranianos y rusos, eslavos al igual que entonces), haber superado todas las disputas inter-étnicas mediante esta nueva estirpe constituye un mérito respetable.

Al encontrarse en el suelo americano, los europeos se alejaron de todas las divisiones nacionales, políticas, ideológicas, y religiosas que los fraccionaban, y se hermanaron con sus pares raciales iniciando una nueva historia. Así fue como el criollo, alejándose de Europa, se sumergió en la esencia de ella: en su raza, convirtiéndola en el pilar de su futura descendencia.

La mezcla inter-étnica europea, sobre la que hacíamos mención en su respectivo apartado, diluyó las etnias progenitoras, pero condujo a que los eurodescendientes pudieran sobrevivir y conservar su Identidad racial, legando a cada nueva generación la promesa del nacimiento de una nueva etnia blanca.

Las naciones blancas del mundo pronto se enfrentarán al desafío de ser o no ser, y ya sea por reflexión o sufrimiento entenderán que sólo la colaboración inter-étnica europea les asegurará un futuro. Debemos aprender de los pueblos Europeos que por siglos y hasta milenios han conservado sus vínculos identitarios y autoconsciencia étnica. Pero los pueblos de Europa también tienen mucho que aprender de los criollos, que a pesar de no ser suficientemente conscientes de su Identidad, hace siglos superaron el egoísmo étnico, avanzando a la solidaridad racial, y alcanzando la deseada paz entre hermanos europeos.

Surge una doble tarea para los criollos conscientes:

1. Romper el cerco psicológico que divide entre la mayoría criolla de clase alta, y aquella minoría de clase media dotada de mayor potencial revolucionario. Es indispensable neutralizar los efectos nocivos de la barrera clasista que, si bien ha blindado racialmente, priva a los criollos de clase alta del encuentro con sus pares no-burgueses que ya han avanzado hacia la afirmación plena de la Identidad criolla. Demostrar la fragilidad de la clase y la fortaleza de la Identidad; afirmar que las riquezas materiales son transitorias, mientras que el patrimonio más valioso y permanente es la herencia genética; concientizar en el hecho de que los privilegios de hoy son consecuencia de la voluntad europea del pasado, por lo que la acumulación de bienes materiales no es garantía de prosperidad, sino que la conservación de dicha voluntad y de su carácter europeo; en definitiva, exponer por todos los medios posibles cómo la primacía de la clase social ha enfermado el alma del pueblo criollo y contaminado su reputación ante la sociedad.

2. Generación de autoconsciencia étnica. Una  vez que a nivel teórico se han superado todas las pseudo-identidades provenientes del clasismo burgués y el nacionalismo chileno, se vuelve indispensable sellar la Identidad mediante una convivencia intra-étnica proyectada en el tiempo, y que en general significa la experiencia compartida de acciones, proyectos, y sentimientos que contribuyan a la identificación recíproca entre pares raciales. Internet debe ser una herramienta al servicio de la comunicación entre criollos, pero no la base del sentimiento e identificación recíproca entre éstos. La autoconsciencia étnica se debe experimentar por el contacto directo entre criollos, mediante la creación de espacios exclusivos donde festividades, tradiciones y eventos de trascendencia individual sean compartidos con el resto de la comunidad criolla. La etnia es un ente vivo, por lo que sus manifestaciones deben estar cargadas de un contenido vital y trascendente.

La autoconsciencia étnica es un gran paso, pero no el único, y desde ya podemos anticipar la dirección de los próximos. Y es que si bien en Chile el Paneuropeísmo se cumplió, hoy surge un nuevo desafío, original, transgresor, y ambicioso: el Pancriollismo, la unión de todos los criollos en una sola nación americana. Una misión tan trascendente y revolucionaria que podemos estar seguros de que el día que el Pancriollismo sea vuelva (nuestra) realidad, América nunca volverá a ser la misma.

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Notas

[1] Aparecen los primeros proyectos ideológicos marxistas, anarquistas y nacionalistas para amparar los intereses comunes de las clases bajas, y dotarlas de la unión organizada que la burguesía criolla ya poseía desde hace mucho, a partir de sus disputas con los españoles peninsulares.

[2] Ver el artículo Nationalism is Natural!, de Allan C. Park, con comentario adicional por el Doctor David Duke. Publicado en http://davidduke.com/nationalism-is-natural/

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