Entre raza y clase social:  Hacia la etnogénesis criolla (parte 1 de 3)

Entre raza y clase social: Hacia la etnogénesis criolla (parte 1 de 3)

Extensión: 6.355 palabras

 

ÍNDICE:

  1. LAS ETNIAS.
  2. LA MEZCLA INTER-ÉTNICA EN LA ETNOGÉNESIS
  3. ESTRATEGIAS DE PRESERVACIÓN ÉTNICA Y RACIAL
  4. LOS CRIOLLOS Y SU ETNICIDAD.
  5. RAZA Y CLASE SOCIAL.
  6. PARADOJAS DEL ANTI-CLASISMO EN CHILE.
  7. EFECTOS NEGATIVOS DEL CLASISMO EN LOS CRIOLLOS.
  8. LOS OTROS CRIOLLOS.
  9. LA GRAN VICTORIA DE LOS CRIOLLOS. REFLEXIONES FINALES.

 

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Introducción:

La defensa de la raza blanca y la identidad criolla en las Américas carece de suficiente respaldo ideológico y reivindicación a lo largo de la historia. Eso obliga a que las nuevas generaciones den los primeros pasos en un terreno desconocido, controvertido, pero que esconde los elementos indispensables para llevar a cabo una defensa integral de esta particular síntesis: la de sangre europea y suelo americano.

El siguiente trabajo, junto con retomar las interrogantes planteadas en la parte final de Realidad y Futuro del Nacionalsocialismo en el Chile del Siglo XXI, procura ofrecer una nueva perspectiva sobre algunos hechos históricos y factores cotidianos en la realidad social chilena, que además de explicar la situación actual de los criollos, ofrecen tímidas claves sobre cómo se puede dotar a éstos de aquello que hoy más carecen: una nación o etnia criolla.

Desde ya aclaramos que para efectos de este trabajo, los conceptos de “nación” y “etnia” han sido empleados indistintamente, por lo que deben ser entendidos como sinónimos.

Sin embargo, el mérito del siguiente ensayo no debe buscarse en la extensión y detalle de los datos proporcionados, sino que en la actitud anímica y ética propuesta a la hora de replantear la historia, y nuestras relaciones sociales en el escenario actual.

Conceptos clave: raza, etnia, clase social, autoconsciencia étnica.

  1. Las Etnias

 Actualmente se encuentra disponible en Internet una publicación aparecida en la Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Arturo Prat, titulada ¿Etnia, Pueblo o Nación? Hacia una clarificación antropológica de conceptos corporativos aplicables a las comunidades indigenas[1]. A lo largo de este trabajo, su autor, Horacio Larraín, analiza el uso que a lo largo de la historia y en la actualidad han tenido conceptos como Etnia, Pueblo y Nación[2], a fin de identificar el más idoneo para denominar a las comunidades indígenas que habitan Chile. Cabe mencionar que Larraín, junto con lograr de forma bastante aceptable lo desde un comienzo indicado en el título de su investigación – pues efectivamente consigue clarificar los conceptos objetos de su estudio –, no vacila en hacer menciones al factor racial o biológico, ni se desgasta en relativizar la existencia de las razas mediante los obligados lugares comunes que los antropólogos modernos deben ritualmente reiterar cada vez que hacen si quiera una tangencial mención sobre el tema.

Justo antes de exponer las conclusiones de su investigación, Larraín indica siete elementos distintivos que, en concordancia con el concepto de etnia por él trabajado, permitirían identificar si estamos o no en presencia de una ellas. Estos elementos son los siguientes:

a) Un origen racial indígena, aunque -como anota León-Portilla- sea fuertemente mestizado;
b) Una lengua común, cualquiera sea el estado de pérdida o de decadencia en que se encuentre. Incluso en el caso de nuestros atacameños, la extinción de la lengua no es óbice a la existencia de supervivencias lingüísticas; toponímicas o rituales, como de hecho sucede;
c) Expresiones culturales comunes, compartidas por la mayor parte de la comunidad, máxime al nivel del rito y la ceremonia de origen ancestral;
d) Un territorio que usan en común, sea porque emplean sus bofedales y vegas de altura, en forma comunitaria, sea porque mantienen en la familia extensa, las tierras agrícolas que la sociedad chilena les ha obligado a poseer a título privado, so pena de perderlas;
e) Una auto-conciencia de su ser propio, esto es, auto-conciencia de su identidad como “pueblo”. Auto-identificación étnico-cultural.
f) Una tendencia, aún perceptible, a la endogamia étnica, si bien el fuerte mestizaje debilita más y más estos lazos de parentesco intra-étnico. La presencia de apellidos claramente reconocibles como originarios y propios de determinadas aldeas o caseríos y su repetición casi mecánica, en ellos revelan la fuerte dosis de endogamia aún vigente.
g) La conservación de algunas expresiones artísticas y artesanales propias de la etnia. Un caso es la presencia de alfarería en varios pueblos atacameños. Del trabajo textil o de cestería, según los recursos disponibles, en otros pueblos.

Si bien esta lista de elementos distintivos de las etnias es bastante completa, la forma de redacción que existe entre los puntos a) y f) nos parece que induce a equivocaciones. Por una parte, en el punto a), se señala como elemento étnico necesario el origen racial comun “aunque fuertemente mestizado”, y por otra parte, en el punto f), se reconoce que “el fuerte mestizaje debilita más y más estos lazos de parentesco intra-étnico”. De este modo, no queda claro si el mestizaje es entendido por el autor como una posible fuente de identidad étnica, o por el contrario, como un fenómeno que atenta contra el vínculo existente entre sus integrantes.

 La única forma de salvar esta contradicción, y que el origen racial común “fuertemente mestizado” pudiese llegar a servir como elemento base y distintivo para una etnia, sería que en algún momento el proceso de mestizaje se detuviese, y que a partir de entonces se produjesen cruces exclusivamente endogámicos de la población ya mestizada. En caso contrario, si el mestizaje llegase a convertirse en un proceso ininterrumpido a lo largo de sucesivas generaciones, y en definitiva, nunca se detuviese, la etnia original necesariamente experimentaría una transformación tras otra, dando lugar a una progresiva inestabilidad de los lazos de parentesco étnico mestizo.

 Independiente de esta aparente contradicción, de nuestra lectura concluimos que lo elemental es que el sustrato racial de la etnia permanezca homogéneo y estable.

 Sin embargo, la raza no tiene por requisito indispensable la pureza absoluta[3], y por tanto, tampoco la etnia basada en dicha raza[4], por lo que un grado menor de mestizaje no se opone necesariamente a la existencia étnica y su proyección hacia el futuro mediante cruces endogámicos.

 Hechos estos alcances, podemos sintetizar los referidos siete elementos como sigue:

a) Origen racial comun;
b) Lengua común;
c) Expresiones ceremoniales ancestrales comunes;
d) Territorio común;
e) Auto-conciencia de su ser propio, esto es, auto-conciencia colectiva.
f) Tendencia a la endogamia étnica.
g) Conservación de algunas expresiones artísticas y artesanales propias de la etnia.

 Cabe señalar que no todas las etnias han reunido copulativamente todos y cada uno de estos elementos, pudiendo verificarse variaciones y consiguiente falta de homogeneidad en lo racial, lingüístico, territorial, artístico, entre otros, de allí que la referida lista no pueda ser entendida como una suerte de “receta” para crear etnias, sino que como una referencia a los factores más comunes en la generación del fenómeno étnico. Sin embargo, existe uno de estos elementos que resulta totalmente indispensable, al extremo de poder afirmar que de él depende la existencia de las etnias como nosotros las entendemos; este factor es el contenido en el literal e).

 Y es que así como en la raza lo determinante para definir la pertenencia radica en la afinidad fenotípica/genotípica, en el caso de la etnia dicho papel lo cumple la autoconciencia etnica intersubjetiva, esto es, la asunción que una colectividad hace del carácter único de su propia identidad, sumado a una identificacion recíproca entre el individuo y sus pares. En otras palabras, consiste en un reconocimiento compartido al interior de un grupo humano en cuanto conformar una entidad colectiva única, diferente de las demás, vinculada con un pasado común, y una tendencia a compartir un similar destino. De este modo, mientras la pertenencia racial se define por un factor objetivo que por lo general es facilmente constatable, la pertenencia étnica lo hace por un factor subjetivo, mucho más sutil y complejo que el primero.

 Tras lo recién expuesto, alguien podría plantear la hipótesis de que bastaría con que un grupo humano cualquiera (por mera excentricidad, o incluso a la fuerza) comenzara a reconocerse como diferente a los demás y a generar identificación entre sus pares para auto-proclamarse como una nueva etnia. ¿Podría un grupo de estudiantes, sindicato, partido político, o junta de vecinos afirmar que por su vinculación e identificación intersubjetiva recíprocas han constituido una nueva etnia? Evidentemente no, y es que si bien la autoconsciencia colectiva (que de ahora en adelante llamaremos auto-conciencia étnica) es el elemento distintivo y más relevante de toda etnia, ésta no basta por si sola para su conformación, sino que debe basarse en uno o más elementos objetivos comunes que necesariamente sean de trascendencia generacional (como los enunciados en la ya referida lista).

Esta autoconsciencia, que está muy lejos de ser pura arbitrariedad, pone énfasis en uno o más elementos de trascendencia generacional para determinar la pertenencia étnica, y así trazar la frontera que diferenciará entre semejantes y extraños, entre “Nosotros” y “Ellos”. A pesar de que en todas las etnias existen componentes raciales, históricos, artísticos, lingüísticos, religiosos, etc., no siempre reciben el mismo énfasis dentro de la escala de valores de cada etnia. Esto varía de un caso a otro dependiendo del tipo de diversidad presente en el entorno de cada etnia, esto es, los grupos humanos con que deban interactuar en su devenir, forzándolas a reconocer tanto lo que une a sus integrantes, como lo que diferencia a éstos de sus vecinos. Por ejemplo, en un entorno de marcada diversidad lingüística, la propia lengua de una etnia tendrá un alto valor para determinar quién pertenece a ella y quién no; lo mismo en un contexto de alta diversidad racial, religiosa, etc.

 El proceso por el cual un grupo de personas adquiere etnicidad, esto es, una identidad grupal que los define como grupo étnico, y que es el resultado de la interacción de los factores objetivos y subjetivos ya mencionados, se llama etnogénesis.

 Los factores objetivos sobre los que se estructura cada etnia nos informan en dos sentidos: en primer lugar, sobre la diversidad humana que rodeó a una determinada comunidad a lo largo de su respectivo proceso de etnogénesis, y en segundo lugar, sobre la valoración social, política y principalmente moral, que sus integrantes le reconocen a los factores objetivos que han servido de núcleo para la respectiva etnia[5].

  1. La mezcla inter-étnica en la etnogénesis

 La mezcla inter-étnica y la mezcla interracial son fenómenos diferentes con consecuencias igualmente diferentes. Ambos transforman a las etnias que las experimentan, pero la gran diferencia radica en que mientras en el primero los lazos raciales se conservan, en el segundo se debilitan.

 La mezcla entre etnias europeas ha sido un fenómeno recurrente en la historia. Las etnias que la han experimentado han sufrido transformaciones que han afectado de manera permanente a sus Identidades originales. Sin embargo, la fuerza de las circunstancias, y más importante aún, el hecho de que este fenómeno ocurra entre pueblos racial y culturalmente afines, ha permitido que nuevas etnias europeas nazcan, en una suerte de muerte y renacer interminables que han acompañado la etnogénesis de todos los pueblos europeos que existen y han existido. Por ejemplo, si la Península Ibérica fue habitada – en diversas épocas –, por íberos, celtas, visigodos y romanos, y en la actualidad éstos ya no existen, pero sí castellanos, catalanes, gallegos y vascos – entre otros –, no se debió a una aniquilación de los primeros y reemplazo por lo segundos, sino que a una transformación étnica y continuidad racial entre estos dos conjuntos de pueblos, étnicamente diferentes, pero racialmente afines.

 De esta forma, la mezcla entre etnias europeas puede ser legítimamente vista tanto como fenómeno negativo (por quienes la consideran una amenaza la continuidad identitaria de sus propios pueblos) como positivo (por quienes ven en ella el origen de sus respectivos pueblos). Por esta razón, no es posible afirmar objetivamente la bondad o maldad intrínseca de la mezcla inter-étnica europea: en ella se encuentra el germen tanto de la conservación como de la transformación de la actual diversidad de los pueblos europeos de todo el mundo.

La actual diversidad étnica europea comprende una amplísima gama de expresiones en costumbres, moral, religión, política, economía, etc., pero que reconoce como principal punto de partida la indivisible amalgama biológico-espiritual que es la raza (que en este caso, es aquella conocida comúnmente como “raza blanca”). Esta diversidad étnica europea ha sido el resultado de un complejo proceso de adaptación que la raza blanca ha experimentado en sus diversos entornos.

Cada una de las Identidades europeas refleja en sí alguno de los muchos caminos que por miles de años ha recorrido la raza blanca en Europa y el mundo, por lo que cada Identidad goza del altísimo mérito de ser un fragmento y testimonio vivo de la historia blanca mundial; Identidad que jamás ha dejado de desarrollarse entre triunfos, fracasos, deseos, temores, fortalezas y debilidades, y que por lo tanto, al compartir la imperfección inherente al ser humano, no se nos presenta como abstracción extraña, sino que familiar, como la cotidiana, inocente y salvaje realidad.

  1. Estrategias de preservación étnica y racial

Dado que el número de sus diversas poblaciones todavía lo permite (aunque no por mucho más tiempo), la estrategia de supervivencia colectiva en Europa debiese consistir en un imperativo tendiente a la conservación de cada una de sus etnias europeas locales, mediante procreación intra-étnica. Este imperativo de conservación jamás debería derivar – como ha ocurrido incontables veces – en una hostilidad que ponga en riesgo la existencia de los demás pueblos europeos.

Sin embargo, en entornos donde la población blanca constituye una minoría proveniente no de una, sino que de diversas etnias europeas, la estrategia de supervivencia colectiva debiese consistir en un imperativo tendiente a la conservación de la raza blanca mediante procreación inter-étnica pero intra-racial.

 Para muchos nacionalistas e identitarios en Europa esto último podría sonar como una apología a la mezcla inter-étnica, o una suerte de desprecio a la existencia y conservación de la diversidad de sus respectivas etnias. Esta estrategia de supervivencia colectiva no tiene por fundamento un rechazo a las diferenciación étnica europea, ni la asunción de la igualdad de la especie humana, ni mucho menos un afán homogeneizador de las diversidad. Se trata simplemente de la aplicación de un principio altruista en servicio de la comunidad; un principio que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes; un principio que muy bien enunciaron los viejos nacionalsocialistas alemanes con la máxima Gemeinnutz geht vor Eigennutz (“bien común por sobre el individual”).

 Reflexionando en una línea altruista, donde lo prescindible se posterga ante lo indispensable, nos parecería correcto que una persona se sacrificase por su familia, varias familias por su comunidad, o varias comunidades por su etnia. En ese sentido, resulta coherente con lo anterior que en un contexto donde no exista otra alternativa de supervivencia colectiva – siendo la población blanca una minoría proveniente de diversas etnias europeas situada en medio de una mayoría no-blanca –, sea la diversidad étnica europea la que se sacrifique en nombre de la continuidad racial blanca.

 Dado que la raza blanca constituye la materia prima indispensable para la conformación de las etnias europeas, resulta éticamente correcto desde un punto de vista altruista sacrificar la diversidad étnica europea en nombre de la supervivencia racial blanca; y dado que una vez preservada la raza blanca se abren posibilidades para que a partir de ella se produzca la generación de nuevas etnias de igual origen racial, resulta correcto desde un punto identitario, dado que la diversidad europea afectada no se anularía totalmente, sino que simplemente se transformaría adoptando nuevas expresiones. En otras palabras, dado que es la raza blanca la que ha dado vida tanto a las culturas como etnias de origen europeo, en situaciones extremas (como las actuales) resulta forzoso sacrificar estas últimas a fin de preservar la primera.

 En nuestro caso, la única razón por la que desde los tiempos de la Conquista de América hasta el día de hoy aún existen en el continente enclaves de raza y cultura blancas – además de las sucesivas migraciones europeas posteriores –, es la procreación inter-étnica e intra-racial que han llevado a cabo los eurodescendientes de Norte a Sur. Se haya querido o no, se sacrificaron las particularidades étnicas y culturales en nombre de la continuidad del ente racial que las generó.

 La realidad de la actual presencia de poblaciones europeas en las Américas es un hecho que nadie discute, sin perjuicio de los debates vigentes sobre la época exacta del comienzo de las primeras migraciones, la valoración del impacto que tuvo a lo largo del continente, y su cantidad actualmente existente en aquellos países donde no hay interés por parte del Estado en censar racialmente.

 Mediante un análisis fenotípico – o mejor aún, genotípico – es posible determinar si una persona pertenece a una u otra raza, sin que la opinión del sujeto analizado tenga mayor incidencia en el resultado, y en ese sentido, la clasificación depende mucho más de un criterio objetivo que subjetivo. A través de tal ejercicio, se puede identificar quienes en las Américas son de raza blanca y quienes no lo son. Simple.

 Pero la respuesta se vuelve mucho más compleja cuando nos preguntamos, ya no por la raza, sino que por la etnicidad de dicha población de raza blanca. En otras palabras, y considerando las ideas de etnia y etnogénesis anteriormente expuestas, nos enfrentamos a la pregunta: ¿constituye esta población blanca una etnia?

  1. Los criollos y su etnicidad.

Los criollos corresponden a aquella población de América que es continuadora de la herencia bio-psico-cultural europea (principalmente sud-europea), y que en Chile es de origen mayoritariamente hispánico. Por esta razón, la palabra “criollo” en América, al igual que “böer” en Sudáfrica o “ario” en la India Védica, no representa a una raza “nueva”, sino que es otra de las tantas nomenclaturas locales surgidas para referirse a una misma población europea, pero en contextos espaciales y temporales diferentes.

 A partir de la Conquista de Chile (1541) se dio inicio a un sostenido proceso de mestizaje entre indígenas y europeos. Por cada nuevo mestizo engendrado y criado, dejaba de nacer un eurodescendiente (español, y posteriormente criollo), por lo que la población blanca junto con no aumentar, contribuyó a incrementar la cantidad de mestizos, es decir, extranjeros raciales.

 No obstante el universalismo católico, la evangelización de los indígenas, y la desventaja numérica a que los colonizadores españoles se expusieron de manera casi suicida, la diversidad de las naciones y razas fue aceptada como una realidad cotidiana y tan presente, que dio origen a un extravagante sistema de clasificaciones raciales, compuesto de un número de categorías directamente proporcional a las mezclas interraciales verificadas a lo largo de la historia colonial[6]: Era indiscutiblemente una época de realismo racial.

Por aquel tiempo, el destino (político, económico, militar, etc.) de Chile se hallaba completamente en manos europeas, y las principales tensiones al respecto no se generaron sino entre dos poblaciones igualmente intra-europeas: españoles peninsulares, y criollos. A lo largo de la Colonia, la ingerencia ultramarina de la metrópoli y la Iglesia Católica pasó a ser percibida como contraria a los intereses criollos, y preocupada más en asegurar el fortalecimiento de sus específicas instituciones estatales y religiosas, que en garantizar una reciprocidad mutuamente respetuosa entre la autoridad imperial y las comunidades locales de sus súbditos.

 A pesar de tratarse de una minoría, el reconocimiento de la diversidad humana local, la endogamia racial, y la progresiva tensión política, social y económica hacia los peninsulares, prepararon el camino para que los criollos, en un proceso más instintivo que racional, dejaran de reconocerse como españoles, y pasaran a hacerlo como una Identidad colectiva y autoconsciente; poco a poco se había configurado un escenario favorable para la etnogénesis criolla, permitiendo que la población blanca local pudiese dar el siguiente paso, avanzando desde la unidad racial hacia la afirmación de su identidad colectiva como única y diferente a las demás. Había llegado el momento propicio para que la raza blanca diera a luz una nueva etnia, una que pasaría a engrosar la gran familia de castellanos, vascos, alemanes, italianos, y demás pueblos europeos del mundo.

Pero algo salió mal.

Tras el proceso de independencia política iniciado en 1810, y siguiendo la estrategia jacobina de la Revolución Francesa, la República de Chile declaró la igualdad de todos los hombres, aglutinándolos política, social, y por supuesto, racialmente, mediante la artificial y homogeneizante nacionalidad “chilena”. Ello significó que ante la República, sus autoridades, y leyes, toda la diversidad étnica y racial que ya había sido fuertemente golpeada durante la Conquista y la Colonia, pero que aún sobrevivía mediante el sistema de castas coloniales, pasara a ser derechamente negada. Se buscaba construir una nueva realidad social basada en la igualdad ilustrada, a costa de terminar de destruir la escasa diversidad humana natural que había logrado sobrevivir al bilateral genocidio del mestizaje.

Cuando lo que se desea es ejercer hegemonía mediante un único sistema y sobre la mayor cantidad de pueblos, las particularidades humanas (razas, sexo, lenguas, patrias, creencias religiosas, valores, normas sociales, jerarquías locales, altruismo intra-étnico, aversión inter-étnica, etc.), se convierten en una desagradable piedra en el zapato. Para perseverar en esto, sólo existen dos alternativas:

  1. Conseguir su funcionamiento sacrificando al sistema y adaptándolo previamente a las múltiples particularidades humanas, o bien;
  2. Conseguir su funcionamiento sacrificando todas las particularidades humanas que impidan su aplicación igualitaria.

La Modernidad, que incubada silenciosamente realizó su formal declaración de guerra en 1789, así como todos sus productos derivados con que no ha roto sintonía, es un proyecto al que sus autores, con una mezcla de racionalidad, ingenuidad y brutalidad, le asignaron la segunda de las alternativas señaladas. Por lo dicho, se entiende que cuando en 1810 las ideas de la Ilustración tocaron la puerta de Chile, la aplanadora raciofóbica de la Modernidad no viera con buenos ojos la existencia diferenciada de criollos, mestizos e indígenas.

Sin embargo, la Modernidad no es un ente vivo, sino que una estructura de pensamiento/acción implementada por los hombres, y dado que en este caso el destino de Chile se hallaba en manos criollas (y sus autores y portadores fueron de origen igualmente europeo), es en ellos que debe reconocerse a los responsables de la apertura del pensamiento moderno a estas tierras.

Ya fuera por ignorancia, odio a España, o la simple euforia inherente a todo proceso de emancipación, criollos y mestizos fueron los pioneros en identificarse con la nueva y vacía nacionalidad chilena. En cambio, los pueblos indígenas, etnias en el más pleno sentido de la palabra, conscientes de no formar parte de una nacionalidad chilena que les resultaba igual de ajena que la española, se mantuvieron fieles a sus Identidades; una actitud suficientemente reprochable a los ojos del naciente burgués ilustrado, que por medio de violencia igualmente ilustrada, se encargaría de dar un inolvidable correctivo a los pueblos “retrasados” y “barbáricos” que se atrevieran a apartarse del camino lineal hacia el progreso. Y es que no siendo suficiente la amalgama racialmente inconexa de criollos y mestizos, fue necesario que en nombre de la nacionalidad chilena y su “prometedor” proyecto político unitario, se absorbiera a la fuerza a todas las etnias indígenas existentes de Norte (Guerra del Pacífico) a Sur (Pacificación de la Araucanía).

Mientras que por falta de mujeres blancas y una trágica tolerancia al mestizaje los primeros conquistadores españoles dieron inicio al proceso de mezcla racial, por ambiciones político-económicas y una ingenua fe en el progreso, los primeros revolucionarios criollos dieron inicio al avance de las ideas ilustradas, y con ellas, de la Modernidad. Una triste tradición de pecados mortales que fue transmitida de padres a hijos, donde el primero significó condenar a los criollos a ser una minoría, y el segundo resultó, no en su destrucción física, sino que en el aburguesamiento y neutralización de la autoconsciencia étnica: la generación de un blanco cadáver embalsamado y bellamente maquillado.

Extracto del decreto fechado en Santiago, el 3 de junio de 1818 y publicado en la gaceta Ministerial de Chile el día 20 del mismo mes, es el que permitió a los nacidos en Chile, incluyendo a los aborígenes o indios del país, llamarse chilenos. El texto original rezaba (el destacado es nuestro):
«Después de la gloriosa proclamación de nuestra Independencia, sostenida con la sangre de sus defensores, seria vergonzoso permitir el uso de fórmulas inventadas por el sistema colonial.
Una de ellas es denominar españoles a los que por su calidad no están mezclados con otras razas, que antiguamente se llamaban malas. Supuesto que ya no dependemos de España, no debemos llamarnos españoles, sino chilenos . En consecuencia, mando que en toda clase de informaciones judiciales, sean por vía de pruebas en causas criminales, de limpieza de sangre, en proclama de casamientos, en las partidas de bautismo, confirmaciones, matrimonios y entierros, en lugar de la cláusula: Español natural de tal parte que hasta hoy se ha usado, se sustituya por la de chileno natural de tal parte ; observándose en los demás la formula que distingue las clases: entendiéndose que respecto de los indios no debe hacerse diferencia alguna, sino denominarlos chilenos, según lo prevenido arriba.
Transcríbase este derecho al Señor Gobernador del Obispado, para que lo circule a las Curias de esta Diócesis, encargándoles su observancia y circúlese a las referidas corporaciones y jueces de Estado; teniendo todo entendido que su infracción dará una idea de poca adhesión al sistema de la América y ser un suficiente mérito para formar un juicio infamatorio sobre la conducta política del desobediente para aplicarle las penas a que se hiciere digno». Promulgado por Bernardo O’Higgins Riquelme.

Fue a la luz del proceso de emancipación que la población blanca se reconoció cada vez menos criolla y cada vez más chilena, pasando de identificarse con sus pares y ancestros europeos, a hacerlo con un conglomerado multirracial mayoritariamente mestizo, donde lejos de hallar a sus “connacionales”, sólo podría encontrar extranjeros raciales. Para toda persona, especialmente en condiciones de minoría étnica o racial, identificarse con un conglomerado racialmente ajeno conduce a desviar escasas y valiosas manifestaciones de altruismo, beneficiando a un grupo externo a costa del propio. Mientras la población blanca de Chile siga reconociéndose ante todo, o exclusivamente, como “chilena”, corre el riesgo – como ha ocurrido – de priorizar una identidad jurídica y artificial por sobre otra biológica y real, erradicando su herencia genética mediante cruces con “otros chilenos” que en realidad no son otra cosa que – nuevamente –extranjeros raciales.

La pretensión de unidad, control político e igualación forzada condujo a que, sin perjuicio de que la población blanca local continuase su existencia biológica, ésta dejara de reconocerse como única y diferente en términos raciales. Para el hombre blanco despertar como chileno significó entrar en coma como criollo, y el cauce natural que debía seguir tras finalizar el control político, jurídico y económico de España, conservando la tradición y avanzando hacia una nueva forma de europeidad americana, se vio violentamente interrumpido por la adopción de un modelo de sociedad fundado en la progresiva eliminación biológica de sus raíces raciales y el olvido del ser europeo.

A pesar de la existencia de diversos factores de trascendencia generacional idóneos para la etnogénesis criolla – entre ellos, la raza – la ausencia de autoconsciencia étnica lo impidió y lo sigue impidiendo hasta el día de hoy, y es que, como se indicó, la autoconciencia étnica es el factor distintivo y presupuesto esencial en el fenómeno étnico. Así es como nos encontramos con que en Chile existe población de raza blanca, pero no una etnia o nación de dicho origen.

Y siendo esto así, podríamos preguntarnos, ¿es esto un problema? Y de ser así, ¿vale la pena encontrarle una solución?

Si sólo se puede luchar por lo que se ama, amar lo que se respeta, y respetar aquello que a lo sumo se conoce, entonces los criollos que ignoran su existencia jamás podrán defenderla. Un grupo humano que se ignora a sí mismo se vuelve indiferente ante las manifestaciones de su propia destrucción, ya sea por manipulación cultural, violencia física, o mezcla racial. Un grupo humano que se ignora a sí mismo sólo podría sobrevivir bajo un status quo favorable que artificialmente lo aísle del conflicto, garantizándole todo lo indispensable para su casi autómata existencia. Pero si repentinamente las condiciones favorables cesasen, dicho grupo humano quedaría expuesto a las duras consecuencias de la adversidad, sin poder recurrir de manera idónea al vínculo entre semejantes como estrategia de supervivencia colectiva.

Si olvidamos el pasado, desconoceremos el verdadero sentido del presente; si ignoramos el presente, nuestro futuro quedará entregado a lo que otros decidan hacer con él. En el caso de los criollos, desde el momento que éstos renunciaron a definirse y determinarse conforme a su verdadero ser, quedaron expuestos a que agentes externos hagan dicho trabajo, pero en un sentido totalmente lejano a sus intereses identitarios.

Sin autoconciencia étnica – y por tanto, sin una etnia – la población blanca de Chile está condenada a desaparecer.

Las decisiones raciales no impactan a quién las toma, sino que a sus descendientes. Los aciertos y errores al respecto dependerán del grado de altruismo a favor de nuestros semejantes que nos permita hacer primar a éstos por sobre nuestros caprichos individuales. Pero si el altruismo se ha desviado en favor de un grupo distinto del nuestro, y además se pierde la capacidad para distinguir entre quienes son nuestros semejantes y quienes no, podemos anticipar una interminable sucesión de pésimas decisiones raciales. Cuando una persona blanca renuncia a su identificación como europea (o pos-europea, si se quiere) pasando a reconocerse en las poblaciones mestizas e indígenas, no se genera automáticamente su muerte individual, sino que se declara tácitamente el deseo de dar muerte a sus futuros hijos.

Respondiendo la interrogante sobre la importancia de la ausencia de una etnia blanca, y de la autoconsciencia étnica que ella requiere, deberíamos decir: Depende. Para personas de un origen racial distinto al europeo, este tema difícilmente revestirá el carácter de una causa trascendente o justa; no es su problema, por lo que no se sienten llamados a buscarle su solución. La verdad es que a la mayoría mestiza no le importa si el día de mañana los blancos desaparecen de Chile para siempre, por lo que no hay que perder el tiempo buscando entre ellos la comprensión y apoyo que hace falta. En cambio, para los criollos necesariamente se trata de una situación problemática, relevante, donde está en juego la continuidad bio-psico-cultural de un tipo humano único, y por lo tanto para ellos se reduce a una cuestión de vida o muerte.

  1. Raza y clase social

Tras el avenimiento de la República, quedó vedada para siempre la afirmación oficial de cualquier identidad que no fuese la chilena. Como toda nacionalidad liberal contractualista, en la chilenidad lo determinante para ser considerado “nacional” es el cumplimiento de formalidades jurídico-burocráticas, y no la afinidad identitaria entre la persona y el pueblo al que se incorpora. Este vacío de contenido en las nacionalidades modernas se entiende por su visión antropológica y misión expansiva, y es que a menor contenido identitario, más fácil resulta extenderse sobre más pueblos, un rasgo propio de las corrientes igualitaristas.

Sin embargo, con el correr de los años, la inicialmente vacía nacionalidad chilena comenzó a adquirir un nuevo significado. La chilenidad pasó a ser identificada con el perfil humano de la mayoría de la población, esto es, mestizo en lo racial y europeo en lo cultural. Pasar de una nacionalidad genérica y vacía a otra identificada con un tipo humano ajeno, no reportaba ningún beneficio identitario a los criollos, pues luego de desproveerse de su Identidad natural, se asignaron a sí mismos otra racialmente extranjera.

Los criollos no supieron hacer la distinción necesaria entre política e Identidad, y el mal prestigio de la gestión administrativa de España en las Américas pasó a contaminar la identificación de los criollos con su herencia identitaria hispánica. El prejuicio hacia España y los peninsulares arrojó a los criollos a los brazos de la chilenidad, quienes prefirieron identificarse con esta nueva identidad por ser un símbolo de vida política independiente, y no por hallarse en sintonía real con sus raíces europeas. Así, el nicho de la identidad colectiva criolla fue ocupado por la nacionalidad chilena. La pregunta por el ser – “¿Quiénes somos?” – quedó respondida de una vez y para siempre: “somos chilenos, y punto”, sin nuevos intentos por reencontrarse con dicha vital interrogante, y con las Identidades que la República y la Modernidad habían aplastado a su paso.

De una manera bastante ingenua, las nuevas autoridades de la República de Chile asumieron que, dejando de reconocer la diversidad racial a nivel institucional (y con el tiempo adoptando el axioma de que todos los chilenos eran mestizos), se lograría evitar el conflicto racial y generar una mayor unidad “nacional”; actitud equivalente a pensar que un problema pueda desaparecer sólo por dejar de hablar de él. Desde entonces, y hasta el día de hoy, se renunció a censar la realidad racial del país, y “por decreto” se declaró la hibridez racial igualitaria para todos los habitantes de Chile.

Cada vez que el ser humano moderno y su arrogancia antropocéntrica han intentado torcer la mano a la Naturaleza, ésta no sólo consigue igualmente manifestarse, sino que lo hace de maneras bastante más desagradables a cómo habría sido de haberla dejado operar con espontaneidad. Eso fue lo que ocurrió en Chile, y tras la negación de la diversidad racial y la asunción de una nacionalidad ajena, los criollos se dirigieron hacia una nueva forma de diferenciación social, ésta vez no basada en vínculos naturales, étnicos y armónicos, sino que artificiales, materialistas y mucho más conflictivos.

En efecto, como Alain de Benoist sostiene (la traducción al castellano es nuestra):

La valorización del trabajo, originalmente sostenida por la burguesía como una reacción a la desinteresada y por tanto “improductiva” nobleza, proveyó el primer sustituto para la identidad. Dentro de una industrializada división del trabajo, los logros individuales crean un deseo de reconocimiento, basado en el hecho de que uno tiene un trabajo, y en el sentimiento de orgullo resultante de “un trabajo bien hecho”. Pero la nueva división social también transformó a la clase social en un sustituto para la identidad colectiva. En el siglo 19, la guerra de clases jugó un papel por mucho subestimado en cuanto a identidad se refiere. Pertenecer a cierta clase representa un estatus (el estatus es la identidad del sujeto tal como se define por una institución) y las clases crean su propia cultura específica. La guerra de clases permite a nuevas identidades cristalizar, porque la clase no está sólo definida por una actividad socio-económica sino que también por una referencia antropológica a los fundamentos naturales de la sociedad. Como Lamizet lo plantea “Las clases reconocen la naturaleza controversial y dialéctica de las diferencias entre grupos dentro del espacio público”[7].

Los criollos ya habían experimentado la discriminación clasista a manos de los españoles peninsulares, por lo que la identificación entre pares, el nepotismo, y el pragmatismo por la hegemonía ya les resultaban familiares en los años posteriores a la Independencia. Fue así como ante una República basada en una nacionalidad transracial, la pretensión de la igualdad ilustrada, y la negación/olvido de los vínculos raciales, la Identidad se manifestó mediante el florecimiento y fortalecimiento del más salvaje clasismo al interior del núcleo criollo.

Notas

[1] Larrain, Horacio (1993): ¿Etnia, Pueblo o Nación? Hacia una clarificación antropológica de conceptos corporativos aplicables a las comunidades indígenas; Revista de Ciencias Sociales (CI), numero 002, Universidad Arturo Prat, Iquique, Chile; Págs. 28-53.

[2] Para nosotros, y siguiendo la investigación de Horacio Larrain, “Etnia” y “Nación” son palabras distintas que se refieren exactamente a la misma idea, siempre y cuando – y como se hará de aquí en adelante – se entienda a la segunda a la luz de su concepción premoderna. Por esta razón, y reiterando la advertencia hecha en la introducción, aclaramos que a lo largo de este ensayo utilizaremos una y otra palabra de manera indistinta.

[3] “La raza no se define por una pureza estricta, sino que por la posesión de una forma física general (las características antropológicas generales asociadas con una raza), la forma espiritual general asociada a ella, y el estilo cultural e identidad que está sociológicamente vinculada con la raza”. (Lucian Tudor, Ethnic and racial relations: ethnic states, separatism, and mixing, publicado en http://www.counter-currents.com ).

[4] Sallis, Ted; Pureza racial, intereses étnico genéticos y el caso Cobbs, publicado en http://www.counter-currents.com/

[5] “La identidad no puede ser limitada a identificaciones del sujeto, sino que también sujeta a presiones e influencias externas. Para el individuo y para el grupo, la identidad implica constantes idas y vueltas entre los sentimientos de adentro y las presiones del exterior (…) Por supuesto, la relación con otros puede ser tanto empática como hostil. Giovanni Sartori está en lo correcto al decir que “la otredad es un complemento necesario de la identidad: somos lo que somos, en la manera que somos, dependiendo de lo que no somos y en la manera en que no somos” (…) Pero esto está también en el centro del problema de la identidad, porque cada identidad, cada conciencia de identidad supone la existencia de otros. (e.g., Robinson en su isla no tiene identidad; él gana una cuando Viernes llega). Las identidades son forjadas a través de la interacción social, por lo que no hay identidad fuera de las relaciones con otros. La identidad étnica descansa en la misma idea: nunca es puramente endógena, sino que está “basada en la categorización por otros y la identificación a un grupo particular” (Alain Policar). Ya que la identidad es lenguaje, cada lenguaje implica diálogo. El diálogo en sí mismo contiene su parte de posible conflicto, en el sentido de que es una confrontación.

Cada identidad implica un diálogo. Esto significa que el ser puede sólo volverse autónomo si tiene una identidad relacionada con el diálogo. Pero eso también significa que el otro es parte de la propia identidad, porque él ayuda a alcanzar su realización” (De Benoist, Alain; On Identity, originalmente aparecido en éléments 113 (Verano 2004). Traducido al inglés por Kathy Ackerman y Julia Kostova; p. 39. La traducción al castellano es nuestra.

[6] Véase “Sistema de castas colonial”.

[7] De Benoist, Alain: On Identity…cit, p. 20-21

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