Todo lo que tiende a separarse de lo que es distinto, tiende a unirse a lo que es afín. De modo que todo lo que es «separatista» de algo, es a la vez «unionista» de otra cosa.
No tendría sentido que los identitarios de Escocia, de Cataluña, de Gales o de Río Grande do Sul, quisieran separarse para no tener relación con nadie, en un momento en el que la identidad blanca enfrenta un verdadero genocidio.
Pero tampoco tendría sentido que esas identidades no tomaran distancia de los países artificiales que las contienen dentro de unas fronteras ficticias cuando no nefastas.
Confederarse, es un modo natural de acercarse entre identidades que forman parte de una identidad más grande, más general que las contiene a todas con sus matices y particularidades.
Hoy defendemos que esa gran identidad no se pierda. Por eso debemos cambiar de paradigma: los países iluministas, multiculturales, así como la unión por motivos económicos o religiosos, no es más que la base misma del fracaso y de la catástrofe que recién está siendo admitida y que ira creciendo rápidamente con el paso del tiempo.
Somos separatistas de lo artificial y unionistas de lo natural, en el marco de la lay natural, de la organicidad y del comunitarismo identitario.
Forzar el fracaso no es más que aumentar el sufrimiento y la imposibilidad de defenderse y sobrevivir, como identidades particulares dentro de una identidad étnica que está en grave peligro a nivel global.