En veinte años más habrá un movimiento separatista no-étnico dentro del territorio chileno y, muy probablemente, triunfará.
No, lamentablemente no será un movimiento indígena ni criollo ni nada que se le parezca. Es más, se basará en el despreciable Ivs Soli, pero bueno, no se puede pedir que el país cambie en veinte años lo que se le ha adoctrinado e impuesto por cientos de años. Pero separatismo habrá, quizás no violento, pero sí democrático: la gente afectada apoyará en masa la iniciativa.
Pese a anexarse el Norte y el Sur, el imaginario chileno nunca incluyó estos dos lados, algo no extraño, teniendo en cuenta que la mayor parte del país está viviendo concentrada en la Zona Central. Peor aún, el Norte es visto como un desierto inhóspito, hostil y hasta deshabitado; esto no es tan alejado de la realidad, bastando observar la densidad poblacional de tan grande extensión territorial.
Para el espíritu patriota, el Norte tiene importancia debido a la Guerra del Pacífico y contra la Confederación Peru-Boliviana, importancia que, paradójicamente, saca a relucir lo poco importante que tiene el Norte: se habla de la sangre derramada, se habla del territorio conquistado, se habla del mar que Chile posee, pero jamás se habla de su gente, reflejando una valoración basada en un profundo utilitarismo: es el mar con su pesca, es el desierto con sus minerales.
Peor aún, son ignoradas algunas causas humanitarias de la Guerra del Pacífico: no sólo se combatió por territorio y recursos, sino también por la población «chilena» que habitaba en dichos territorios, es decir, el componente humano, lo que –para un verdadero nacionalista– debería ser lo que realmente importa.
Crudamente, el Norte se ha tomado como una simple fuente de recursos para alimentar de recursos al país, siendo utilizados éstos por el resto del país, y siendo devuelto un porcentaje de éste al lugar de origen de los mismos. Desgraciadamente, no puede decirse que el presupuesto destinado sea el mejor, y las paupérrimas condiciones con las que ha quedado el Norte luego de algún tiempo en que distintos desastres naturales han causado de las suyas, deja demostrado el poco interés del gobierno central en regiones demasiado lejanas y poco pobladas como para que influyan de forma significativa en la aprobación a la gestión.
Como si el tema económico y la sensación de desamparo no fueran motivos suficientes para un quiebre con la administración central, existe un descontento generalizado en materia de política inmigratoria: aun cuando no es necesariamente la inmigración la culpable de las tasas de desempleo en la zona (recordemos que las crecientes tasas de empleo debido a la minería son cada vez más utilizadas por gente chilena, pero que proviene fuera del Norte, no por extranjeros), las regalías existentes y las otras manifestaciones de discriminación «positiva» respecto a extranjeros aumentan la sensación de abandono en el Norte.
Como bien se ha hecho análisis en este blog sobre la línea divisoria entre el nosotros y el ellos Ius Soli, muchas veces no existe gran diferencia entre los componentes étnicos de un lado con los del otro pero – en este caso – el abandono por parte del gobierno central ha forzado a una condición de nosotros y ellos por exclusión, donde unos reciben todos los beneficios, y otros reciben todos los perjuicios.
Si bien este separatismo no tiene nada que ver con un tema de identidades locales (las que siempre han existido, sin importar las líneas divisorias territoriales) y menos aún con identidades étnicas, es el centralismo estatista chileno injusto y pasado de moda el que terminará por provocar el quiebre territorial que tanto asusta a los apólogos del patriotismo, no el comunismo internacional (si es que aún existe), ni el sionismo, ni los capitales extranjeros ni ningunos de los culpables clásicos que emergen cuando los seres no son capaces de asumir sus errores.