Hay cosas que han muerto, pero quedan a la intemperie. Todos pasan a su lado pero nadie observa, nadie reconoce, nadie mira.
Los que comprenden son ignorados. Los que hablan son silenciados.
Hay cosas que formaron parte de nuestras vidas y es doloroso admitir que ya no existen. Nosotros mismos las hemos matado. Pero es más fácil señalar al que lo dice y afirmar que está equivocado. Pues entre la soledad y el error prefiero la soledad. La realidad sigue su curso. Los paradigmas del pasado -que acaso nunca fueron nuestros paradigmas- van cayendo de puro vacíos. Y no hay cosa más triste e inútil que ver cómo un anciano a punto de morir quiere volver a hacer las cosas que hizo de joven, sin admitir su condición actual. Dejemos que nazca un nuevo tiempo. Las momias exudan un pútrido olor.
Prendamos el fuego, y a la salida del sol enterremos un tiempo que no volverá. Pensemos, meditemos acerca de cuáles son las cosas que tienen derecho a permanecer, según las leyes de la naturaleza. Defendamos entonces lo esencial.
Hay dos maneras de ver la identidad. Una es ideal, entonces nos volvemos celtas, germanos, romanos. Otra es real, entonces debemos ver que somos la mutación cósmica de todo aquello que nos dio origen, en un ámbito de tiempo y espacio particulares. La misma sangre, pero con una proyección distinta. Muchas cosas han quedado atrás, y es mejor así. Eso que llaman «la raza del espíritu» y que nosotros llamamos aquí «criollismo», es algo muy difícil de explicar, pero tiene una particularidad: acerca entre sí a toda la descendencia europea sin los fraccionamientos y odios que han llevado a Europa al borde de la extinción. Debemos aprovechar y profundizar esa característica tan nuestra.
La relación entre un criollo del Sur del Brasil, y uno de cualquier lugar de la Argentina o de algunos lugares de Chile, es entre personas que deberían ser consideradas como pertenecientes a una misma nación. Pero eso a casi nadie le interesa, y menos que nadie al poder establecido. En ese sentido las naciones iluministas han hecho un gran trabajo en separarnos, ayudadas por las distancias siderales del continente. Si la analizamos en profundidad, la historia americana resulta bastante ridícula: las fronteras, los núcleos portuarios, todo es anti natural. Los grandes grupos de criollos viven separados entre sí, aislados, desinteresados de su propia gente a nivel continental.
Algunas aristocracias criollas pelearon. Los gauchos pelearon, pero perdieron la guerra. Los que se aliaron a los poderes mundiales, se volvieron crudas oligarquías traidoras a su propia gente. Solamente una rápida voluntad de reconocimiento mutuo, de acercamiento a una dimensión humana y geográfica «auto centrada», nos servirá para sobrevivir. Si alguna vez el centro de los acontecimientos estaba lejos, hoy ya no lo está. Ya no hay centro y periferia, es hora de entender que sin consciencia política y en medio del aislamiento, nada se podrá hacer. Europa no nos puede resolver el problema. No hay vuelta atrás.
Celtas, germanos, romanos, griegos, ellos son nuestros antepasados, pero el presente lo tenemos que resolver nosotros mismos, aquí y ahora, saliendo del aislamiento y yendo hacia un mutuo reconocimiento identitario, cultural y político. Si no lo hacemos, cada día lo lamentaremos más.
Ya no somos Ultramar. Ahora Europa es Ultramar.