Estoy a favor de todo lo que ayude a la supervivencia de mi raza y mi cultura. Sé que para ese objetivo hay partidos políticos que convienen más y otros que aceleran nuestra destrucción.
Sin embargo veo las calles, y no veo que haya en ellas partidos políticos: veo gente que se impone por la fuerza, que ocupa espacios, personas ajenas que exigen cosas, marginales que exigen cosas, grupos económicos, grandes empresas multinacionales y banqueros que imponen su poder.
Veo barrios cerrados con gente rica y barrios marginales con gente pobre que tienen, cada uno a su modo, gente armada para imponer su voluntad. Ya no hay estado más que para servir al poder global, ya sea por izquierda o por derecha, por arriba o por abajo, formas ambas de la misma disolución.
En medio de tal situación cada vez más extrema, de violencia abierta o velada, los partidos y el parlamentarismo no son más que cortinas de humo para masas elementales, cuyos espasmos no pasan de adherir a un equipo de fútbol u otro. Una sociedad polarizada entre marginales, ya que hoy en día, los de arriba no son menos marginales que los de abajo, porque el dinero se hace cada vez menos trabajando, como cualquiera puede saber.
Es habitual ver que, con matices, las costumbres y la cultura de los ricos se parece cada vez más a la de los pobres, porque ricos y pobres son parte de lo mismo, aunque la brecha entre ellos puesta en dinero sea sideral.
La verdad está en el poder económico, en las calles, en la ocupación de los espacios y en la estructura social. Lo demás es jugar a un jueguito virtual. A la hora de la verdad habrá que ir por ellos como ellos vienen por nosotros, con su estructura jurídica, política, esa que un partido político no puede cambiar. Todo lo demás es jugar a poner un diputado, a llegar a formar gobierno y negociar para entregar nuevamente lo esencial.