Aun reconociendo el importante e innegable rol histórico de Fidel Castro, después de todo, su importancia en la política internacional, geopolítica, su posición estratégica, etc. puede y debe ser reconocida por cualquiera, no puedo sumarme en absoluto a las filas de los que lo lloran. Por otro lado, tampoco puedo sumarme a las filas de los que celebran, puesto que tampoco veo motivo para hacerlo. Respecto a esto, ninguno de sus detractores debería celebrar, puesto que vivió y murió sin ser derrotado por aquéllos que eran sus enemigos, sino que fue derrotado por la muerte, que es la misma que triunfa por sobre todos.
Fidel Castro representaba uno de los últimos baluartes de la Vieja Izquierda (la militarista, dictatorial, la de la toma del poder por medio de la violencia), que tiene todos los clichés y características que la Nueva Izquierda dice haber superado y rechazar. Sin embargo, podemos atestiguar que las pasiones de esta Nueva Izquierda tienen tanto de la vocación totalitaria de la Vieja Izquierda: no sólo lamentar la muerte de un personaje, sino reivindicar y justificar su obra, a pesar de que ésta haya sido impuesta –a través de la fuerza– por sobre miles de seres humanos. Respecto a esto, no existe mayor diferencia entre la Nueva Izquierda y la Vieja Izquierda: ambas sueñan con imponer su verdad sobre las mayorías, justificando sus actos en una supuesta posesión de la razón, lo que justificaría, incluso, atropellos a la libertad en sus múltiples manifestaciones, y uno que otro atropello a los derechos humanos.
Los barbudos llegaron al poder motivados por sus deseos de justicia, justicia que, por distintas vías, impusieron a miles. Hacer o no una apología de esto no es algo que le corresponda a alguien que no es cubano pues, después de todo, fue en nombre de ellos, el pueblo, que el socialismo se impuso como la única verdad posible, y son ellos quienes tienen el deber y el derecho de analizar su propia historia. No obstante, negar la condición dictatorial en la que se ha planteado el socialismo cubano sería como tratar de tapar el sol con un dedo. Intentar entender la dictadura cubana como simplemente una manera de resistencia al imperialismo yankee (y elegir, en cambio, pertenecer al imperialismo soviético), a la globalización y al capitalismo es, sino distorsionar un tanto la realidad, al menos mirar tan sólo un aspecto de las cosas. Justificar internacionalmente, lejos del sitio afectado, que un pueblo viva en la pobreza mientras que quien lo justifica disfruta de las bondades del sistema capitalista es, por decir lo menos, cínico e inmoral.
Tristemente, no puede decirse que con la partida de Fidel Castro el socialismo se ha ido para siempre al tacho de la basura de la Historia, pues aún queda toda una guerra que se está librando, pero debemos saber leer e identificar cuáles son las ideas y las condiciones que terminan justificando dictaduras en nombre del pueblo, atropellos a los derechos humanos y la supresión de las libertades, todas ellas basadas en una lectura bastante flexible del «bien común».