Renuncia absoluta al Sistema enfermo
Consideramos al ser humano como inmerso en un contexto social respecto del cual no puede permanecer indiferente. El vivir en sociedad le otorga ciertamente derechos, pero también responsabilidades y deberes respecto al grupo humano en el que vive. Tenemos un derecho y un deber de pensar en lo que nos rodea. Curiosamente, la gente que, dentro del mundo moderno, tiene las mayores expectativas de desarrollo individual es aquella que menos siente este vínculo. No por nada nos movemos dentro de un sistema obsesionado con el bienestar material individual. Y para que andamos con cosas, la vida así es más light, más buena onda, carente de todo pensamiento trascendente. Miren a su alrededor y comprobarán que sólo los tontos son felices.
Dentro del mismo grupo, aunque ellos no lo quieran admitir, se encuentran los nuevos “revolucionarios”, los apóstoles de Frankfurt, que cual transición de la antigua religión védica a la abstracta, cansada y multicolor religión hindú, representan el último estado de involución de todo aquello que alguna vez fue dinámico, solar y forjador de cultura. Dicen que están contra el Sistema, pero en realidad siguen tal cual las agendas internacionales destinadas a despojarnos de todo lo que los ladrones gobiernos occidentales aún no han podido quitarnos: nuestros valores tradicionales y nuestra cohesión cultural y racial con la Madre Europa.
Rechazo total de todo lo impuesto
Como pensaban los proto-fascistas durante la etapa de transición desde el sindicalismo revolucionario, a los miserables se les puede dejar sin nada, pero no se les puede despojar de la patria. Los criollos adoptaron esta patria y el vínculo para hacerlo durante gran parte de los años de la Conquista y la Colonia fue el sentimiento de unidad entre los que descendían en mayor o menos grado del Viejo Continente. En nuestro caso, se nos despojó de nuestro país, de nuestros símbolos, de nuestra Identidad, de nuestro pasado a través de dos siglos de enseñanza Liberal, y más aún, se nos puede dejar sin recursos naturales, sin educación pública y de calidad, sin un sistema previsional que lo sea efectivamente e incluso sin vivienda, pero de algo que nunca nos podrán despojar será de nuestra sangre, y a nuestro entender, y desmarxistizando la noción de cultura, mientras gotas de esa sangre aún resten en estas tierras esa Identidad, ese futuro que en algún momento del siglo diecinueve nos fue arrebatado, podrá reclamar el lugar que debió y que debe tener en la Historia.
Somos socialistas, sí. No en el sentido de tal o cual ideología política en específico, si no que en cuanto consideramos a los portadores de nuestra misma sangre como parte de una misma comunidad de destino. Teniendo eso como base se puede comenzar a edificar hacia las alturas e incluso más allá. Y no hacemos esto por fetiche, por alguna fijación, sino porque consideramos aquél vínculo orgánico como el único y auténtico elemento de cohesión, y si algunos lo consideran demasiado lejano es porque o bien se han sumido dentro de los parámetros de pensamiento de la Modernidad o porque no tienen la altura de miras ni la valentía para aceptar el espíritu crítico como algo natural al ser pensante.
Nuestra concepción del mundo no nace de un sentimiento espontáneo nacido de las masas. Sin embargo, Chile como república moderna tampoco lo hizo, y es la prueba más tangible de que década tras década de adoctrinamiento silencioso se logró formar ideas, símbolos y unidades que tarde o temprano tuvieron eco en la población que por uno u otro afán del destino le tocó vivir al Poniente de la Cordillera los eventos de 1810 y los años siguientes.
Teniendo eso en cuenta, actuamos nosotros.