Si Bolivia debería o no debería tener mar es algo a lo que no me voy a referir, primeramente, porque las leyes no son lo mío, y porque, generalmente, esa respuesta está íntimamente relacionada con sesgos sentimentales e ideológicos. Sea cual sea el resultado de todo este espectáculo legal, desde mi cotidianidad es bastante poco el valor resolutivo que puedo tener respecto del referéndum.
Pastelero a tus pasteles. Lo mío es la naturaleza. Y, más exacto aún, lo mío es el mar, y abordo el mar no como una cuestión de soberanía, sino como una cuestión de significado.
Durante un poco menos de la mitad de mi vida y por esas circunstancias por las que me encuentro muy agradecido, me ha tocado compartir y trabajar con gente (dentro y fuera de Chile) cuya vida está íntimamente relacionada con el mar. Gente diversa, incluyendo a personas que trabajan como algueros y habitan en viviendas construidas con material ligero (y a veces, de desecho), varios centenares de pescadores artesanales, buzos mariscadores, buzos a pulmón, algunos pescadores industriales y profesionales (es decir, con estudios y especialización en faenas pesqueras), otros tantos estudiantes de disciplinas relacionadas con el mar, salvavidas, surfistas, bodyboarders (y todas esas subcategorías que se agrupan bajo el término rider) y hasta personas que tienen casas de veraneo en la playa. Hemos compartido asados, viajes, congresos, trabajos, hemos navegado y hasta hemos incursionado en bares de mala muerte con aquéllos que tengo más afecto. Pero por sobre todo hemos compartido conversaciones sobre el mar: sobre lo que es, sobre lo que significa, sobre su futuro.
El tema de la soberanía marítima podría llegar a influirnos (a mí y a la gente que mencioné anteriormente) pero, siendo sincero, podríamos también ingeniarnos de alguna manera para seguir manteniendo alguna relación con el mar. Y es que nuestra relación con el mar es a escala humana, desde la vivencia, la experiencia y la cotidianidad. Las decisiones a escalas mayores, si bien pueden tocarnos de alguna manera, no necesariamente son determinantes para mantener un vínculo con el mar. Sin ir más lejos intelectualmente, el mar ha existido por millones de años (miles de millones de años antes que el hombre, de hecho), y seguirá existiendo millones de años luego de la extinción de toda la vida sobre la Tierra. El hombre apareció después del mar, pero mantuvo una relación con éste desde el amanecer de los tiempos prehistóricos. De hecho, el hombre ha mantenido un vínculo transcendental –y utilitario también, por qué no– con el mar desde antes de la aparición de los Estados-Naciones, desde antes de los convenios internacionales y desde antes de la invención de la escritura.
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Leo bastante periódicos impresos y electrónicos de Izquierda, pues logran, a golpes y con infinitas contradicciones, dicho sea de paso, abordar temáticas étnicas y culturales que marcarán la tendencia en este siglo. Este siglo será el siglo de las identidades, de la lucha por los pueblos, no de la lucha por las ideas políticas… y en este punto es donde el abordaje de la Izquierda se funde y confunde con una visión clasista del mundo: a lo que no es originario y no es culturalmente minoritario, se lo etiqueta de Occidental, y puesto que, dentro de las relaciones de poder entre las hegemonías (sean geopolíticas, sean políticas, sean económicas, sean culturales, etc.), Occidente por excelencia siempre figura como opresor (o como el “centro”, si lo abordamos dentro de las relaciones centro-periferia), entonces todo lo que esté vinculado a Occidente (que, en realidad, es el descarte de todo lo que no es originario o culturalmente minoritario), se lo tacha de materialista, banal, vacío, y carente de significado, es decir, una porquería.
En estos medios informativos e intelectuales, se aboga por la visión ancestral mapuche respecto de la tierra como algo más que un mero recurso, más allá de la productividad, algo que me parece loable. La construcción social del territorio también responde a una cuestión cultural y étnica, y cada pueblo podrá mantener una visión del mundo que será una expresión de su psique colectiva. Esto es sumamente respetable, y quien no comprenda esto ha de saber que posee una mentalidad que es la culpable de la destrucción de los pueblos y la diversidad.
Pero, ¿por qué reducir al resto a una mera cuestión económica? Si se habla del mar, de inmediato surge un relativismo despectivo y reduccionista, donde el mar, como es “propiedad” de una determinada cantidad de familias, puede metafóricamente “irse a la mierda”. Vuelvo al comienzo de esto: no es una cuestión de soberanía, es una cuestión de significado. Y si, para alguna gente –me incluyo– el mar significa algo más que una vulgar fuente de ingresos, ¿por qué vienen algunos intelectualoides a reducir lo que para nosotros es algo transcendental y significativo, a una vil cosificación material?
Definitivamente, no poseemos ningún papel que nos diga que somos dueños del mar, ¿y qué? Ninguna cultura ancestral en ningún lugar del mundo tenía documento alguno de derecho de propiedad ni de derecho de uso sobre el Sol, y, sin embargo, eso no significaba que el Sol no pudiera sentirse como propio ni ser apreciado. El Sol da vida, y eso va más allá de los ingresos que puedas obtener si aprovechas su energía y te haces millonario. Las archinombradas “familias” tienen derechos de uso sobre gran parte del mar chileno y, de hecho, ganan millones de dólares al año haciendo usufructo del mar. Eso es innegable, pero no es en absoluto suficiente para desdeñar el significado que trasciende a los ceros que puedas tener en tu cuenta bancaria.
Quizás la cultura imperante exalta el materialismo a una escala nunca antes vista y quizás no seamos parte de ningún pueblo originario americano, pero poseemos la capacidad de otorgar valores no económicos al mundo que nos rodea, y eso ningún medio de Izquierda puede venir a negarlo.