«¡Stimpleton, vuestra ignorancia es insuperable!«
El temible idiota del pueblo. Ren & Stimpy, «Los Quesos Mágicos«
Las bromas a nivel colectivo, por una cuestión estadística, guardan algo de verdad. Esta verdad no está localizada en el objeto mismo de estudio, sino en el observador. Más aún, el repetir sistemáticamente una broma puede hacer sucumbir mentes débiles y susceptibles, las que terminan creyendo a pies juntillas todo lo que entra por sus taponadas orejas. De esta manera, mitos que tienen más de broma se han convertido en verdad para algunos, y vemos cómo hay gente que cree en el monstruo del Lago Ness, en los hombrecitos verdes a bordo de platillos voladores, en las actas de los Sabios de Sión, en las cámaras de gases, en el perro que habla y hasta en el Plan Z.
Ahora — y en los últimos años, ya que la estupidez se ha mantenido — nos ha tocado atestiguar una broma que deja de manifiesto lo peor y más lamentable de la naturaleza de nuestra sociedad: el ser «yeta».
Tal como Don Francisco acusara a Palmenia Pizarro de ser «yeta», ergo, atraer la mala suerte, hace décadas, provocando que una legión de periodistas chupa-medias y rastreros continuaran con la broma, para luego ser extrapolada a las masas ignorantes que la vetaron y la forzaron a irse del país, hoy, en el siglo XXI (que se supone que es el futuro donde la humanidad alcanzaría una inteligencia superior — lo leí en un volante neo-hippie), se acusa al ex-presidente Sebastián Piñera y a la actual presidente Michelle Bachelet de ser «yetas». (Y Ricardo Arjona también, y ojo que éste antes gozaba de una gran popularidad, y ahora las masas incultas para parecer doctas, hablan mal de él. Oh, democracia, cuánta estupidez se comete en tu nombre.)
Aún apelando a que todo sea broma, sólo un poco de humor, no deja de ser bastante triste que se tome la suerte como el núcleo central de la broma. Es decir, ¿supersticiones de gente ignorante que se supone deberían estar superadas en el siglo XXI, aún sobreviven en el imaginario?
Sabiendo que la Naturaleza ha existido desde hace millones de años y que seguirá existiendo durante millones más luego de la desaparición del hombre y de todas las criaturas vivientes, y que los desastres naturales ocurren prácticamente por capricho de la propia Naturaleza donde el hombre sólo tiene un lugar como espectador, tan sólo pensar que el ser humano puede influir mínimamente en las fuerzas de la Naturaleza hace merecedor al premio a la estupidez. Pero el creer que el ser humano puede ejercer algún tipo de magnetismo sobre las fuerzas destructivas de la Naturaleza es de una estupidez superlativa.
Tristemente, en Chile los idiotas abundan y son mayoría, y es sobre ellos que está basada la Democracia. No es sólo la penosa capacidad de elegir y perpetuar un sistema que asegura la promoción de gobernantes ineptos el problema, sino que, incluso, se atribuyen desgracias — que están a un nivel de control muy superior a todo cuanto pueda hacer el hombre — a las fuerzas misteriosas, y una sociedad supersticiosa, aunque sea a causa de una broma, es una sociedad fácil de dominar, y aún más fácil de domesticar.
He ahí el peligro subyacente a los temibles idiotas del pueblo.