Se sabe que América Latina no tiene nada de Latina. Los que pronuncian su nombre no saben nada del Latium, de Roma, y mucho menos hablan latín.
Sus países pasan la historia entre el demoliberalismo de saqueo y el marxismo indigenismo de pobreza y resentimiento crónicos. La mayoría de esos países son un artificio sin ninguna identidad racial ni cultural definida. Y los que la tuvieron predominantemente criolla la están perdiendo. Núcleos de gente diversa e incompatible transformándose en una masa amorfa sin destino. Extraña Babel día a día más complicada y violenta. Una pesadilla hasta para los que se hacen llamar: Latinoamérica.
Es una pena ver los núcleos de gente criolla en retroceso, aislándose o tratando de sumarse desordenadamente al proceso ideológico de mestizaje global.
Todos sabemos que tenemos más que ver con zonas donde nuestra gente está fuertemente asentada, que con regiones antojadizas de lo que es en cada caso: «Nuestro país». Pero esas zonas están cuidadosamente aisladas entre sí, en un fraccionamiento geopolítico tan perverso como antinatural.
El proceso de genocidio blanco que se produce en Europa por invasión, se produce en América más bien por mestizaje y aluvión social. Básicamente es lo mismo, aunque en algunos casos se combinan ambos, como pasa en Chile con los haitianos y en Argentina con los senegaleses. Los amerindios combinan también ambas cosas, según les convenga.
Lo que queda de poder blanco, está fuertemente ligado a la idea de las clases medias blancas de ser una parte privilegiada del mismo sistema que los destruye, sin que se den cuenta siquiera de lo que está pasando. Sufren del síndrome de Estocolmo de manera masiva.
Salvo en el caso de núcleos pequeños y conscientes, como Fuerza Nacional identitaria, no conozco a nadie que explícitamente defienda a la población blanca americana, considerándola como una nación étnica identitaria a nivel continental.