Personalmente, no veo reflejado –ni en forma ni en fondo– mi pensamiento en PADECHI (Partidarios por la Defensa de Chile). Con ciertas cosas puedo coincidir, con otras puedo disentir, y otras me dan lo mismo, en realidad. He leído algunos números de sus periódicos, he visto uno que otro video y hasta he visitado su página. Sin embargo, como no soy nacionalista (al menos, no en la forma que se entiende normalmente) ni creo que los problemas de la sociedad chilena se deban a la lista de lo que ellos identifican como “destructores de Chile”. Sencillamente, asumo a ese grupo como una respuesta más a la disfuncionalidad del sistema, si bien apunta a lo que para mí es una consecuencia, no una causa. En fin.
Hace unos días, colgando de la casa de su responsable, aparecieron algunos símbolos solares montados sobre un fondo rojo, que se asemejaban un poco a aquéllos usados durante el período del III Reich, algo que provocó molestia en algunas personas. Esto no es nada del otro mundo, y de la misma manera en que una bandera de Colo-Colo puede ofender a algunos hinchas de “La U”, o una cruz cristiana puede ofender a algún transeúnte ateo, o una bandera del arcoíris de la diversidad sexual puede ofender a mi abuelita cristiana, es de esperar que alguien se sienta ofendido ante un símbolo. Este mundo es así, y ante cada cosa, hay partidarios, detractores y gente que es sencillamente indiferente.
La pataleta histérica del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) es una muestra de un jaque al liberalismo, es decir, una degeneración absoluta del espíritu del equilibrio entre la responsabilidad individual y el respeto por el prójimo. Cada idea puede producir y producirá el rechazo de alguna persona pues no todos pensamos igual ni tenemos la misma escala de valores. A pesar de eso, el liberalismo asume que esta divergencia de pensamiento puede existir, y propone la libertad de pensamiento como una máxima.
Si pudiera resumirse el espíritu de lo que aspira el liberalismo en una oración, ésta sería: “estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, escrita por Evelyn Beatrice Hall. En relación a esto, el Movilh es un ejemplo de una entidad que no sólo estrangula la libertad de pensamiento, sino, además, se vale de herramientas propias de los regímenes de miedo totalitario para sus fines: denuncia ante organismos del Estado (cooperando con la represión y hostigamiento al pensamiento individual), acoso constante a todo aquél que no muestre un pensamiento afín a su agenda política, etc., en otras palabras, una vulgar Caza de Brujas.
Al parecer, la Dictadura no terminó y sólo cambió de dueño. Ahora nos toca padecer el miedo constante a la represión y enfrentar persecuciones tan sólo por pensar distinto.