El camino al infierno está tapizado de buenas intenciones, y, por causa de la mejor de las intenciones, Chile se ha transformado en una vorágine de atrocidades contra la diversidad, un atentado a la diferencia. Bajo el alero de los valores ilustrados de Libertad, Igualdad y Fraternidad, se han producido hecatombes peores que la aniquilación misma del hombre por el hombre, peores que los abusos y tiranías que inspiraron el estallido de las revoluciones para contestar dichos flagelos, y aún más impositivas y coercitivas que cualquier sistema basado en la segregación de seres humanos por meras características fenotípicas.
Mito y realidad se han fusionado en una extraña mezcolanza que no permite distinguir con claridad qué ha sido lo literario, qué ha sido lo legendario y qué ha sido lo histórico, y es que en una olla a presión se han vertido cual cazuela con gusto a roto y guachaca, una guerra entre realistas y anti-realistas, dos guerras contra Perú y Bolivia (usadas ad nauseam por la Izquierda renovada y hippie defensora de una que otra causa minoritaria y un aluvión de causas perdidas), huasos, mapuches, araucanos, Allende, himnos nacionales, escudos nacionales con indígenas, escudos sin indígenas, copihues, huemules, Raza Chilena, Carreristas, O’Higginistas, Rodriguistas, Lautaristas, La Araucana, Encina, Barros Arana, sargento Colipí, MIR, FNPL, Augusto Pinochet, Don Francisco, chilotes, inmigrantes con y sin melanina, Marcelo Salas y Bachelet, aglutinando todo, aglutinando nada, vomitando Chile. Cómo no amarlo, cómo no odiarlo. O, solve et coagula.
En tiempos donde salvar el pellejo era el único derecho humano, quedaba obsoleta toda idea moderna –o postmoderna– de intercambio cultural ambivalente sólo posible en las mentes de quienes ven en el ser humano, un ser desnaturalizado, moldeado a martillazos por la razón, razón que, por supuesto, está teñida de un tinte occidental y de un avasallador sentido universalista de los derechos humanos, cayéndose a pedazos toda esperanza espiritual de diversidad. En el nombre de lo universal, de llevar la idea del bien a todo, Occidente se ha vuelto embajador de la destrucción de los pueblos, la aplanadora homogenizante y asistencialista panteísta. O, alpha et omega.
Occidente y sus hijos eurodescendientes asisten ahora al consolamentum de su propia creación: el mundo moderno es una creación occidental, y sus víctimas, huérfanos y cachorros abandonados vuelven a castigar a la Madre de todos sus males, castigando de paso a los hijos no desfavorecidos por la Historia. Resulta curioso que estas verdaderas revueltas a la forma de pensar en la diversidad surjan desde el corazón de Occidente, haciendo un mea culpa, aplicándose el cilicio, y latigándose la espalda para borrar con sangre la sangre vertida de otros pueblos. Es el gran sacrificio de los tiempos: la Europa utilitaria, la Europa del látigo, la Europa de los traficantes holandeses de esclavos, se vuelve hoy la Europa que pide perdón, la Europa de los presupuestos a las naciones del Tercer Mundo, la Europa de los holandeses ultra-liberales y amantes de los que antes eran esclavos. Como si eso fuera a limpiar abusos del pasado. Como si los nuevos hijos de la Madre tuvieran la culpa de los viejos hijos. Se ataca al Cristianismo (al que se le adscriben alabanzas a la tiranía y la dominación) y al pecado original que debía ser expiado, pero al mismo tiempo, se le carga a Occidente la culpa sobre cada uno de sus hijos.
¿Y qué importa el pasado y la culpa? Chile es una nación, una nación unitaria, ¿o no? Indígena y criollo son hermanos, tienen los mismos derechos. Fin de la historia. De la historia, no de la Historia, porque esto es un cuento, una ilusión.
“Todos somos chilenos”. Consigna que luce inocente, pero es dinamita pura de injusticia: bajo esta máxima, a unos se les ha dado un origen que no los representa, y a otros, un estilo de vivir y ver el mundo que les es ajeno. ¿Becas? ¿Devolución de terrenos? ¿Reconocimientos que, en un sentido práctico, no tienen peso alguno? ¿Incorporación a planes productivos? ¿Maquinarias regaladas? ¿Qué es eso, las sobras de la Historia?
¿Y en la otra mano? Las más viscerales exhibiciones de prejuicio racial por parte de los castigados por la Historia, cayendo en actitudes más propias de cualquier WASP segregacionista antes que la de alguien que conoce lo que es la discriminación desde el interior. Apelativos como “huinca” son despectivos, y ser tratado de “facho de mierda”, asesino, invasor, cobarde tan sólo por exhibir un color de piel, muestra una clara tendencia que las esperanzas de paz están en un camino que va directo al tacho. ¿Tolerancia? Sí, seguro. Chile país de humoristas.
Decir que no hay futuro y no hay esperanza suena devastador, pero no muy lejano de la realidad. Autonomía. Autodeterminación. Palabras que suenan a separatismo, palabras que suenan a algo negativo, palabras que suenan a disolución, a pulverización. ¿Qué más da? Chile no tiene un destino, no tiene un rumbo, se ha vuelto un fin en sí mismo. Un barco a la deriva donde los roedores huyen mientras sólo unos pocos se aferran lastimosamente a las tablas podridas desde su creación. Autodeterminación mapuche. Autodeterminación rapa-nui. Autodeterminación aymara y de cuanto pueblo, etnia, cultura esté presente dentro del territorio chileno. ¿Y si el día de mañana las minorías blancas también reclamaran autodeterminación, qué sería de este barco?
¿Qué le queda a Chile para seguir siendo Chile, o es que construir una Nación (o lo que pueda entenderse como tal) a partir de fierros y latigazos por parte del Estado, es una bomba de tiempo que tarde o temprano estallará? Tras la unión por la fuerza, el odio fragmenta toda estructura: la Unión Soviética, Yugoslavia. Conjunto de naciones unidas bajo un yugo. ¿Y Chile? Conjunto de yugos bajo una “nación”.
Las ansias de reconocimiento de los pueblos -justificadas, lógicas y bastante racionales, aunque a primera vista parecen un estallido de lo emocional- después de dos siglos de negativa igualación, son un eco de la voluntad. ¿Cómo poder detenerlas, cómo puede ser el hombre tan soberbio como para ir en contra de la naturaleza? Ni las fuerzas especiales del Estado, ni los discursos internacionales, ni las pálidas esperanzas new age, podrán acallar el grito del parto de una gestación de cinco siglos, y ninguna canción de amor y paz ni ningún poema podrán calmar a la bestia dentro del hombre. No es la comprensión, ni el asistencialismo ni el reconocimiento lo que calma la sed de los pueblos, sino sólo una vertiente muchas veces vacía de significado, pero por la que muchos han sido capaces de ofrendar su vida: la libertad.