Han existido procesos heroicos en Sudamérica. Procesos políticos que buscaban defender la soberanía de países en particular, con un sentido generalmente iluminista. Guerras dirigidas muchas veces por criollos, con pueblos que a veces eran blancos sin asumirlo y la mayoría de las veces eran mestizos. Nunca se definió la identidad de un pueblo oficialmente como blanco, en Sudamérica.
Más tarde o más temprano, la falta de identidad hizo fracasar esos procesos. Eso no quita el heroísmo ni la justicia de la lucha en muchos casos. Sin identidad todo termina siempre en una gran confusión, en la que ningún blanco puede decir que lo es, mientras los demás pueden decir lo que quieran.
Estamos en un punto de partida: asumir primero una identidad, para saber porqué luchamos, qué defendemos, quiénes somos. Un mundo y una comunidad auto centrados, no colgados de Europa, no vacilando entre destinos que ya nos son ajenos en cuanto no nos tienen en cuenta, y seguramente poco saben de nosotros. Estamos solos. Orgullosamente solos.
Lo que hemos conquistado no lo hemos conquistado para España, ni para ninguna iglesia, ni para los yankis, los rusos o los chinos. Pero para asumir identidad debemos abandonar nuestra falsa identidad. La patria no es lo que nos han dicho que es en la escuela.
Somos separatistas de lo ajeno y unionistas de lo propio. Cuando muchas identidades amontonadas e indefinidas luchan juntas, es que están luchando por intereses ajenos. Alianzas no son fusiones.
Somos como el explorador que solitario construía su destino. Somos el comienzo de algo que debió comenzar hace mucho: la gran nación blanca americana.