Me gusta esta bandera, no puedo negarlo. La tildan de esclavista, de extraña a mi propio Sur, pero yo no lo creo. Las banderas siguen la suerte de los vencidos, es la ley de la historia. Pero me sigue gustando, la siento propia. Veo aquel Sur y veo mi Sur y no encuentro grandes diferencias. Quizá de forma, pero no de fondo.
Los espacios, el clan, la belleza, su estilo es nuestro estilo. Todos hemos perdido, pero hemos luchado bien. Los señores de la tierra estuvieron a la altura. No se puede ganar siempre. Esto es el Sur, una gran patria con su alma, con su raza, con su modo de ser. Con su forma de ver las cosas. Un sentimiento común, que no trae más que lo esencial, un amor profundo, una raza espiritual, una visión del mundo poco dogmática pero clara. Criollos al fin, ellos y nosotros, casi un sólo idioma en todo el continente. Un idioma que nos permite mayor hermandad: el viejo castellano.
Sangre y suelo: ellos y nosotros, los que perdimos: aristocracias criollas, comunidades organizadas en torno de un núcleo esencial, sin enfrentamientos religiosos, sin ideas cientificistas de raza, sino más bien algo existencial, sin negar lo biológicamente natural, pero tomándolo con una mentalidad criolla, sin el centralismo europeo, sin la soberbia que nunca hemos tenido.
Nosotros tenemos muchos centros y cada uno su autonomía de tipo confederal. Hay otras banderas nuestras, pero ésta de la foto, por denostada, por insultada, porque ha estado frente a soldados de una gran guerra olvidada, me gusta, la siento mía. Estoy por una sola nación criolla, confederal, continental, mítica. Bajo diversas banderas pero con una raíz común, con una forma de ser similar. Y sobre todo: con un profundo amor al Sur, y a los blancos del Sur.