Estamos por el ius sanguinis, como en la antigua Roma. Vemos con satisfacción, la doble ciudadanía con las patrias de nuestros antepasados. Pero la doble ciudadanía es un papel que conquistan quienes tienen el dinero para hacerlo. Es un problema burocrático y costoso.
Estamos por el paneuropeísmo, pero no somos europeos sino criollos: Una misma sangre hermanada por la genética, por la cultura y por la consciencia. En América eso se llama pancriollismo. Somos dos caras de la misma moneda.
Vemos bien que los partidos políticos afines trabajen por el voto de los que gozan de una doble ciudadanía, pero esto no es Europa. No queremos criollos de primera con doble ciudadanía y criollos de segunda sin ella. En general los que la obtienen son los beneficiados del sistema, o sea quienes lucran con la burocracia por contar con el dinero y las posibilidades: liberales, progresistas, ese tipo de gente.
No son precisamente ellos quienes van a detener nuestro genocidio, sino los otros: los sufridos, los blancos pobres, los trabajadores, los duros, los conscientes, los que no pueden lograr en general obtener la doble ciudadanía.
Blancos criollos y blancos europeos debemos ser dos caras de la misma moneda, pero tengamos bien presente que eso no pasa por la burocracia, por los consulados, por los gestores, por el dinero que posibilita el acceso a todas esas cosas, sino por la sangre misma. Si no es primero la sangre, con papeles o sin ellos, lo que estamos haciendo es dividir a la gente en clases, cosa que pocas veces coincide con el auténtico ius sanguinis de los buenos tiempos en que todavía teníamos algo de poder, derechos y posibilidades de sobrevivir.