Pocas veces Lovecraft salió de Providence. Él, como dice el epitafio de su tumba: era Providence. Sin embargo sus mundos fueron más vastos que los de muchos, incluso de muchos escritores.
Cuando uno es su comarca, su comarca es el mundo y todas las cosas valiosas del mundo pueden reflejarse en ella. Depende de la comarca claro: hay comarcas para el olvido. La mayoría de ellas diría yo.
Paseando por esa capital increíble que es Buenos Aires, siento lo mismo que el solitario de Povidence. Mis colegas euro descendientes vacíos por el consumo y el sentido del mundo. Fuera de esos Ghettos sin contenido: la gran invasión. Cada vez es más difícil moverse.
Me siento identificado con mi viejo amigo Lovecraft, aunque Providence seguramente ya no es lo que era y mi comarca tampoco.
Alguna vez creí que estando tan lejos, una invasión masiva no sería posible, pero no tomé en cuenta el apoyo inestimable del estado: ese monstruo que aplica todas sus duras leyes a quienes debe proteger, y ninguna ley a quienes nos vienen a invadir. Y me refiero primero a banqueros y multinacionales, luego claro a la inmigración ajena.
He leído alguna vez que Lovecraft sentía un asco físico, ante cierta gente que contaminaba su amada Providence. Yo siento el mismo asco. Eso no obsta decir que los peores son los que no se ven: los que manejan los hilos desde arriba de todo.
Creo que aunque todo se caiga a pedazos en Providence, me quedaré en ella. Prefiero que la oscuridad me encuentre en el lugar donde nací. No tendría sentido ya ir a buscar cosas que no existen a lugares ocupados o vacíos. Acaso alguna vez, lleno de atávica nostalgia, conozca y trate de reconocer ciertos lugares de nuestra Roma frustrada, o vuelva alguna vez a la Europa ocupada. Pero no sé si eso tiene mucho sentido: es que ahora llevamos Roma dentro nuestro, porque ya no hay más Romas y desde nuestras Providence -como el gran Lovecrat hizo- debemos reconstruir el mundo blanco que vendrá.