En su columna “Elogio de la migración”[1], Ernesto Ottone menciona una serie de verdades acerca de los desplazamientos humanos que, al menos en este sitio, nunca son cuestionadas. No hay que ser demasiado instruido para reconocer que la migración es tan antigua como la historia de la humanidad y, en efecto, durante varios milenios de glaciación y modelos económicos cazadores-recolectores, la migración fue la norma, al tener que verse obligados a desplazarse los grupos humanos cuando el alimento escaseaba, lo que produjo, entre otras cosas, el poblamiento de la superficie del planeta por parte de las distintas especies humanas.
No obstante, Ottone impregna el texto con aprehensiones personales que no sólo subjetivizan descaradamente el relato, si no también lo deforman. Hablando de la multiplicidad de culturas, etnias y cruzas en América, Ottone asegura que
Esta permanente diversidad ha impedido, afortunadamente, que alguien pueda pretender aquí pureza étnica ni cultural, la que ha dificultado el desarrollo de nacionalismos extremos y de la moderna barbarie que se expresa en la negación de la humanidad del otro, del diferente.
Ottone no sólo discute con espantapájaros que hace bastante tiempo están superados (i.e., pureza racial), sino que deja ver su postura abiertamente favorable al mestizaje y a la destrucción de identidades, para lo cual usa el eufemismo del enriquecimiento: ante la realidad de la fusión desigual donde muchas identidades étnicas entran en una licuadora, pero los elementos distintivos de una cultura en particular sobresalen por el resto de las culturas de las demás etnias, empobreciendo el acervo cultural de éstas al sacrificar idiomas completos, religiones, costumbres, dinámicas y hasta estilos arquitectónicos, Ottone falsea la realidad hablando de lo enriquecido del continente.
Peor aún, Ottone pretende torcer la democracia y ajustarla a lo que él considera democrático:
Ello es una gran ventaja que debemos cuidar y desarrollar en los tiempos actuales, más aún en esta fase oscura de la globalización, donde producto de muchos factores, que van desde la economía a los conflictos geopolíticos, surgen en latitudes muy diversas planteamientos racistas, xenófobos, expresiones de cretinismos nacionalistas y discursos que apelan a la supremacía de unos sobre otros.
Esos rasgos que van siempre de la mano con expresiones autoritarias que debilitan incluso democracias antiguas amenazando con el látigo de la expulsión al migrante y al refugiado y procuran convertirlo en chivo expiatorio de los problemas existentes, en objetos del miedo o en sujetos contaminantes.
No olvidemos que para la visión aristotélica de la democracia, es decir, su quintaesencia, ésta es sólo posible dentro de sociedades étnicamente homogéneas, por lo que la “democrática” sociedad que integra a la diferencia, a la que aspira Ottone y defiende con tantas fuerzas, es en realidad antidemocrática. La democracia, entonces, y pese a lo que quiera entenderse como tal, conduce finalmente al conflicto y al acorralamiento de lo diferente. Ésa es la cara real de la democracia, en contraposición al despotismo igualitario que conduce a la atomización de sociedades en nombre del gobierno del pueblo.
Ottone combina verdades y verdades a medias en la misma aseveración:
La demonización de la migración está construida con horribles materiales: prejuicio, ignorancia y miedo, que suele no guardar relación con hechos reales y cuyos argumentos se desarrollan más en base de posverdades que por medio de la razón.
El miedo a la diferencia y el prejuicio tienen una función evolutiva[2], protegiendo al individuo –y también al grupo– de los agentes externos al endogrupo, con los cuales no hay una historia en común o elementos que puedan hacer surgir la confianza de manera espontánea. Pese a lo que quieran afirmar los creyentes de la paz mundial, no basta solamente con que el prójimo sea un ser humano, sino que se requiere que haya algo más que semejanza física. Por otro lado, el prejuicio es un juicio previo que hace referencia a lo infundado del juicio. Sin embargo, cuando sí existen antecedentes y reportes de acciones antagónicas al orden social como es observado por un grupo dado, no puede hablarse de lo infundado del juicio previo. Probablemente, se proyecte la imagen negativa por sobre todo un grupo, pagando justos por pecadores, lo que sin duda alguna es injusto; no obstante, su fundamento está basado en la realidad.
Este proceso de inmigración es una buena noticia para Chile, nuestra población es demasiado pequeña para nuestro territorio, crece muy lentamente y envejece demasiado rápido.
Ottone entiende a la sociedad como un saco donde no importa el origen o la cultura de sus (futuros) integrantes, por lo que cree positivo el hecho de llenar superficie del territorio con personas sin importar la identidad de éstas. Al menospreciar la identidad, pasa por alto también que la armonía de las sociedades puede alterarse por diferencias en las identidades, algo que, como mencionamos más arriba, propicia que la sociedad se vuelva menos democrática.
Es necesario cuidar, sobre todo, que no se produzcan situaciones que alienten los fenómenos de rechazo al otro que está siempre a flor de piel en la naturaleza humana.
Ottone tiene razón en este párrafo, aunque su búsqueda de solución va por senderos utópicos, distantes e idealistas. Si en la realidad los fenómenos de rechazo siempre son parte de la naturaleza humana, entonces la mejor manera de evitar que éstos salgan a flor de piel, es justamente bajando las probabilidades que se presenten estas situaciones de odiosidad. En vez de decantarse por aceptar la situación base donde el ser humano hace brotar odiosidades en presencia de la diferencia, se promueve una y otra vez el tratar como enfermos, retrógrados e inadaptados a aquéllos que no corren a abrazar a las masas migrantes coloreadas, que son justamente de las cuales Ottone hace apología, achacándoles a estos, los “intolerantes e ignorantes”, la responsabilidad de la tensión social, expiando al estrés propio generado por los movimientos de flujos humanos y el aumento de la diversidad, para lo cual también existe una amplia documentación de violencia[3], roces, dominancia y sometimiento que data desde el Paleolítico[4] y de la cual no se habla en la columna de Ernesto Ottone.
Notas.
[1] https://www.latercera.com/reportajes/noticia/columna-ernesto-ottone-elogio-la-migracion/268852/
[2] http://faculty.washington.edu/caporaso/courses/203/readings/allport_Nature_of_prejudice.pdf
[3] https://www.cam.ac.uk/research/news/evidence-of-a-prehistoric-massacre-extends-the-history-of-warfare
[4] https://www.amazon.com/War-Before-Civilization-Peaceful-Savage/dp/0195119126