Los blancos en Sudamérica tienen complejo de culpa, pero además si son de origen español, tienen el problema del imperio español, que traía consigo la aborrecible mentalidad de las sotanas. ¿Cómo justificar la llegada a América sin caer en eso? Pues no es tan difícil. No es necesario justificar nada, hay que dar un salto atávico hacia el hombre blanco precristiano, al hombre natural que fuimos alguna vez. No quedar enredados en la oscuridad de lo hispanocristiano, ya que alguna vez fuimos también romanos, celtas, íberos, germanos, artesanos, trabajadores y guerreros.
Hay dos posturas insoportables: la de volver a lo «hispanocristiano» y la de ser «Latinoamericano» en el sentido indigenista, culposo, antiblanco. En el fondo, las dos cosas son lo mismo.
Borges que era agnóstico, se reinvindicaba europeo, como criollo antiguo y como inmigrante más reciente. Una particular forma de ser europeo: el criollismo. Me gusta el sentido borgeano de no esconderse, de asumirse algo, del culto a los antepasados. Ese conocer lo universal y sus culturas, pero asumiendo una identidad.
La postura «política» de no definir para ganar votos, en el sentido de la democracia actual, ese: «abuso de la estadística» como el mismo Borges decía, es sólo la antesala de la disgregación. Así le pasó a Roma, de modo que no es curioso ni extraño que nos pase también a nosotros.
Aún así hay que hacer el intento de reconocer que tuvimos una identidad y que hay que recuperarla. La izquierda que defiende las universidades y las empresas del estado con banderas «latinoamericanas», tendría que saber que si hubiéramos sido «Latinoamérica», no hubiera habido ninguna universidad ni ninguna empresa del estado con capacidad tecnológica, como pasa en Venezuela por ejemplo.
Todo rechazo de la propia identidad, es el germen de la propia destrucción. Así le pasó al peronismo después de Perón. Cuando él se fue, quedaron sólo los «cabecitas negras» y los ladrones.