La historia es dinámica, y el mundo no es tan pequeño como parece. Todos creen ser el eje de la historia, pero pocos se dan cuenta de por dónde van las cosas realmente. O mejor dicho: nadie sabe por dónde van a ir, en el sentido de la supervivencia de lo que se considera propio.
Los judíos anduvieron errantes por mucho tiempo. Los indoeuropeos dieron lugar a migraciones tales, que su historia se parece a la de una telaraña. Hay gente que tiene clara su pertenencia sin necesidad de que ésta sea determinada por un lugar. De nuevo el ejemplo son los judíos.
Hay gente que decide perecer defendiendo un lugar ya indefendible, y otra que parte hacia un nuevo destino. de estos hay muchos que olvidan su identidad, otros no la olvidan. Cuando nuestros antepasados partieron de Europa, para ellos Europa comenzó a ser parte del pasado. Eso tanto para los que vinieron en el siglo XVI como para los que vinieron en el siglo XX, considerando lo que hubo en el medio.
El eje de la historia es caprichoso. Pero nuestra gente se ha vuelto también caprichosa: viven en el pasado o en territorios perdidos. No pueden aceptar la realidad, comprenderla ni adaptarse. Resulta una paradoja, cuando hemos recorrido el mundo y nos hemos asentado en lugares diversos: América, Europa, Asia, África o Australia: ya a esta altura da lo mismo. Lo que hay que defender va más allá del terruño, que en una realidad global es algo muy variable.
Lo que hay que defender va más allá de los imperios pasados (algunos muy olvidables por cierto) Va más allá de los países (la mayoría caducos e inviables) Lo que hay que defender tiene un eje volátil, impreciso en lo geográfico. Lo único que debe mantenerse claro es la identidad y la construcción de un poder suficiente e imprescindible para su supervivencia, sin necesidad de caer vencidos por la rigidez cuando lo que necesitamos es estar a la altura de la dinámica de la historia.