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«Si sigue lloviendo, el dique se va a romper.
Cuando se rompa el dique, no tendré ningún lugar donde quedarme».
Kansas Joe & Memphis Minnie, When the Levee Breaks.
Hoy es día de protestas –en este caso, estudiantiles– y, por lo tanto, de pan y circo paran el Sistema, el Gobierno y sus lacayos.
Hoy es un día en que los medios de comunicación al servicio del poder condenan el activismo político ciudadano, aquél que se expresa en las calles y no en las urnas; mostrando en televisión tan sólo algunos minutos de marchas que duraron horas, minutos en que el descontrol se desata entre algunos de los asisten a las manifestaciones.
Es gracioso es que esto generalmente suceda, como bien siempre me recuerda un amigo que trabajó durante años ahí mismo, donde las «papas queman», justo a la hora de almuerzo, cuando más público hay frente a esa maldita caja falsificadora de realidades. Es que así muchos más padres impedirán que sus hijos concurran a manifestarse y muchos más condenarán las protestas –no a los vándalos– porque » sólo causan destrozos».
Las motivaciones que llevan a marchar a jóvenes, y a no tan jóvenes, pasan a último plano, tapadas bajo una cortina de humo impulsada por aquéllos que sirven de lavadero de cerebros para mantener el status quo.
¿Qué importa si están exigiendo mejoras salariales?
¿Qué importa si están solicitando mejoras en salud?
¿Qué importa si están pidiendo mejoras en la educación?
¿Qué interesa si están requiriendo ayuda porque ya no tienen qué comer o beber, como ocurre con los pescadores artesanales o las familias de Caimanes?
Todo queda cubierto por 5 piedras lanzadas contra carros blindados, por locales de comida rápida destruidos, por saqueos de lumpen que se aprovecha de las reivindicaciones sociales, por el descubrimiento de Carabineros infiltrados, por manifestantes o personal policial herido… Todo importa más que las motivaciones tras las marchas y tras el mismo descontento social que abriga y envuelve una molotov o una piedra.
No es que la piedra o la molotov esté siempre justificada, pero es importante que tras ella existan verdaderas motivaciones y no simple «choreza», al igual que ocurre con la capucha.
El lumpen no tiene consciencia de sus actos, pero muchos de los «delincuentes» (como los suelen llamar los medios) sí la tienen. Quién ha estado en protestas sabe y ha oído frases como “no, ahora no, que va pasando gente”, “no, ese local no”, entre muchas otras.
Sin embargo, siendo realistas, es muy complicado que las manifestaciones no terminen en violencia cuando se está ejerciendo violencia contra uno diariamente; tal vez no directa, pero violencia al fin y al cabo.
¿O acaso no es violencia que la gente muera esperando atención en los hospitales; que las mujeres no puedan tener hijos porque eso condena sus vidas y sus carreras; que lo que comemos son las sobras que dejan de lo que no se envía al extranjero; que nos cobren por absolutamente todo mientras los sueldos no mejoran?… ¿Cómo se puede esperar que la gente no esté molesta y aburrida de que el 1% de las familias del país se lleve el 90% del ingreso nacional?
La situación actual es una olla a presión a punto de estallar (esperemos que en el corto plazo), donde las diferencias sectoriales y políticas serán pasadas por alto y sólo importará el que haya más justicia, porque al ciudadano común no le interesa el poder, le interesa poder brindarle un techo, salud y pan a los suyos; entregarles una vida mejor, un mejor futuro, nada más.
La gente ya se aburrió de la injusticia revestida de legalidad –tan común y amada en un país extremadamente legalista como es Chile– y sólo quiere justicia, no poder. Quiere poder, simplemente, vivir, y no sentir que su vida es una deuda constante (porque acá el que no se endeuda no puede optar a nada, ni a un techo) mientras otros, desde la cuna, lo tienen todo sin mover un solo dedo.
Obviamente siempre habrán algunos que tienen más y otros que tienen menos, es parte de la lógica aristocrática de la Naturaleza que nos da diferentes capacidades, las que nos llevan a obtener más o mejores bienes que otros, pero diferente es cuando no son las capacidades, si no que la explotación, esclavización y usura contra aquellos que ni siquiera saben o conocen quién es su explotador, lo que subyace a la diferencia.
Claramente los explotados están hastiados y cansados. Son más, pero se encuentran desarmados debido a las políticas de control de armas que restringen el derecho a la auto-defensa. En un escenario como el actual, la violencia directa contra quienes indirectamente te violentan o sus representantes, no es una opción, es un deber. Y es ahí cuando el dique se rompe.