La delincuencia blue collar (es decir, ésa que la cometen delincuentes «trabajadores», no aquéllos de alto nivel, cuello y corbata, que luego dirigen el país) se ha vuelto un tema de moda últimamente, tópico alimentado –como siempre– gracias a la ardua labor de los medios de comunicación, que ven en cualquier cosa de la que hable la ciudadanía, una oportunidad para aumentar las ventas. El problema de fondo es que esta cobertura contagiosa hace creer que el asunto es parecido a los ataques del Chupacabras, o las mordeduras de perro y hasta «neonazis» que hacen esvásticas en cuerpos moribundos.
La delincuencia es un flagelo que ha estado siempre, y que si bien durante el régimen militar disminuyó, lo cierto es que jamás desapareció. Ahora, los nostálgicos de la Derecha conservadora (es decir, liberal) quieren ver en las medidas características de los estados policiales la mejor solución para la delincuencia, algo que, junto con no solucionar nada, esconde el problema de fondo.
Si se siguieran las ideas de la Derecha para detener la delincuencia, terminaríamos con una gran cantidad de personas detenidas por sospecha, mayores vigilancias a la población y menores libertades. No se trata de alabar el libertinaje democrático que comenzó a fines de los años 90s, sino se trata que el control de la delincuencia no es un asunto de delincuencia, sino de control. Mayores medidas de control y represión terminan por amedrentar a la población y enmarcar el orden dentro del miedo, algo característico de una sociedad enferma. No es posible que una sociedad funcione gracias a una picana.
¿Cacerolazos? Claro, si es que van a ser tipo «Tom & Jerry», porque si es por salir a la calle a golpear ollas es más probable que funcione como danza de la lluvia antes que como una medida de presión contra la delincuencia. A menos que se trate de una danza para invocar una lluvia de palos para acabar con la delincuencia, algo que no soluciona nada, sólo patea el flagelo hacia el futuro, cuando sea problema para otras generaciones.
Si se analiza el tema de la delincuencia, podremos percatarnos que no es un problema que parte con la delincuencia, sino un problema del cual la delincuencia es sólo una consecuencia. Una sociedad que carece de cohesión étnica y sentido de pertenencia, carecerá de responsabilidad recíproca entre sus miembros, lo que mezclado con el individualismo extremo que nos heredó el sistema neoliberal y con el hedonismo propio del bienestar económico, provoca que seamos testigos de las noticias que exhibe la televisión.
Sociedades multiculturales como la nuestra y Estados Unidos nos demuestran constantemente las fallas de la diversidad, y cómo la carencia de un destino común puede provocar estos grados de locura criminal. Y es que cuando «cada uno mata su toro», poco importa quien esté al lado, y en ese sentido, la delincuencia es sólo una manera de muchas para pisotear al resto: nos jactamos de nuestra «viveza», pero lloramos cuando nos roban. No son unos pocos los que exhiben conductas criminales, sino que es la sociedad completa con distintas maneras de llevar a cabo sus fines. Llegar a delinquir es sólo un grado más de la deshonestidad, pero no es la única manifestación deshonesta que existe.
Una aplicación de medidas represivas y de «tolerancia cero» tan sólo mantendrían el problema a raya, lo que no significa en ningún caso una solución al problema, sino una mera medida parche. Pero todos los parches se terminan despegando, y cuando éste caiga veremos sólo una herida purulenta y quizás, en el mejor caso, una cicatrización «bonita», jamás algo pulcro y sin mácula.