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Arturo Prat se lanza a la cubierta de un barco enemigo, en un intento desesperado por ganar una batalla que, a todas luces, parece perdida. Su trágico acto pasó a la Historia, y ha sido adornado de mitos de acuerdo a la época; algunos de ellos llenos de gloria y de rasgos admirables por los hombres (puesto que a menudo los feministas y luchadores de las minorías acusan de que la historia la escriben los hombres, y bueno, tienen razón), y también mitos deshonrosos y alejados de toda respetabilidad. Incluso, muchos de estos últimos mitos han sido financiados en silencio por el Estado de Chile, por lo que parte del dinero del pan de cada día sirve para solventar económicamente mitos que ponen en vergüenza a la misma historia que se ha enseñado a los escolares de generaciones anteriores.
En Arturo Prat confluyen la Guerra y la guerra, y es importante entender la separación entre el hito y el mito, la diferencia entre la cruda realidad y la idealizada fantasía. Por un lado, está la guerra (con minúsculas), que se refiere al enfrentamiento que se desencadena entre dos fuerzas (un diálogo de la fuerza por sobre la razón), que no necesariamente son las que se enfrentan entre sí, como es lo que ha sucedido con prácticamente todas las guerras libradas en América. Esta guerra es instrumental y funcional para las potencias hegemónicas. Como ya sentenciara Black Sabbath en su War Pigs, «los políticos se esconden, ellos sólo comenzaron la guerra». Ésa es la guerra.
Un conflicto armado, orquestado por intereses económicos de unos que se traslapaban con los intereses políticos y cívicos de otros, termina en la anexión de lo que hoy componen las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta, anexión que incluye, por supuesto, todos los recursos naturales presentes en dichos territorios. Ésa es la guerra, y esos intereses tan terrenales fueron los que provocaron el conflicto de Chile contra Perú y Bolivia.
Arturo Prat salta al abordaje del monitor Huáscar motivado por una auto-realización de Guerra. En palabras de Evola en su Metafísica de la Guerra:
La guerra, según esto, ofrece al hombre la ocasión de redescubrir al héroe que anida en él. Rompe la rutina de la vida cómoda y, a través de las más duras pruebas, favorece un conocimiento transfigurante de la vida en función de la muerte.
Arturo Prat renuncia al apego vital cuando sale en búsqueda de las puertas del cielo y consagra su vida a la causa que él consideraba digna de ser defendida. Hoy, más de 100 años después, comprendemos que las causas reales de la guerra eran todo menos loables, y probablemente hubiésemos preferido que el Capitán Prat entregara su vida a una causa más justa y de más importancia para nuestra gente.
Arturo Prat cae muerto en un acto de Guerra por una guerra que no era merecedora de su muerte. En un último ritual catártico, se inmola en una búsqueda iniciática (en la que escala peldaños hacia el verdadero significado de la vida), aunque, en lo tangible y efectivo, pierde su vida por el guano, por el salitre, por los empresarios, por los políticos, por los intereses apátridas. Amarga paradoja: Prat, un patriota que sí cree en Chile como nación (cívica), muere por causa de gente a la que no le importa patria ni nación alguna, y cuya única nación es donde se concentre algún capital y de donde se pueda sacar provecho económico.
Tanto marinos peruanos como chilenos, mueren en ese 21 de Mayo de 1879 con la idea de la patria en sus mentes, aunque para los que manejaron el tablero de ajedrez en el cual peones pobres y ricos y mestizos e indios y blancos se mataban por igual, todos los muertos no eran más que un número necesario para la consecución de objetivos mayores, como si el guano y el salitre pesaran más que la vida.
Es innegable la valentía exhibida por Prat, Grau y sus correspondientes tripulaciones, pero también es innegable la historia y las oscuras maquinaciones tras bambalinas que apelaron vilmente a la pasión humana y metafísica de la Guerra, para librar una guerra donde los Campos Elíseos fueron alimentados con almas de soldados engañados y utilizados para una causa injusta, ambiciosa y nacida del interés de unos pocos.