Uno de los mayores problemas que debieron afrontar tanto autoridades como arquitectos e ingenieros luego del último gran terremoto ocurrido en Chile el 27 de febrero del 2010 fue una cuestión que si bien se resolvía con una afirmación o una negación, tanto en uno como en otro sentido tendrá consecuencias relevantes en el futuro, de seguro.
¿Cuál era este problema?
Como ya es bien sabido, en las zonas más afectadas por el movimiento telúrico hubo numerosos colapsos de edificios de varios pisos. En muchos casos, este derrumbe o colapso sólo tomó la forma de efecto acordeón, dejando la construcción hasta cierto punto aplanada y, al mismo tiempo, el resto de los pisos inferiores intacto, por lo menos a simple vista.
En términos de logística, es claro que convenía más demoler tal o cual edificio hasta el punto en que el daño era visible. En casi todas las situaciones, esta aparente seguridad iba acompañada de una firmeza relativa que permite soportar movimientos de pequeña o mediana intensidad y, por lo tanto, el día a día. Entonces, respondiendo a las peticiones cada vez más quejumbrosas de autoridades centrales, ciudadanía, organismos internacionales, etc, se decidió por derribar las estructuras hasta el punto en que estaban derechamente colapsadas y luego a estabilizar el edificio y, en varias oportunidades, a construir nuevos pisos una vez transcurrido el tiempo.
¿Cuál es la moraleja de este asunto?
Chile, al formar parte del Cinturón de Fuego del Pacífico, es un territorio que está siendo azotado de forma continua y constante (en términos geológicos) por terremotos de gran intensidad. Esta es una situación inevitable, algo que siempre va a ocurrir, ya sea en una mayor o menor cantidad de tiempo. Aparte de la muerte, el DICOM y las licencias médicas mulas, entre otras cosas típicas, es algo que los chilenos podemos tener asumido como completamente seguro.
Volvamos al tema de los edificios reparados a medias.
Una vez que vuelva un sacudón de la talla del ocurrido el año 2010, todas esas construcciones, sino el país entero, sucumbirá y quedará convertido en ruinas.
Este gran daño podría haber sido evitado si tanto las construcciones afectadas como las no afectadas hubiesen sido construidas de nuevo, desde sus mismas bases.
Esta pequeña analogía intenta explicar el asunto en palabras extremadamente simples, pero algo así estamos viviendo en la actualidad, tanto a nivel “local” (para no decir “nacional”) como a nivel internacional.
Las falencias del capitalismo neoliberal son ya conocidas, por lo que no vale la pena ahondar nuevamente en tales o cuales observaciones críticas a su funcionamiento. Sin embargo, este sistema de ideas es sólo la punta del iceberg, el eslabón final de una serie de acontecimientos surgidos a raíz de una serie de ideas aparecidas entre los siglos XVII y XVIII y que vieron su consolidación más importante en las revoluciones norteamericana y francesa. Pero a la vez, y pensando más retroactivamente, estos mismos procesos corresponden al ciclo, creo yo, por el que pasan todas las civilizaciones que ha existido a lo largo de la historia de la humanidad. Este gran problema histórico responsable de la situación actual es, a grandes rasgos, la falta de identidad, el desarraigo del grupo humano con el medio que lo rodea, en un primer momento, para luego derivar a una atomización social entre individuos.
Independientemente de las causas que produzcan este proceso degenerativo en otrora grandes pueblos, o que lo catalicen, es necesario primeramente reconocer que al intentar aplicar tal o cual medida política para la situación actual es inútil si se ignora el gran pequeño detalle mencionado recién. Hacerlo, con todo lo que ello implica, sería seguir la línea de la Modernidad, o más bien, de su expresión más nueva y nihilista: la Post Modernidad.
Toda construcción que se quiera hacer, incluida una nación, debe tener cimientos sanos y firmes, debiendo estas características provenir de observaciones objetivas, no de masturbaciones mentales y de sueños frustrados de revolucionarios-con-permiso-de-los-papás.
No quiero caer en argumentaciones banales de tipo filosófico. Para lo que postulo existe material científico e histórico de sobra. Como un recuento, sería bueno recordar que es imposible negar el hecho de que caracteres biopsíquico se traspasan de generación en generación. Estos caracteres a su vez establecen un campo de actuación para cada individuo, un margen dentro del cual este adoptará tal o cual actitud. Si esto se lleva a un nivel de grupo social, tendremos determinadas comunidades con caracteres comunes, lo que, expresado en un tiempo-espacio determinado formará naciones. Un componente de suma importancia para la conformación de una nación entonces es el elemento cultural, el que surge a partir de la exteriorización de estos caracteres genéticamente heredados.
Una vez entendido esto, tenemos que las naciones no se construyen, las naciones surgen, brotan como pequeños tallos en tierra fértil. Su posterior desarrollo dependerá de la unidad que esta tenga, pero la materia prima ya está. En Chile no hay ninguna nación en construcción. Lo que existe acá es un revoltijo café claro al que se le ha intentado dar forma desde arriba durante más de 200 años. El Estado chileno ha hecho el papel de alfarero durante toda nuestra vida republicana.
Nosotros no tenemos miedo en decir que para juntar a la materia prima humana que nos interesa tenemos que dejar de lado a millones de chilenos. No nos vendemos al cuento de la democracia y de la política partidista. Por lo tanto, no tenemos miedo de no tranzar con el populacho. Los valores de la Modernidad no se solucionan buscando alternativas institucionales de tipo teórico, sino que solucionan golpeando al Sistema donde más le duele: en sus propios cimientos.
Para lograr este ambicioso cometido no es necesario esperar a que se den las circunstancias ideales a nivel electoral, como sueñan algunos, aunque lo nieguen al público. El triunfo de la idea Identitaria debe buscarse en todo lugar y en cada momento de nuestra vida. En cada palabra que se emite, en casa actitud que se toma debe verse reflejado el hecho de que defendemos y defenderemos lo que somos, como gatos de espalda. Actúa en tu barrio, piensa Identitario. Si es que por A, B o C motivo existe gente que no se nos puede unir porque no tiene una Identidad definida no es problema nuestro, no nos interesa. Si ellos, cual Dr. Frankenstein, intentan darle vida a un monstruo hecho a base de cadáveres trozados que se gasten la vida en ello.
Las banderas que llenaron de pavor el sur del mundo en 1540, cuya labor fue abortada en 1883, se han vuelto a alzar.