El perro de Pavlov empezó a salivar: primero en nombre de la tolerancia, ahora en nombre de la seguridad. En nombre de la democracia y del avance, bien poco nos vale lo que entendemos como libertad, y terminamos dándoselo al mejor postor.
¿A alguien le parece conocida esta cita? Quizás no, pero es mía, y es el último párrafo de Segundo incendio al Reichstag de la Democracia, publicado en septiembre, en Contra Sus Mentiras, donde analizaba los alcances del bombazo en el Metro Escuela Militar en la Ley Antiterrorista.
La gente de «Derecha» podrá estar satisfecha de tener al fin una Ley Antiterrorista con las medidas de control que quería, es decir, descontroladas medidas de control por parte del Gran Hermano, que vigila el buen comportamiento de los ciudadanos.
Es algo insultante que se mencione que, como la gran novedad del año, se incluya la acción de agentes encubiertos, cuando —en la práctica— están implementados y operando desde hace décadas. Las masas populares así lo quisieron: ante el estímulo exhibido ad nauseam de los efectos del «terrorismo» en Chile, chillaron exigiendo un salvador que les brindara la seguridad que necesitaban.
La vulnerabilidad tiene una relación dialética con la seguridad, pues la primera no podría existir sin la segunda, y, a la vez, la segunda genera más vulnerabilidad, como un ciclo sin fin de desprotección que se combate con más desprotección.
Y la luz se hizo.
Y no sólo entra en juego los agentes encubiertos, sino que éstos gozan de impunidad sobre aquellos delitos en que deban incurrir o que no hayan podido impedir, mientras estén cumpliendo con su deber, es decir, «chipe libre» para hacer justicia.
Escuchas telefónicas, revisión de correo electrónico, y vigilancia de todo tipo de red social y/o medio utilizado para comunicarse. Por lo visto, lo que comprenden por libertad los señores de Derecha, defensores del liberalismo, no dista mucho de la realidad diaria que exhibían los países socialistas.