En tiempos de polarización, conceptos y significados sufren experiencias traumáticas –del griego trauma, “herida”–, y son latigados, apaleados y reforjados, emergiendo como un cachalote que se asoma en la superficie del agua con la piel curtida por las cicatrices de batallas titánicas con otros monstruos marinos. De manera semejante, significados y conceptos que parecían ignorados y hasta olvidados, enterrados por el tiempo y el polvo, reaparecen con nuevos bríos y también con nuevas maldiciones que caen sobre ellos.
Los tiempos de polarización han traído a la palestra nuevamente discusiones y contiendas que nunca han sido superadas, pero que habían sido dejadas de lado para dar paso a otras preocupaciones. Hoy, la contingencia permite que el reflote de posiciones sea posible, ya sea porque las posiciones son reivindicadas, o porque éstas son adscritas por quienes consideran que dichas posiciones son antagónicas a ellos, y por tanto asumen que sus enemigos las defienden. Los tiempos de polarización también se traducen como tiempos dicotómicos – los tiempos de la distinción schmittiana de “amigo” y “enemigo”.
Los tiempos de polarización han traído de vuelta divisiones de la sociedad que parecen sacadas de un panfleto antifascista barato: pobres contra ricos, izquierda contra derecha, bueno contra malo, altruismo contra egoísmo, trabajo contra usura, dignidad contra privilegio, conquistado contra conquistador, usurpado contra usurpador, indígena contra europeo. Quitando el sesgo típico de los tiempos de polarización, podremos ver que la realidad es algo más gris: las masas mayoritarias se concentran en una frontera más bien amplia de una clase media, con manifestaciones individualistas y colectivistas (dependiendo de la ocasión), étnicamente inconsciente pero racialmente mixta, con un importante aporte de blanqueamiento. En tiempos de polarización, la inconsciencia étnica de la miscegenación da paso, mediante la biopolitización, a la consciencia étnica y la identificación con alguna antojadiza categoría humana, una que encaje con una posición en la contienda schmittiana.
Los tiempos de polarización han traído un fenómeno interesante: casi como una recreación histórica –con más de simbólico que de histórico, por supuesto–, las calles han atestiguado el flamear de banderas que en otras oportunidades no tenían mayor importancia. Así, la Cruz de Borgoña y la Wenufoye son cada vez más empleadas para identificar a quien la porta con la visión del país que desea defender y forjar. La Cruz de Borgoña ha pasado a identificar a quienes desean un Chile más occidental y europeo, mientras que la Wenufoye habla de una antítesis de lo europeo, y de un país más en conexión con sus raíces pre-hispánicas (o de lo que ellos entienden como pre-hispánico).
No obstante, cuando la polarización decante, las banderas desaparecerán nuevamente. Al menos, la Cruz de Borgoña será olvidada por las masas, sobreviviendo la Wenufoye por su clara asociación con la Izquierda, que realiza un riguroso trabajo para posicionar y mantener sus símbolos. Pero la lucha cultural para la reivindicación de símbolos europeos y criollos debe mantenerse. Ahí es donde entramos nosotros: los que enarbolamos banderas de manera independiente a los tiempos de polarización, pues nuestra identificación con la Conquista y el legado del Viejo Mundo precede a las divisiones contingentes de moda, pues nuestra misión trasciende –pero no es ajena– a lo político.
La destrucción de estatuas de personajes identificados con lo europeo y la Conquista ocurrida en tiempos de polarización no debe tomarse a la ligera, como algo propio del enardecimiento momentáneo de la movilización social. Lo político es una manifestación de lo metapolítico, una punta de un témpano de ideas y rabia que convergen hasta manifestarse en la acción de destruir símbolos europeos. Sin ideas, sin la batalla cultural previa a lo político, no tendría sentido derribar monumentos.
La Conquista es un proceso que no puede ser revertido, pero que sí puede ser redireccionado hasta ser hundido en el olvido y la ignominia. La voluntad de mantener vivo el legado de un pueblo es el punto de inflexión entre ser y no ser. Sea cual sea la elección de los criollos, terminará marcando en un futuro la diferencia entre el significado y la nada. Pero es una decisión que se debe tomar hoy.
Que el 12 de Octubre no sea olvidado.