Como no soy ningún puritano ni mojigato, puedo decir las cosas como son y sin temor de alejar a la gente, ya que tengo poco y nada que perder: me caen mal los judíos. Los encuentro chamullentos, charlatanes, flojos y creo que son capaces de inventar las más intrincadas bases teóricas y postulados exo y esotéricos con tal de no tomar jamás una pala para trabajar como lo hace gran parte de la humanidad a pie.
Por otro lado, y ya que como paleoconservador soy bastante arqueofuturista y límbico, donde la moral la veo como una expresión propia de cada cultura y sociedad y no como un valor en sí mismo, y mucho menos como un patrimonio genético, debo reconocer que el Sionismo, esa malvada y condenada ideología que hoy está en boca de todos, no me quita el sueño, no me produce urticaria ni tampoco me hace abogar por slogans amarillos y rebuscados como “yo no soy anti-judío, sino anti-sionista”.
Como yo no creo en la magia, no hablaré del judaísmo como si se tratara de una religión de demonios (¿qué es eso?) y otras necedades que se han dejado oír durante el paso de los siglos, y me limitaré a lo netamente terrenal, ya que ni siquiera estoy seguro de tener un alma ni un espíritu encadenado a la materia, la que no me parece en lo absoluto perniciosa, sino todo lo contrario: la disfruto y pretendo que una parte de ella perdure en el tiempo, como por ejemplo, mis genes, mis mascotas, mis libros y hasta mis discos compactos.
Los judíos, como cualquier otro pueblo que sienta que tiene un destino y una fuerza de cohesión que transcienda lo simplemente territorial, tienen todo el derecho a procurar una patria para los suyos, para sus hijos, nietos, generaciones y todas esas palabras hermosas y honrosas cuando provienen de nuestras bocas, pero peligrosas y virulentas cuando salen de las suyas.
Pese a mi admiración por el Imperio Romano, creo que una de las más grandes condenas para Europa – como hecho sanguíneo y de suelo – fue el haber expulsado a los judíos de Palestina luego de la Rebelión de Bar Kojba, dando inicio a la Diáspora (o, como yo la llamaré aquí: la Diáspora 1.0), mientras que otras civilizaciones prefirieron sencillamente ocupar el territorio, cobrar tributo y permitirles que se auto-determinaran en sus asuntos internos, que poco y nada de importancia tenían para Roma (como, por ejemplo, la histérica observancia religiosa, la persecución de charlatanes con aires mesiánicos, etc.), o lisa y llanamente secuestrar al pueblo completo y reducirlos a la esclavitud, moneda común en la Antigüedad.
La expulsión de ese montón de revoltosos alivió la tensión del momento, y llenó de satisfacción al Imperio Romano, donde el desértico territorio fue tomado como un botín de guerra contra hordas de lugareños fanáticos, admirables en sus convicciones, pero también originadores de dolores de cabeza para la misión civilizadora imperial. Sabemos bien cómo terminó el Imperio Romano a pesar de su grandeza (y claro, cuando ya se ha conquistado y pacificado todo, ya no es posible seguir con la dinámica pandillera de Rómulo y Remo; imaginemos una levadura muriendo en su propio alcohol), mientras que los hijos de Sión, aunque poco belicosos, no muy hábiles en construcciones ni mucho menos en arte (desde la mirada Occidental, por supuesto), sobrevivieron en su pequeñez, con el elemento en común que logró dar cohesión a cientos de generaciones: el retorno a la patria de origen.
El mestizaje que exhibieron los judíos a través de los siglos es evidente, y el pueblo semítico que fue expulsado a patadas del desierto, progresivamente se fue tornando más y más biológicamente blanco (en algunos sectores de Europa), sobreviviendo su etnia gracias al no olvido de sus mitos fundacionales y al recuerdo vivo del momento en que comenzó la Diáspora. Pese al mestizaje y la conversión de otros pueblos en el judaísmo, su idea de superioridad y diferencia frente al resto nunca fue dejada de lado, sino que, incluso, fue acentuada.
Personalmente, la idea de un montón de judíos (de la raza que sean) viviendo juntos, felices y lejos de mí no sólo no me molesta, sino hasta me agrada. Por una cuestión de sentido común, ¿no es acaso mejor que estén todos juntos en un mismo sitio, en vez de estar dispersos en todo el mundo, en detrimento del resto? Si alguien me acusa por pensar así de sionista, junto con ser un ignorante, probablemente tenga razón. Pero, en caso de serlo, me gustaría que se me acusara de ser un Sionista 1.0.
¿Y cómo no serlo, siendo que me identifico con el tribalismo/identitarismo blanco? Los judíos no son mágicos ni se subliman, y como tal, no van a desaparecer en el aire, ni tampoco -siendo realistas- va a ocurrir un holocausto (esta vez, uno verdadero) que concrete el fin de La Cuestión Judía. Entonces, ¿cuál es problema en que barcos, trenes, buses, aviones y hasta carretas con judíos salgan de todos los confines del mundo rumbo a Eretz Israel? Por esta razón, soy un Sionista 1.0 y no un Sionista 2.0, puesto que apoyo la idea del Estado de Israel en Israel, y no en otro lado del mundo. O quizás sí, pero lejos de mí. Y lejos de mi gente. Y lejos de los aliados de mi gente.
Siendo objetivos (y teniendo no más de dos dedos de frente, o quizás sí), el Sionismo 2.0, es tan peligroso como el anti-Sionismo: el primero busca la Aliyá hacia el Cono Sur de miles y miles de judíos, el segundo, busca la desaparición del Estado de Israel, lo que conllevaría a una Diáspora 2.0. En palabras simples, el Sionismo 2.0 y el anti-Sionismo convergen en el mismo resultado. Cuando se trata de nosotros, soy antagonista a la idea del Estado, cuando se trata de ellos, soy favorable a un Estado que los mantenga unidos, apretados y dentro de sus actuales fronteras físicas (soberanía).
¿Y los palestinos?
Seamos honestos: ninguna ocupación es digna, pues el hombre digno no puede estar bajo ocupación, sino debe ser libre y forjar su propio destino, y es casi lógico que, frente a la invasión de miles y miles de judíos, reaccionen de forma violenta. Palestina aún está en el Tercer Mundo, mientras que la Diáspora 1.0 hizo que los judíos se impregnaran del Primer Mundo, por lo que no es posible que ambos pueblos coexistan en un traslape territorial. Para el caso de israelíes y palestinos, no es posible estar juntos ni revueltos.
Pero los palestinos necesitan un hogar, y ese hogar no debe ser Chile, ni el Cono Sur, ni América. Actualmente, hay una diáspora de diez millones de palestinos, y su lugar debería ser Palestina, no otro. Desde donde estamos, no podemos ni debemos abogar por ninguno de los dos bandos, de hecho, no es nuestro problema. Siendo crudo, se vuelve nuestro problema cuando uno de ellos (de bando que sea), sale de su territorio para llegar al nuestro.
Hoy, el asunto, no se trata de ser anti-israelí ni anti-palestino, se trata de ser pro-nosotros, y eso conlleva necesariamente a ser anti-diáspora. Como yo no soy ni liberal ni mojigato, tampoco puedo hacer alusión a los Derechos Humanos, ni a las muertes. Tampoco puedo rasgar vestiduras al ver a un montón de judíos celebrando los bombardeos en Gaza. ¿Qué podemos pretender, que lloren? Son sus enemigos, es normal que celebren esos hechos. Incluso, no me extrañaría que los palestinos celebren la muerte de israelíes. El mundo es cruel. ¿Por qué tendría que ser un lugar maravilloso lleno de arco-iris? Somos animales.
Palestina necesita un hogar y un estado en su tierra. Israel necesita un hogar y un estado en su tierra. Probablemente, como europeos, estemos cosechando lo que sembramos luego de la Rebelión de Bar Kojba, pero ya es tiempo de terminar con las diásporas y volver la vista hacia nosotros. Los pueblos deben luchar contra la ocupación que los oprime. Si no luchamos contra la nuestra, ¿qué pretendemos luchando contra la ocupación de otros?
Contra el Sionismo 2.0, ni un paso atrás.