No somos hispanistas, pero no nos malinterpreten: no estamos en contra, pero tampoco podemos definirnos cerradamente como hispanistas.
Cuando hablamos de identidad blanca en el Cono Sur, hablar de hispanidad e hispanismo se vuelve excluyente y dista de ser un buen reflejo de la realidad. A América, y en nuestro caso, al Cono Sur, llegaron y aún llegan europeos de todos los rincones del Viejo Mundo, por lo que hablar de hispanidad invisibiliza a todos aquellos europeos que, sin tener lazos con España, vinieron a comenzar su mundo a una tierra extraña.
En un lugar donde piamonteses, sicilianos, napolitanos, genoveses, vascos, castellanos, catalanes, bávaros, sajones, macedonios, irlandeses, valones, ingleses, eslavos, etc. conviven a nivel interfamiliar e intrafamiliar, donde la endogamia étnica no ha sido una característica omnipresente (es muy fácil hallar ejemplos de «tengo ascendencia española, italiana y portuguesa»), decirse «hispanista» es negar la naturaleza de Europa como un todo que vive en sus descendientes.
Celebrar la hispanidad es cerrarse a la idea de que Europa va más allá que las banderas de sus países y que las fronteras políticas, y poner a una cultura hegemónica por sobre las demás, cegándose uno mismo a la diversidad cultural que Europa presenta: a sus idiomas, a sus costumbres, a sus panteones, que son distintas manifestaciones de un mismo Ethos, pues proviene de un pool génico en común.
Nos gusta la bandera del Aspa de Borgoña, pero dejamos que dicha bandera nos tape los ojos, porque dicha bandera representa tan sólo una parte de lo que somos.
Hablamos español por cuestiones históricas, pero el idioma no hace a un pueblo. Si así fuera, cualquiera que hablara español podría identificarse como hispano, negando sus raíces, las que incluso pueden estar fuera de Europa. Amamos la lengua española, pero más nos amamos a nosotros mismos, y no podemos hermanar a pueblos que no comparten un origen común tan sólo por hablar el mismo idioma. Preferimos hermanar pueblos de distinto idioma pero mismo origen.
En un principio, en su «descubrimiento», América fue poblada por europeos de origen mayoritariamente hispano, pero a lo largo de cinco siglos las olas inmigratorias han venido desde toda Europa.
Nuestro criollismo no es hispanista, al menos, no en su totalidad. Si es hispanista, también —y al mismo tiempo— debe ser anglicista, germanista y hasta eslavista, sin contar a los innumerables pueblos europeos que comulgan en el Nuevo Mundo.
El hispanismo excluyente es el árbol que no nos deja ver el bosque. Es tiempo de superarlo y ver a Europa en toda su dimensión.