El descontento de algunos sectores del país respecto de sus gobernantes, ha fomentado cierto mesianismo político que no se había visto durante los períodos post-Régimen (o post-Dictadura, dependiendo de la mirada que, particularmente, me da lo mismo) desde la entronización de Patricio Aylwin como el ungido de la Democracia, si bien en la práctica no fue más que un inútil, entreguista y cobarde. Ah, y nunca olvide Usted, en su casa, cada vez que le intenten vender una imagen que no es: Aylwin apoyó el Golpe Militar. Digno ejemplar de la DC. Continuando con lo que nos convoca: ninguno de esos aparecidos de apellidos poco comunes había logrado el “fervor” que ha producido gente como Marcel Claude o Franco Parisi; ambos, por supuesto, con nulas posibilidades de hacerse con el sillón presidencial. No hay que ser muy inteligente ni tener una gran capacidad de análisis para llegar a la conclusión de que Claude es el mesías de los izquierdistas (aunque hippies) hastiados y Parisi el de los derechistas (aunque neohippies) en la misma posición: ambos ofrecen ideas nuevas (que de nuevas no tienen nada, pero al parecer recogen las conversas de pasillo y las ponen en la palestra, haciendo su discurso más tangible para el ciudadano corriente), ambos usan internet y redes sociales como método de propagación, ambos se presentan como jóvenes o apuntan a ese público; de una u otra corriente, ambos son progresistas, entre otras cosas. Ambos han logrado personificar las inquietudes de miles de chilenos descontentos y les han dado las esperanzas y los vientos de cambio que ningún político había ofrecido desde que apareció la Concertación.
Todo lo anteriormente nombrado, no es más que una falacia.
Cimentada sobre conformismo, mediocridad y una moral que está corrompida desde hace siglos, la Democracia moderna (i.e., no griega) ha sido, más que un engaño, una verdadera piedra filosofal para disolver el espíritu de la Tradición y, por lo demás, una herramienta para fomentar la pereza más que la jerarquización. Vivimos engañados (auto-engañados, ojo) pensando que los de arriba vienen a cagarnos, que vienen a robarnos, que vienen a hacer lo que quieran con nosotros, los pobres indefensos y olvidados por la Historia. Claro, no es del todo mentira, pero es una versión cómoda de las cosas: la verdad es que no hemos tenido cojones para hacernos cargo de nuestras desgracias, no hemos sabido tener las vísceras para escupir toda la bilis que hemos creado ante tanto abuso, injusticia y otros flagelos, sino que preferimos irnos ahogando progresivamente en nuestro propio vómito y resentimiento, y acumular rabias que no llegan a ningún puerto o que se traduzcan en algo que realmente valga la pena.
El escupitajo a Bachelet fue una vulgaridad, un acto inútil y un hecho sin mayor transcendencia política, pero deja ver –entre líneas, claro– la impotencia y desesperación de las bases. Nos escandalizamos por un “pollo”, pero vivimos tranquilamente en una matrix que se asemeja enormemente a un gallinero: nos cagan desde arriba, y en vez de hacer algo por evitarlo, sólo nos hacemos a un lado para evitar que nos caguen tanto. Nuestro país es una enorme granja de gallinas famélicas: comemos lo que nos tiren, nos revolcamos en la mugre, apestamos a lo peor de nuestra esencia y nos jactamos de lo civilizados que somos. Vivimos con temor a dejar de ser lo que somos, vivimos con temor a dejar de ser la nada que somos, el temor a perder nuestra insignificancia: preferimos ser nadie, a arriesgarnos a marcar la diferencia y perder lo que tenemos.
La Democracia nos ha estupidizado a tal punto que ni siquiera podemos dimensionar lo mucho que deberían temernos. Somos las legiones de andrajosos, las masas populares con las espaldas latigables para construir los ladrillos de carne sobre los cuales se levanta un paredón enorme, el mismo que usan para fusilar nuestras ideas y voluntades. Les damos asco, aunque cada cuatro años acuden a nuestros gallineros con sonrisas y promesas para decirnos lo bien que vivimos y podemos seguir viviendo. Paradójico es el hecho de que quienes nos alimentan lo hacen casi como una obra de filantropía: nos sacaron de una oscura época de abuso para llevarnos a la luz de la libertad en la que todos somos iguales, y con esas mismas premisas vivimos hacinados, insertos en una máquina de producción gigante, faenados sin morir toda una vida, drogados con diversiones y esperanzas para hacer más pasajero el dolor, para terminar, finalmente, desechados en granjas donde esperamos el momento de que la muerte nos lleve.
¿Asamblea constituyente? ¿Abolición del binominal? ¿Tan poco valemos? Tú eliges quién representa mejor tu comodidad e insignificancia. Yo creo que deberían temer.